De todas las especies en peligro de extensión la que más me horripila y desata mis bajas pasiones convecinales es el momento mujer pijamera. La misma que se manifiesta, de pronto, en cualquier ámbito de barrio, dado que en la urbanidad asumen la improcedencia. Cuales Belenes Estebanes de la vida se lanzan a lo cotidiano como el despertar les alumbró. Con sus fachas hogareñas se dejan ver al tiempo que se atarean. O charlotean o cotillean sin descanso. En la rueda infinita de su quehacer.
Sus pantuflas o zapatillas de felpa roída. Su bata de guatiné o de estampado colorista, poco que ver con los tendenciosos baby doll florales. Sus camisones transparentosos cuasi carcomidos. Los pijamas dos piezas, de algodón embolillado e ilustraciones sufribles. Sin contar las legañas incorporadas en el lote. Los pelos de loca descontrolada... En resumen, un conjunto para echar a temblar.
Si bien cualquiera somos dueños de este estilismo de puertas para adentro, hacer ostentación hacia fuera podríamos considerarlo un tanto excesivo. O guarrete. Porque comprar el pan, la prensa, barear o practicar otras acciones inmediatas en el entorno caserío no resta para que uno dé una buena imagen. Porque todos somos imagen. Y seguro que cuando menos lo esperas y estás divina de la muerte -real, de ir al hoyo estilístico- aparece MariPepiLoli, te ve de tal modo -o desmodo- y corre la voz de tu decadencia.
Más vale vestirse que lamentarse.
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