Nunca me gustaron las etiquetas,
pero trabajando en redes sociales se han convertido en compañeras de infinitos
proyectos. Aunque ahora compartimos la más global y surrealista de todos los
tiempos, esa con la que recordamos que #YoMeQuedoEnCasa. De lo individual a lo
social, haciendo viral la agonía de nuestros encierros. En realidad, el ‘hashtag’
es mucho más que eso, representa solidaridad y compromiso, especialmente
aupando a quienes están ahí fuera en una lucha titánica por voltear la maldita
curva. Impulsados por tanto cariño y reconocimiento anónimo, porque es la mejor
medicina para esos sanitarios entregados y tantos profesionales que nos
permiten subsistir bajo mínimos. En los tiempos sin coronavirus el estrés nos
alejaba, imponiendo sus fatídicos efectos. Éramos unos zombies prisioneros de
los egos. Hoy, golpeados por el bicho, necesitamos remar unidos y hacernos
fuertes frente al dolor. Con los aplausos como banda sonora y las emociones más
vivas que nunca. Es lo que tiene el confinamiento, que nos revela a nosotros
mismos sin remedio.
No es fácil afrontar estos
límites en forma de cuatro paredes. Así, asomarse a los demás a través de una
pantalla es el mejor aliento para resistir. Unos con otros logramos el
equilibrio emocional. Cuando decae el ánimo, abres las ventanas virtuales y
encuentras cariño, entretenimiento y buena energía. Las bondades tecnológicas hechas
terapia en mil y una formas. Sin perder la intensidad ni la necesidad de
reflexión. Porque hasta eso nos mantiene conectados con el momento. Y no, no
hablo de sobreinformarse. Una mala práctica que merece capítulo propio, pues
dosificarse del titular nos libera mucho o más. Es despertar a un nuevo día y
abofetearse con la realidad. Cuesta dejarse llevar, pero con un poco de
organización podemos aligerar la incertidumbre. Las horas dan mucho de sí,
tampoco es momento de amontonar las tareas pendientes ni pretender recuperar
quehaceres frenéticamente. Cuidarse es más que una solución. Nos necesitamos lo
más plenos y cuerdos posible. Porque hay que cargarse de argumentos para
asimilar este presente cogido con pinzas.
Volviendo a la almohadilla que
nos ocupa, cuesta olvidar la última vez que cruzamos la puerta con aparente
normalidad. En ese entonces queríamos hogar y ahora fantaseamos con respirar en
destinos y compañías sanadoras. Eso sí, entre todos hemos sido capaces en
convertirlo en locutorio 24 horas, aula de escuela, gimnasio, sala de
conciertos, plató de televisión, teatro improvisado o taller de costura. No importa
el decorado. Se trata de llenar los vacíos con toda esa actividad que nos salva
de la rutina coronada. Porque todos decimos #YoMeQuedoEnCasa, pero eso no
impide que perdamos nuestra esencia.
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