No vale pensar que el encierro
nos pilló por sorpresa. Otra cosa es que nadie quisiera ponerse en lo peor y
asumir que llegaría el fatídico momento. Era inevitable compartir drama con
tantos, porque en esto no existían fronteras. Llegó y nos golpeó fuerte. Aún
sigue haciéndolo, porque la curva se resiste. Maldita, maldito. Es difícil
desconectar de sus efectos. Si recurro a las palabras es porque no conozco
mejor terapia para volcar emociones, rabia, incluso miedos. Pienso mucho en
historias y protagonistas, nada nuevo, pero algo ha cambiado. O más. Puede que
sea el total desconocimiento, el mismo que nos impone el ahora como motivación.
¿Error o supervivencia? Admito que sigo impulsado por un no sé qué, qué sé yo.
Imperfecta definición que me tiene inquieto. Procuro abstraerme y son las
teclas las que hacen el resto. Pienso que este episodio se escribe de mil
maneras. Estos días la compañía se cotiza al alza, aunque sea a través de una
pantalla. Y es que las distancias pesan quintales. Más si el azar ha querido
que la cuarentena se sufra en soledad. Lo que en otro momento hubiera sido un
ejercicio de autoconocimiento y desconexión, ahora se convierte en una prueba
compleja. De nada sirve caer en la negatividad, pero la psicosis tiene una
sombra demasiado alargada.
Soy débil. Siempre lo fui, más
cuando la tensión marca el ritmo. Así que dudo de mi capacidad para vivir solo
en un percal como el que nos ocupa y preocupa. Podría tirar de recursos e
ingenio, pero me abatiría entre las paredes de esta escenografía asfixiante. Suerte
de mí porque el destino me pillara en convivencia, lejos de mi espacio propio. Allí
dejé muchos sueños e ilusiones, aquí me inspira el saberme querido en pocos
metros cuadrados. Basta una sonrisa para entender que todo encaja. Y sí, pienso
en quienes no pueden contarlo en suma. Con un yoísmo forzoso. La tecnología
permite minimizar daños, pero me entristece especialmente que muchos mayores se
hayan visto confinados sin remedio. Porque no hay arruga que soporte esto, por
mucha biografía intensa. Tiempo sobra. O no. En su caso, avocados al riesgo,
más vale extremar las precauciones y cuidar de ellos. Aunque sea poniendo los
besos y abrazos entre paréntesis. El material sensible puede esperar cuando se
trata de seguir contando esta fábula de final en el aire.
Nos atormentan muchas preguntas sin respuesta. El sentido
de la vida misma está en entredicho. No hace falta ser un líder de la
intensidad para cuestionarse los hechos y el provecho que semejante vaivén
tendrá en nuestra esencia. Esa que no distingue de clases sociales ni acentos. Por
eso es importante articular un todos sin fisuras para finiquitar cuanto antes
el reto. Aupando a nuestros héroes sin capa que curan, alimentan, patrullan, limpian
y un largo etcétera con el convencimiento de hacer lo correcto. No han tenido
ocasión de tomar aire y calcular el contexto. Han hecho de la valentía su
compromiso más sincero. Se merecen más que aplausos, porque encaran el peligro
con una fuerza inhumana. Y, agotados, vuelven a casa. Convirtiéndose en
personajes tan frágiles como el resto. Sometidos a las cifras y tantos
testimonios que duelen como propios. Con la esperanza de un continuará que debemos
conjugar entre todos.
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