viernes, enero 25, 2013

A la contra



Vivir sin complicación nos resulta aburrido. Por eso nos afanamos, día a día, en intrincar nuestra realidad. En torpedear el supuesto camino a la felicidad. El estado meta, el mismo que sin verdadera implicación luego pierde todo el sentido. Porque sabemos que la vida son momentos, pero nos engañamos ansiando un pasaporte infinito al bienestar. Pero los giros del destino no son una construcción mental, sino puritita verdad. Aunque, casi siempre, somos nosotros los únicos responsables de tal o cual situación. Estos días me llama la atención cómo el amor sigue siendo un auténtico circo. Amantes por estrenar, amados asqueados, enamorados de corazón limpio, embrutecidos que desincronizan los latidos, falsos querientes y ninguno se pone de acuerdo. ¿Por qué? Quizá porque no nos interesa la facilidad de una pareja bien entendida. Siempre aposté por las cuatro letras, hubo tiempos en que perdí los nervios por su esencia escurridiza y ahora más que nunca desoigo su necesidad. No niego las ganas de construcción a dos, pero siempre bajo unas condiciones inflexibles. No estamos para tonterías. No pondré de mi parte, pero tampoco silenciaré el vacío. El miedo no siempre es libre, a veces es el mayor prisionero. Lo es él en sí mismo y quienes lo arrastran. Tantos como rechazan lo que tanto sufrimiento les causó. Son incapaces hoy de positivizar cualquier hecho amoroso. Y se convierten así en víctimas de su propia angustia, dando bandazos o entregándose a la confusión como salida. No quiero eso, me quiero a mí. Y sé que las prisas no me van a ayudar. Habrá sentimientos enfrentados pero, por una vez, quiero ganar esta guerra. Contigo (a quien corresponda). 

martes, enero 15, 2013

Palabras al borde de un ataque de... positividad



Surgió por casualidad. Como un ejercicio divertido y un regalo diferente. Convocado a un 'Amigo Invisible', sin destinatario previo y con la premisa de ser pretendidamente personal, opté por la originalidad como sello. Y tres ideas a envolver. La primera, una selección musical para despedir el mundo (entonces aún se daba por cierta la profecía maya); con temazos como 'Se Acabó', de María Jiménez y 'Fin' por título recopilatorio. De segundo, un puzzle-postal con el Palacio de la Magdalena roto en mil pedazos y con premio final al arquitecto improvisado: una visita guiada por Santander, novia del Mar. Y amante de tantos. El trío era en sí lo más simbólico, lo que más me ilusionaba como creador. Convertí un cofre de madera, artesanía de quienes desconocen su valor y celebran su hoy desprovistos de sueños, en 'La Caja de las Palabras Positivas'. La suma de letras resulta evocadora, inspiradora y mágica. Por eso me afané en listar aquellos términos y expresiones que aúpan, sostienen, equilibran, magnifican, dan sentido a nuestra realidad. La antítesis a esos vocablos feos, machacones, invitados sin modales, cargantes y descafeinados. Cuidadosamente en tipografías varias plasmé las palabras en el lienzo blanco de unos cuantos folios, refugio perfecto de historias y proyectos. Una vez impresas, recorté una a una con cuidado preciso y fui depositándolas en el interior de su nuevo hogar. Un cartel identificador bastó para rematar el simbolismo que aquél pequeño rectángulo encerraba.

Llegó el momento de la entrega a ciegas, ante una audiencia bastante desconocida. Preso del miedo a resultar excesivo, a la par que pedante. Pero encantado de hacer valer la fuerza nominal, de sustantivar en positivo este momento dantesco. El destino (una palabra privilegiada en la caja) quiso que el lazo de mi intimidad cayera en buenas manos, las de una compañera de profesión que justamente me presentaron ese día regalado. Su sonrisa fue su mejor gracias. Pareció disfrutar de la colección letrada, pensada para una terapia personal o como recurso de entrega a los sujetos desairados. Muchas veces resulta curioso que quienes más nos revolcamos en el ejercicio de la palabra nos olvidamos de refugiarnos en ella(s) para sobrevivir. 

Tras la aplaudida entrega mascaba mi éxito como 'cajero' de la positividad. Ajeno a mi propia verdad, era yo quien más necesitaba esos trozos de papel enérgicos. Por suerte hay quien desde la sabiduría me recoloca y abrió los ojos a mi vacío léxico. '¿Has pensado en hacerte una...?', dijo con la levedad necesaria para no resultar imperativa. Caí en mi propia torpeza y subsané tamaña ausencia. Repetí la misma acción, cargado de espíritu y feliz por saberme dueño del arma de construcción masiva: la palabra. Esta vez opté por otro tipo de recipiente, más pop-art, en mi línea estridente. Una caja de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', para recordar el Peeeedro que hay en mí. Cada día, desde entonces, abro su tapa y buceo a ciegas entre el contenido hasta sacar una de las inquilinas de mi amiga. Y, a diario, me sorprendo por lo que son capaces unas pocas letras. La lección cotidiana es enorme. Hay días que me lo repito como mantra, otros que lo reflexiono en forma de 'tuit'. Pero lo más importante es que 'La Caja de las Palabras Positivas' consigue hacerme olvidar que los días son copias. Porque siempre nos quedará la palabra. Y la mente para conjugarla.

martes, enero 08, 2013

Trece



Hoy no es un día más. En realidad ninguno lo es. Pero esta fecha marca el inicio real del año 13. La rutina, esa prima venida de Cuenca o más allá se instala hoy para quedarse en nuestra silla de oficina, en el sofá o donde encuentren sitio sus prominentes posaderas. Es tan suya que más vale no contrariar sus designios y apechugar con su plan de habitanta imperfecta. Porque no vale engañarse, los propósitos que, en lista o no siempre escribimos, se desinflan al pasar unas semanas y nos quedamos reducidos a la misma realidad archiconocida. Esa que algunos se empeñan en decir todo el rato (pero todo el rato) que es perfecta y felicísima; la misma para otros pero en modo drama, de bajón constante y ojera incrustada. Muchas veces no sabemos lo que queremos y, mucho menos, lo que tenemos. Y así bailamos, entre la confusión y la angustia, olvidando el verdadero ejercicio: vivir. Hemos pisado días de excesos, de medias sonrisas, de felicitaciones absurdas, de estilismos imposibles, de conversaciones olvidables, de resacas memorables, de colas que ni Nacho Vidal (para comprar o no)... Sumamos pero en saco roto, porque cuando todo pasa únicamente pesamos de más en la báscula. Tenemos la capacidad insólita de olvidar y encaminarnos a nuevas frustraciones, sinsabores, retos (oh, qué intrépidos), pero en la carretera nos hemos dejado unos cuantos tequieros pendientes, unos abrazos de terapia o unas palabras necesarias. La incapacidad emocional no nos preocupa (ni ocupa), malgastamos la energía en aprender un baile ecuestre que hace de oro a un coreano. Así nos luce el pelo. Yo desde aquí proclamo que quiero cambios, y sé que con un discurso no es suficiente. Hay que mojarse y hacer del objetivo una obsesión. Implica altas y bajas, momentos oscuros, dudas no siempre razonables, encararse a miedos y fantasmas varios... Pero merece la pena, porque nuestro mejor yo siempre está por escribir, mirarse al espejo y sonreír. ¡Feliz Año! Vive, siente, crea y quiere.