No hay como alejarse y serpentear por calles mojadas para crecer, observar y aplicar. La reacción/acción hecha visita a una tierra próxima, de amistosidad máxima y sensaciones a tutiplén. Ni la resaca de una salida del calendario laboral y de reencuentros en la cumbre añeja, impidieron darlo todo en el tránsito al Vasc Country, territorio de recuerdos y significados varios. Allí me esperaba la invisible Neraka, absorta en el estrés de lo cotidiano y más. Con ella siempre hay garantía de predisposición y de sensación de vivir. Juntos tras la dictadura del tiempo nos regocijamos en nuestra cercanía a prueba de distancias. Más con el apetito como moneda común. No sólo gastronómico, también artístico y de shopping.
De la mano y con el móvil plátano recorrimos las estancias de ese centro del aluminio polisémico y el arte como contenido sin vacíos. Entre guiris, con la sensación de deja vu londinense, vimos que el arte en USA no sólo pasa por la garantía icónica de Warhol, hay más que saben dotar a la historia pictórico-creativa de la tierra americana de garantías suficientes de perpetuidad. Si bien no se entienden ciertas connotaciones o dispersiones en lienzos, porque el contexto no siempre hace a la obra. Aunque el surrealismo de Dalí y otros, tan bien representado con su teatralidad y sus dimensiones mini y maxi, dignificaban con creces todo el conjunto.
Cansados de tanto zigzag en escaleras de última generación y entre bellezas impropias, lo mejor era darse a las calles. Y el talento de la dispersión nos llevó a transitar esa ría fea pero vivida. Todo en compañía de la perra más urbanita que jamás conociera, de nombre Barbie pero de moral difusa. Es lo que tiene la libertad contractual, Mattel les explota a los originales. Las copias salen ganando en su libertad. Una merienda entre el glamour de la gaydad cosmopolita y el acopio de fuerzas nos encaminó a la corriente de la compra underground. Paramos en antros de lo imposible y compré de casi todo: un libro de micropoemas deliciosos, otro de machirulos de ensueño, ropa de baratillo en esa cadena de las dos letras negada a los cántabros, una agenda de mi diva en pop, una camiseta petarda para la miniprincesa de mis días... Completo el bazar y lo que me queda en sucesivas visitas.
Con las bolsas y las sensaciones en la mochila, el equipaje de la vuelta era más propio, más rico y lo suficientemente valioso como para haber merecido sufrir el sopor de fAlsa. Y es que en esas carreteras, testigos de tantos y tantas, la cabeza trabaja sola y rememora el pasado que fue. Con los aletazos de lo que dejó. Y qué diablos, me quedo con el presente.
En estos días que la ficción me persigue, con tantos personajes en mente, otros de frente, y la sensación de que el giro es posible, me congratulo de mí mismo. De cada contexto que araño, que perpetuo con o sin. Vivir para contarlo. Y con mi ordenador en quirófano. Mi propio surrealismo.
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