Nos rodeamos de semejantes para
construir nuestro particular universo. Y es que somos una sociedad en suma que
hace lo propio para escribir su camino. Aunque fuera de nuestros círculos hay
más personas, esas mismas que obviamos hasta que se produce el punto de giro. Una
metáfora demasiado simplista para lo que nos toca vivir. La pandemia global
también es un escaparate del absurdo atomizado. Esos pocos que hacen mucho ruido
con sus acciones cuestionables. Por más que el mensaje de excepción haya
vaciado nuestros escenarios cotidianos, aún quedan irresponsables que juegan a saltar
toda norma con tal de pasearse como de costumbre. El sentido cívico se diluye
en estos fenómenos extraños que burlan la alarma, poniendo en peligro esta
marea de solidaridad. No se trata de un juego, aunque lo parezca, porque aquí
las vidas no son infinitas. Que se lo pregunten a tantas familias que despiden
a seres queridos como nunca se hubieran imaginado. Con un dolor marcado por
esta distancia que nos confina.
Nadie duda de la extraña
sensación de aislarse y dejar que el calendario haga el resto. Aunque bien diferente
es dejarse llevar por las excusas para cruzar la puerta. Los medios informan de
denuncias y casos insólitos. La vergüenza no va por barrios y el sentido moral tampoco.
Porque el virus nos iguala. Es lo que puede no alcancen a ver esos que hacen de
sus idas y venidas un sainete. El miedo, la incertidumbre y la indignación son
materia común, pero nunca un arma arrojadiza que puede complicar las cosas. La decencia
se demuestra a puerta cerrada. Todo lo demás sobra. Como sobran quienes sacan
su peor cara y delinquen aprovechándose de los más débiles. Intentos de robo,
estafas telefónicas o correos virales son ejercicios patéticos de un mundo que
no funciona. Algo habremos hecho mal hasta ahora si en medio de tanta
desolación reclaman su denunciable sitio. Son esos otros desconocidos los que
protagonizan los peores instintos. Sin justificación, con una humanidad a
prueba de cuarentenas.
Si ya es difícil aceptar el hecho
coronado, asistir día a día a tantas muestras de estupidez gratuita o maldad
insólita nos resulta desolador. Es una pena perder energías en asimilar este
lado oscuro. Nos necesitamos fuertes y conscientes para afrontar cada última
hora. Unidos frente el baile de cifras que apaga esta primavera, más gris que
nunca. Es lógico volcar la rabia, no callar y hasta denunciar desde los
balcones. La educación nos retrata, el resto nos resta. Y no queremos una
matemática imperfecta que nos lastre. Bastante tenemos con digerir los positivos.
No caben negativos ni titulares fuera de contexto.
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