domingo, mayo 11, 2008

Un solo



Uno nunca sabe dónde está su propio límite. A veces nos empeñamos en construir hacia fuera y destruir hacia dentro. Negándonos posibilidades por la tontainada de la sociabilización, la idea de grupo y de perpetuarse entre otros. Supongo que la circunstancia o un grado de madurez o paranoia me invite a estas reflexiones, que no envuelven más que la carencia a mi soledad en positivo, al propio entendimiento y a una dotación en crecida de mi propio bienestar y esparcimiento. Sin nadie. En soledad. Con la levedad del ser. Entre masas ingentes pero aislado en la isla del yoísmo. El todo frente a la nada. O el nadie. Como una ola deboradora, pero con un aguante inaudito. Insospechado. Irreal pero sorprendente.

Anoche fue una de esas ocasiones de reafirmación en individualidad. Llegado al punto de la incomprensión de las mayorías, de los tontismos del egoísmo y del dolor de las decepciones, sabía que me debía a un ejercicio de disfrute al margen de los otros. Los ausentes. Por eso no dudé en liarme mi manta a la cabeza y degustar entre el gentío un concierto apasionante de una de mis divas de cabecera, pero mundana y creíble como pocas: Malú. Conocer a un artista fuera de focos, en su verdad, sin alfombras rojas ni sesiones de chapa y pintura ayuda a conectar con su arte. En su caso muy denostado, por la incomprensión de esta folclórica del siglo XXI, una drama queen de la canción que no ejercita lo indie ni minimalista, ganándose lo peyorativo de lo alternativo, en defensa de la actitud por encima de la forma. Y como para gustos están los colores y las canciones... Fue un concierto vibrante, donde lo dio todo. No diré que perfecto, porque aún no he estado en ninguno que lo fuera del todo. Eso sí, ella disfrutó sobre los escenarios, en la cercanía de una sala acogedora. Bailó entre sus tesituras de voz y demostró que a veces la juventud es un grado. Más siendo una más de un clan intachable.

Mientras recorría su repertorio plagado de éxitos, rodeado de extraños acaramelados y exultantes, tuve esa sensación de ausencia de la masa. Como sí fuera el depositario único de esos temas, que mi corazón entiritado y chorreante necesitaba. En una fluidez sincera, con ese dejarse llevar del cuerpo, a los sones y a las sensaciones. Al margen de los márgenes adyacentes. Encerrado en un dueto perfecto, en un tú a tú a bocajarro... Todo pasó rápido, sin ocasión de reponerme del vaivén rítmico y apasionado abandoné mi catatonismo musical y regresé a las profundidades metrosas. Adiós Malú, hola noche bilboizante. Cuán curiosas son las diferentes respecto a SantanCity. No las enumeraré por miedo a pasar miedo. Pero sí comprobé que vayas donde vayas prepara tu umbral de surrealismo. Los personajes salen como setas. En un baile propio, que va de lo iracundo a lo risible. Al menos las ficciones de la vida superan a los codazos sudoríparos del más y más discotequero.

Hay que salir de tus contextos para refugiarse en lo imprevisto, dejarse llevar y reafirmarse en la soledad del océano social. Practicar el onanismo bien entendido.

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