Es curioso. A veces vamos como borregos y nos quedamos en la superficie de lo que nos muestran. Nos cuesta escarbar y practicar la búsqueda del más allá. Por eso cuando te ponen en bandeja negarse es imposible. Es lo que me ocurrió anoche, cuando el arte más independiente y surrealista de mi ciudad provinciana propició un encuentro particular para conocer y reflexionar sobre la movida. Y es que por mucho que se haya generalizado ese concepto sobre lo que eclosionó en los ochentas capitalinos, el resto de rincones de la geografía cañí no se quedaron atrás en cuanto al musiquerío, los estilismos cutrelux, las actitudes por encima de las formaciones y demases. Así que esta tierra infinita no fue menos y tuvo su pléyade de exponentes que navegaron con una marejada cultural insólita y necesaria.
Un documental y un recorrido en fotogramas de aquellos tiempos nos permitió a los más jóvenes, aquellos que en la época no éramos casi ni zigotos ni proyecto de ello, a conocer lo mucho que algunas mentes subversivas hicieron por liderar las corrientes particulares de libertad y libertinaje. Todo con kilos de morro y sobredosis de moral escénica. Por mucho que sus resultados fueran pobretones su objetivo de crear y alterar siempre lo cumplieron con creces. Fueron auténticos agitadores de su masa, que si bien minoritaria supo trazar su horizonte y sus espacios indiscutibles. Siempre con el afán de agradar y agradarse.
Genial fue el discurso de Pablo Hojas, fotógrafo omnipresente y necesario que encandila con su estilo de sapiente irredente y despistado de la vida. Olvida todo pero no pierde nada. Su esencia es única y me contaba que la alimenta con el espíritu de los más jóvenes, de los que extrae lo mejor, dejando de lado a los carcas de su quinta que sólo hablan de las frivolidades politiconas. Él prefiere saberse el gurú de los subalternos, de los emergentes que se empapan de sus vivencias al límite y sus imágenes al máximo.
Y en aquél contexto, rodeado de gente impropia me sentí dentro. Fue curioso. Cómo sin saberme uno más, en realidad lejano, conseguí una incorporación al universo de la movida, de sus gentes, de los bohemios que luchan contra la marabunta. En su sencillez o hiperrealidad está su gusto y la posibilidad de adherirse. Como la capacidad de construir en la nostalgia un presente que nos abruma a algunos y que siempre vuelve para quedarse. Todo en una espiral sin fin.
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