De expresión refrotíl cani a
mantra social descontrolado. Es curioso cómo el papel higiénico se ha
convertido en bien de ansiedad compartida. Nadie lo señaló como imprescindible
en la prevención, espontáneamente los consumidores lo auparon a la categoría de
tesoro. ¿El resultado? Estantes y palés vacíos de contenido. Rollos ocupando
espacios y despensas en modo apocalíptico. Y el humor como la evasión más
terapéutica en estos tiempos para olvidar. Con su uso ciertamente inverosímil
asegurando la carcajada. Porque otra cosa no, pero la guasa está más despierta
que nunca. Es un antídoto al margen de la investigación, brota libre y estimula
a la masa. De retos cual balones a plantaciones ecológicas. Todo vale para
voltear el papel común y divertir. Dado el entretenimiento se justifica lo
insólito de su exceso. Que unos cuantos metros de celulosa ocupen titulares y
conversaciones resulta raro. Siempre que haya abastecimiento parece que el
fenómeno seguirá vivo, más allá de su uso establecido.
Suma y sigue. En las escasas
incursiones a los comercios de primera necesidad nos cuentan que protagonizan
compras y más compras. Poco importa si son de marca blanca, triple capa o
efecto seda. La pasión por acumular justifica cualquier variedad. Me interrumpo
para hacer recuento y aplaudo que los míos no han perdido el juicio. Habemus
cantidad, pero en pocos días me temo que necesitaremos cruzar los dedos y que
las existencias den una tregua. Supongo que habrán subido los precios y ahora
la limpieza personal sea un bien de lujo. Las paradojas no tienen fin ni con el
confín. La mía tampoco, pues mi cabeza vuela sola y piensa nuevos usos al
papel, más allá de lo que se impone redes mediante. Si fueran las últimas hojas
escribiría esa carta pendiente a corazón abierto. La suma de letras que
impondría paciencia y trazo fino. Sin remitente, con las emociones a prueba de
malos rollos. De sello, un latido sincero. Es pura imaginación. Como dibujar
nubes con infinitos cortes. Así, llenaría los techos con un cielo hiperbólico y
lleno de melancolía. Para construir ese escenario de cuento que daría otra
oportunidad a mi niño interior. El que vive atrapado y pide respirar. Ahora, difícil.
Abro los ojos o casi cuando me
entero que la insólita acumulación avivó un incendio en Granada. Papelón,
papelón. Incluso hay inventos que calculan el tiempo útil de tus provisiones. Me
imagino a la gente haciendo esa matemática e imponerse llenar un carrito por
evitar el vacío. Los expertos hablan de comportamiento global, cuando yo
pensaba que era una rareza nuestra. La higiene es básica para evitar el
contagio, pero en los protocolos recomendados se habla de más de papel desechable
que de enrollarse con los botines de rollos. Y no puedo evitar pensar en los
trabajadores que reponen de pequeñas a grandes superficies. ¿Se asegurarán un
buen número antes de colocar el género? ¿Pensarán que sus clientes están locos perdidos?
Sin duda, este papel estaba escrito para el higiénico y lo está bordando.
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