Prefiero no revisitar mis palabras. Me llevaría más de un
susto y tendría que asumir una incoherencia tras otra. Y es que los días
impulsan ideas y filosofía por teclear, que con el tiempo resulta poco
asumible. Siempre he defendido que quería ser mayor. Muy mayor. Con la idea de
vida estable que la realidad niega. Tampoco confío en los repeinados y maquilladas
de campaña. Érase una vez carne de botar (con b intencionada). En este momento,
envidio que mi hermana empiece, en breve, una etapa única y estimulante como es
la universitaria. Me cambiaría por ella sin pensarlo. Volvería a estudiar
Comunicación y repetiría algunos errores. Sólo algunos, porque otros los
borraría con fruición. Me replantearía decisiones, cuestionaría muchas
relaciones, rebajaría determinadas pasiones y, todo ello, sin perder mi
esencia. Si es que la tengo… Estoy en un momento raro, así en general. Dudo de
dónde vengo y más hacia dónde me encamino. Sin tener nada claro, salvo una
cosa, que me gustaría alcanzar un poso de tranquilidad que mis días no tienen.
Me frustro por nada, me machaco sin remedio, balanceo entre el bien y el mal,
vaciando la casilla de la confianza. Muchos argumentos se pierden por el camino
viendo surrealismos, sufriendo gestiones pésimas, aceptando estercoleros para
pagar facturas. La luz se aleja y el ánimo mengua. Nos imponen quedarnos en lo
superficial y mirar hacia otro lado, para negar las consecuencias patéticas de
quienes han decidido peor. Y sí, tan pronto me siento víctima como decido
airear la capa de superhéroe. La misma que me llevo a parar y contemplarlo todo
desde lo alto de mi rascacielos personal. Esa que me enseñó a desplegar otra
campeona, diosa de las palabras y las miradas cómplices. Ella me esperaba al
otro lado de la mesa, donde hasta el mayor imposible era posible. El tiempo
solidifica recuerdos, al tiempo que convierte las sensaciones en material de
archivo. La pena es que no pueden desempolvarse así como así. Porque me
encantaría recuperar unas cuantas y deshacerme de tanta tontería.
viernes, mayo 22, 2015
martes, mayo 05, 2015
De Jesús a Hermida
Ayer las palabras, las mismas en las que se recreaba, se
quedaron en shock. Se marchaba el maestro de contar historias, el gran
prestidigitador de la realidad. Se iba Jesús Hermana y con él, una parte
fundamental de la historia de la televisión en España. Quienes amamos este
medio nos quedábamos huérfanos hace tiempo, desde que su pelazo entupetado
abandonara la pequeña pantalla. Pero ahora, al saber de su marcha, el vacío se deshacía
en titulares. Su genialidad era homenajeada por tantos compañeros, muchos de
ellos su auténtico legado profesional. Porque fueron cien por cien obra suya.
Hablo de las chicas y los chicos Hermida, cuyos nombres y apellidos sobran en
este texto, pues nos viene a la cabeza su foto de familia, sus especiales con
las mejores galas… Hubiera dado tanto por aprender a su lado y llenarme hoy la
boca diciendo ¡gracias, maestro! Pero he reconocer que aprender, aprendí, desde
bien pequeño postrado frente al televisor, empapándome de sus modos de hacer,
de su espectáculo de lo cotidiano, de su grandilocuencia bien entendida. Ese
cabecear, esas frases extendidas con genial hilaridad. Conseguía hipnotizar con
aquello que transmitía. Trajo a España los grandes formatos matinales, auténticos
shows, donde todo cabía en perfecto equilibrio. ¡Y en directo…! ¡Ay, el
directo! Cuando la vida me puso la oportunidad de hacer tele, salvando las
distancias, me inspiró lo mucho que había captado de su esencia. Magazine, qué
gran palabra, tan denostada por muchos y valientemente defendida por su
capacidad de comunicador innato. Nos hizo viajar a la Luna, sacó los colores a
personajes de la Historia, demostró que el Periodismo se podía escribir en
mayúsculas. Sin despeinarse cuando tenía que sacar a relucir su cara B, la de
showman, que lo mismo montaba un teatrillo que cantaba a su manera. Quienes hoy
ocupan los grandes medios, en realidad, quienes hoy ocupan los despachos de los
grandes medios (y otros tantos pequeños) bien debían aprender de un hombre
íntegro, profesional, capaz, decidido, innovador… Pues quienes vamos a su
compás arrastramos sus miserias y no entendemos que nuestro sueño de contar
historias, el que tan bien cumplió Jesús, se desinfle. Nos merecemos más
ejemplos como él, atrapando a las cámaras y a los televidentes, amigos en la
distancia. Se coló en nuestras casas tantas veces, hasta convertirse en casi uno
más que, al decir adiós, se dice, se cuenta, se rumorea que se te echará mucho
de menos, Jesús.
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