Era un niño cuando veía a Jesús
Gil en un jacuzzi, de lo más surrealista, rodeado de mujeres florero, cuando no
presumiendo de su caballo Imperioso. Decía que era político y tenía mucho
poder. Demasiado. Lo que entonces parecía una majarada, un absurdo sin sentido,
hoy se ha convertido en la definición mayoritaria de la clase gobernante. La
escenificación será diferente, en un plató de palmeros, dándole a una tuerca de
dudoso engrase, en un sofá junto a un folclórico de la ranchera… Efectivamente,
el contexto cambia, pero el fondo, denunciable e indignante, permanece. Hace
tiempo concluí que la clase dirigente era de dudosa confianza. Conociendo a
algunos en las distancias cortas lo pude confirmar. Salvo honrosas excepciones,
qué ego, que tontería subida, qué poco contenido… ¿Y son ell@s quienes nos representan?
Mal vamos. Los casos de corrupción se suceden y estoy seguro que sabemos una milésima
parte del todo. No podríamos asumir el estercolero de despachos, sobres,
cheques, trajes, regalos, cenas… Por no hablar de los enchufes. Si hubieran
llamado al gremio de la electricidad para conectar correctamente los fusibles
que tantas veces manipulan, sería la categoría profesional más económicamente
activa.
Es una vergüenza, en estos momentos asistimos a un país ingobernable,
donde el tira y afloja puede más que el bienestar ciudadano. No hay capacidad
real de pactar, porque sus intereses están muy por encima de las gentes que
cada mañana se levanta a poner las calles, se esfuerza en sacar adelante a los
suyos. Ellos, cuando no tienen sueldos vitalicios, se las ingenian para ‘colocarse’
en hiperbólicos consejos de administración. Tengo claro que necesitamos unos
mandamases capaces, de ahí que mi utopía sería apostar por gestores
acreditados, que pasen cribas estrictas y sean avalados por su experiencia. Esa
que llena los CV de verdad, no a base de humo vacío. Reconozco que tenemos gran
culpa de lo que ocurre, que hemos dejado manga ancha a unos y otros. El
panorama, al menos, incluye hoy partidos nuevos, pero más pronto que tarde se
contagian de muchas necedades de los viejos. Somos los ciudadanos los que
debemos alzar, sin dudarlo, la voz. Tomar las calles y llenar las urnas.
Exigir, demandar y proponer los cambios reales, que tanto necesitamos. Lanzar,
sin más, la queja al aire, no sirve de nada. Accionemos nuestra verdad, para
sacar a relucir tantas mentiras que son imperdonables. Subvenciones para
quienes están sufriendo, no para estos encantados de conocerse. No es justo.