Venimos solos al mundo, por muchos alrededores clínicos, y acabamos más solos que la una. El tiempo nos posiciona y regula nuestros ámbitos sociales. Las personas pasan, las vivencias no siempre quedan y los desengaños son el pan nuestro de cada día. Con ánimo de ser cansino, el devenir generacional hace que asistamos a la ceremonia del tránsito personal y adyacente sin demasiada capacidad de elección. Lo ajeno delimita casi siempre el guión de nuestra vida, porque las decisiones propias siempre son codependientes de otros entes reguladores. Pese a ello intentamos caminar por la senda futura de la incertidumbre con la sensación de que en la mochila social se caen muchas figuras, que de tótem pasan a reliquia.
Como resume mi microbiografía “Todo pasa, poco queda, más allá”. No se me ocurre mejor modo de condensar una vida propia en la que las gentes bailan en el corazón y como fantasmas itinerantes aparecen y desaparecen. Porque como cualquier ser vivo cumplen su función: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y así vienen y van de nuestro imaginario emocional, dejando el poso de su personalidad. Cada época es un mundo y un submundo interpersonal. Que en la línea temporal las compañías sean de sesión continua es un lujo. Tampoco es cuestión de lamentar las pérdidas que la circunstancia o el fraude amistoso propician. Sí vale la pena poder mirar atrás y valorar cada momento como un regalo. Ahora el paso del tiempo nos posiciona en la nostalgia de lo vivido y en la duda de la realidad ajena, la misma que entonces te medio pertenecía.
Y así es como pese a todo uno siempre acaba dando vueltas sobre lo mismo en la soledad de una isla inhóspita, donde no amaina el temporal ni la amargura incorporada. Solo y sin rumbo todo adquiere más simbolismo y una carga extra de emotividad. Los pasajes de esta vida no dan para más. Por eso la necesidad de la reinvención en un juego sin fin con uno mismo y su mismidad indefinible. Perdiendo un tiempo que seguro no voy a recobrar pero con el ánimo en suspensión.
Como resume mi microbiografía “Todo pasa, poco queda, más allá”. No se me ocurre mejor modo de condensar una vida propia en la que las gentes bailan en el corazón y como fantasmas itinerantes aparecen y desaparecen. Porque como cualquier ser vivo cumplen su función: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y así vienen y van de nuestro imaginario emocional, dejando el poso de su personalidad. Cada época es un mundo y un submundo interpersonal. Que en la línea temporal las compañías sean de sesión continua es un lujo. Tampoco es cuestión de lamentar las pérdidas que la circunstancia o el fraude amistoso propician. Sí vale la pena poder mirar atrás y valorar cada momento como un regalo. Ahora el paso del tiempo nos posiciona en la nostalgia de lo vivido y en la duda de la realidad ajena, la misma que entonces te medio pertenecía.
Y así es como pese a todo uno siempre acaba dando vueltas sobre lo mismo en la soledad de una isla inhóspita, donde no amaina el temporal ni la amargura incorporada. Solo y sin rumbo todo adquiere más simbolismo y una carga extra de emotividad. Los pasajes de esta vida no dan para más. Por eso la necesidad de la reinvención en un juego sin fin con uno mismo y su mismidad indefinible. Perdiendo un tiempo que seguro no voy a recobrar pero con el ánimo en suspensión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario