En los revoltillos que propicia el misterio de la vida siempre hay espacio para derrocar los muros y despertar entre un sueño hecho real. Ocurre en todos los ámbitos de nuestra inmensidad como seres complejos. Si en lo cardiaco una flecha puede reavivar un corazón entiritado en lo profesional un proyecto en nebulosa, de pronto, pasa a materia visible y de larga duración. Y así el tiempo recoloca el apartamento de tus frenesís, en una concesión sorpresiva que delata la bondad de la experiencia y la relatividad. Porque cuando un nubarrón se instala en tu cabeza y te niega como que aquello que esperas pasa al plano de lo imposible. El caparazón crece y las uñas dejan de tener consistencia para estar a la altura de la jaula de grillos, tigres o locas que pelean por pisotear, humillar o despreciar. Pero contra la maldad de los (des)conocidos nada mejor que una sobredosis de yoísmo, con los resortes de la confianza. Esa misma que no se necesita airear ni defender en una apología del ego mal entendido.
Hoy me congratulo conmigo mismo de ver un horizonte en positivo. De saberme ser mutante y superviviente en tiburonlandia. Con ilusiones robadas pero reencontradas en la sección de sueños perdidos. Como protagonista, por fin, de mis pasos lejos de momentos titiriteros entre malas artes y peores palabras. Sabiendo que cada movimiento será consecuencia de una labranza que en secano era mustia, hasta el hallazgo de territorios en flor. Todo muy primaveral y expansivo. Con las sensaciones en la maleta de la permanencia en esta tierra infinita llena hipocresías. La misma que premia las estancias en el querer y no en el ser. Pero que atrapa en su tela de araña con el estilo de vida cosmo-montañista-chic como base de la construcción de otras posibilidades.
Qué dura es la vida del atleta de fondo. Tantos entrenamientos, tantos sinsabores y lágrimas de sal para acabar como prisionero de la incertidumbre. Con la depresión como almohada de lo más íntimo, de ese dolor que no se quiere hacer externo por no caer en la debilidad cuestionada. Si la idea de reivindicarse y no apearse de la lucha por el más allá era esto puedo recomendar la travesía. Ya se sabe que somos habitantes de los altibajos, de los sí pero no y de los quita y pón, pero hay emociones y contextos propios que nadie podrá arrebatarnos jamás.
Te espero aquí. O allí. O más allá. Gracias.
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