miércoles, septiembre 29, 2010

Con piquetes en el corazón

Tuve que pedir cita con semanas de anticipo. Esto de la huelga ha desatado las alarmas de la duda o la indiferencia. Otra vez más el equilibrio se antoja imposible. Me atendió una secretaria competente, conocedora de los cauces comunicativos y eficaz como pocas. Con una sonrisa que traspasaba el hilo telefónico me convenció para esperar. ¿Merecería la pena? La mismísima Sindy Cato escucharía mi relato y podría arrojar luz sobre mis ruinas. La largura de mis uñas fue inversamente proporcional a las horas de ansiedad. Hasta que llegó el día, seleccioné uno de mis trajes de corte clásico, camisa blanca, corbata negra y actitud doliente. Superado el protocolo me hallé ante el habitáculo más vanguardista que mis retinas pudieran recordar. Poco propio de una diosa de la ayuda sin fronteras. Me senté frente a ella y comprobé que las expectativas siempre son producto de la ficción encantada de la hipérbole. Era una mujer menuda, segura pero con un hilo de amargura en su mirada. Ni una foto en el despacho, ni un vínculo emocional. ¿Era el precio a una lucha sin cuartel?
Me propuse ser conciso y relatar mi situación laboriosa sin rodeos. Las cosas estaban tan mascadas y mareadas que era fácil caer en lugares comunes y patetismos que Sindy no estaba dispuesta a escuchar. Tenía antecedentes, porque sentí que ella volvía cuando yo iba a un rincón de mi malograda posición. Escuchó, refutó, bufó, suspiró... Su rostro era el poema de una mujer comprometida. De pronto una lágrima densa se posó en una de sus mejillas. ¿Qué había pasado? ¿Había hecho algo mal? ¿Por qué? Negó. Y asistida por unas fuerzas de titana solchó el speech de su vida...
"Sabes qué pasa... No aprendo. Y perdona este momento, que estamos aquí para ti. Pero pienso que todo esto no tiene sentido. Perdemos fuerzas en historias que no dependen de nosotros y perdemos el valor de lo importante. En mayúsculas. Ahí sí que nos quedamos en servicios mínimos y cometemos el error de restar, de olvidar, de postponer... Y así acabamos vacíos, desorientados y frustrados por no alcanzar jamás una felicidad que nos niegan y, en realidad, nos negamos...".
Comprendí que de nada sirve llegar lejos ni tener un nombre si todo eso implica un desorden vital, una ruina emocional deconstruida por ambiciones, anhelos y sueños. Tendremos que ser más terrenales. Y acabar todos como yo aquél día, llorando sin consuelo en aquella habitación minimalista, consciente de que los piquetes no amenazan en el polígono sino en mi corazón. Y son violentos...

domingo, septiembre 19, 2010

Reino cotilla

Lo sé. Soy débil. Y con poses de adolescente incurable. De ahí mi vínculo irrefrenable a bebidas púber y a series marcadas por el acné y la tontería supina. Mi último descubrimiento -tardío- en materia culebrón tvaholic es Gossip Girl. De casualidad me topé con este folleteen donde el cotilleo se encumbra a la categoría de necesidad vital. Con la maldad adosada sin remedio. Y las brujas como diosas del imperio de los chismes, los trapos y los chulazos. ¿Quién no ha soñado con ser el rey/reina del mambo? Tener una corte de adláteres encantados de cumplir deseos y chiquilladas. De despertar suspiros a cada taconeo o paso feroz... Es humano querer verse en la diana para bien o para mal, a sabiendas que los tronos siempre provocan estas filias y fobias con efectos incalculables.
Desde que tengo uso de razón supe que la materia chismosa formaría parte de mis básicos. Y así lo he ejercido con tenacidad, dando motivos a la sin hueso para cortar trajes deshumanizados a la vez que retorcer historias. Porque para qué engañarnos, la exageración es justa y necesaria en toda cadena cotilla. En ningún epicentro social me faltó compañía ni ganas para compartir informaciones ni exclusivas. Más o menos mordaces, más o menos fuertes, fuertes, fuertes... Pero siempre he encontrado los medios para parlotear a destajo sin descanso. Puede que el saberme sujeto recíproco haya ayudado a mantener en el tiempo la práctica charlatana.
Y es salir una noche (anoche) y entender que el cotilleo incluso sobre los desconocidos es un arma de destrucción masiva que sirve para parapetarse de los horrores sociales que la jungla urbana nos depara. Se ve cada cosa en formas, maneras, vestimentas, caras, gestos, bajezas que sólo inspiran equilibrios viperinos y bilis por litros. Así que Reina Cotilla, te estoy esperando. Sólo puede quedar uno...

martes, septiembre 07, 2010

Ni sin

A veces las sumas no me cuadran. Las verdades se me agolpan y los instintos más básicos se me mezclan con las necesidades bien resueltas. Puede que los seres dependientes al carecer de confianza no sepamos construir bien nuestro mundo. El yo se nos queda corto y pecamos de otra cortura al depositar en los demás tanto que se antoja empacho. Pero de ahí a desdibujarnos del todo y ser marionetas de los otros me parece un peligro. Vivirlo, sentirlo y padecerlo puede resultar fatal. Lo veo y pienso lo triste que es hasta dónde somos capaces de llegar, de enfangar realidades con tal de reforzar al manantial de subsistencia. Es una adoración roída en obsesión. Y qué hay del sujeto altarizado que se endemonia sin remedio... Pasa a vivir este surrealismo inquietante. ¡No puedo más! Cuánta careta espera una patrulla basura.
Mientras, ni sonrisas, ni avances. Sin ilusiones, sin frenos. Encerrado en lo cotidiano que no me pertenece. Echando de menos lo simple de un latido feliz. Pero el tiempo niega, el hecho condena. Y los ogros facturan sin responsabilidad. Vivir para contarlo.