La memoria sensorial, emocional y festiva suele jugarnos malas pasadas. Y es que, habitualmente, con los términos de comparación que manejamos el ejercicio se antoja decepcionante. Es lo que me ocurrió anoche, en mi revuelta a ese amalgama difusa de focos y viperinas que es el ambiente de gaydad. Cierto que supe rodearme de amigos, que me reí de la absurdez humana, de la bobada como máscara, de las gestualidades como exageración incorporada, del mercadeo como moneda de frenesí exprés... Pero me quedó un poso de nostalgia de lo bueno conocido, de aquello que fue mi ruptura de cascarón, de personas de peso y de noches de gloria, de sonrisas sin enlatar, de bailes compulsivos, de miradas cómplices, de sensaciones a borbotones...
El paso de tiempo es cruel para todos. Te posiciona ante desgraciados, víctimas de su propio hundimiento, de su reconversión en seres irreconocibles, patéticos y penosos, que no responden a aquellas virtudes personalistas y que sólo tienen un sentido de caída libre en sus ojos perdidos. Es duro ver como una pieza clave en tu vida, de pronto, vuela para peor y se muta en un clón de lo peor de un colectivo que pierde el rumbo en pos de su frivolidad amplificada.
Al menos la visión terrorífica del pasado y los paralelismos genéricos permiten sonreír a tu propia biografía y confirmar tus pasos, tus valores, tus ideas de vida y de disfrute. No hay que ser uno más, hay que ser uno mismo. Verdad como puño(s) que se olvida para algunos entre los neones y las luces distorsionadoras.
El premio de la noche fue una pack de teorías sobre el realismo mágico y el sentido social, pasando por el check-in necesario de los nuevos pasajeros al tren. Es curioso como algunos se afanan en poner palabras y significados a todo, en un psicoanálisis sin fin que llega a la angustia. Y tampoco es cuestión de pasarse de reflexivo y olvidar lo vivido. Aunque para vividas esas seres llamadas travestis que campan a sus anchas por la nocturnidad canalla. Ayer sin patadas en la espinilla ni gritos de reafirmación más allá de sus alaridos de pseudo-artistas subidas al tacón y dejadas de la laca.
Cuántos males esconde la noche, qué mal ambiente en el ídem. ¡Corre, vuela, grita: vive!
P. D. Este blog ya es octogenario. ¡Cómo pasa el tiempo y las letras!
2 comentarios:
Aunque ajena al paisaje urbano nocturno santanderino, casi olvidado por la cantidad de tiempo que hace que no me sumerjo en sus oscuras profundidades, me alegra de que hayas salido con intención de disfrute y de recuerdos de viejos tiempos.
En otro orden de cosas te comento que ni me acuerdo lo que te dije por telefono entre sueños, pero al que va de romeria le pesa el otro dia, y mas con "dormilonas" como yo, ya sabes.
Besos de entrada en rutina ;)
Pues qué quieres que te diga. No hay que ver las cosas tan negativas, nene, ilumina un poco la mirada y verás también otras cosas.
Por ejemplo, me parece que sé de qué noche hablas, creo recordar que yo andaba por allá, y disfruté bastante, entre otras cosas de reencontrarte por la frivolidad de la noche, de ver de nuevo a David, de afilar un poco (lo justito) la lengua contra algunas decadencias de las que apuntas, del cinismo cortante de Foxie, etcétera.
Enjoy life, cari.
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