domingo, marzo 22, 2020

Parece que fue ayer



La imaginación nos ayuda a reinventar los días raros. Tendremos que exprimir al máximo nuestra capacidad de aguante, sostenernos y evitar que lo peor nos minimice. Y es que las noticias imponen más a más. Asistimos incrédulos a la inhumanidad con todo tipo de pruebas, pero nos consuela pensar que los aplausos sanitarios y comprometidos retumban en los corazones. A esos otros irresponsables les resbala el estado excepcional que compartimos. Ajenos a lo común, que es el dolor y la incredulidad por vivir esta realidad tan de ficción. Así, vuelvo al último día de calles pisadas y miradas anónimas. Llevaba tiempo mascando la posibilidad de caer en la pesadilla, pero nunca hubiera apostado por despedirme, de repente, de lo cotidiano. Y eso que confieso que entonces hubiera firmado una huida terapéutica, pero nunca así.

Madrugué más que de costumbre y acepté que el calendario marcaba consulta médica. Mi cuerpo reacciona con rechazo a todo lo que se traduzca en hospitales y salas de espera. La biografía no perdona y la desgana me podía pensando en cumplir con una nueva cita. Cuatro letras que hubiera preferido reformular en buena compañía, pero se trataba de salud y avanzar. El miedo ya convivía con todos y las distancias empezaban a definir los momentos. Éramos pocos los llamados a consulta con una recepción en aparente normalidad. El silencio se rompía en conversaciones olvidables con apariciones estelares del hecho coronado. Las agujas del reloj bailaban con su coreografía acompasada, pero parecían más torpes esta vez. Y entonces mi nombre llenó aquellos metros cuadrados de incertidumbre. Me levanté y seguí los pasos del doctor. Joven, de atuendo informal y sonrisa espontánea. Su despacho era impersonal, pero su carácter afable llenaba los vacíos. Fue una conversación amable, cercana, productiva. O al menos eso quise interpretar. Pensándolo con distancia, no fue un mal punto y aparte del hecho social. Porque poco después volví a casa e hice de ella mi particular fortaleza.

El tráfico rugía en la ciudad y las rutinas parecían desoír los ecos de lo que estaba por venir. Seguramente que de haber sabido que era la despedida hubiera alargado al máximo las posibilidades y no hubiera perdonado abrazos que ahora duelen por lejanos. Como yo otros tantos, diría que todos, hubieran reformulado esas horas antes de encerrar la piel y privarla de otras. La supuesta normalidad podía ser un lastre para cualquiera, pero nada como la jaula de cuatro paredes que asfixian hasta la sociedad misma. Presos de la incertidumbre y las medidas que alertan de consecuencias de pésimo encaje. En ese ayer marcado a fuego, todo parecía lógico y oportuno, con la cadencia de los hechos sin última hora. Hermano pequeño de este hoy angustioso y lleno de dudas sin mascarilla. Nos lavábamos las manos por buenas costumbres y ahora lo hacemos como sinónimo de vida. Sí, todo ha cambiado. Nosotros, más. Y desconocemos cuál será el siguiente capítulo, como yo no adiviné que mi médico fuera protagonista de estas letras. Mucho menos que su profesión fuera el faro que nos ilumina en este mal sueño. Su lucha contra el elemento merece un capítulo propio, desprovistos de capa, pero con una heroicidad a prueba de tristes positivos.

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