viernes, noviembre 30, 2012

Diógenes emocional



Hay síndromes que van contigo. Que te acompañan e incluso llegas a reformular. Todos sabemos lo que es el Diógenes, hemos visto imágenes de asaltos a casas putrefactas, dejadas de la vida y de lo cotidiano. Algo dio un giro en las cabezas de sus víctimas y se convirtieron en desperdicio sin conciencia. Una pena, como lo sigue siendo el tratamiento de las enfermedades mentales, tanto a nivel mediático como popular. Caemos en tópicos burdos, definiciones vacías, hacemos chiste del tabú. Pero nos conformamos con el argumento constante de ‘así somos’. Presos de nuestra paletada por bandera. Aunque retomo, me posiciono y asumo mi problema, que lo es, con el afán por acumular. Con tres manifestaciones básicas: ropa, papeles y sentimientos. No es un juego, es un auténtico drama, porque lo mismo me duele en el alma deshacerme de una prenda mítica, que de un papelajo caduco, que de una emoción personificada. Su suma se antoja asfixiante y excesiva. Y esto supone una barrera constante, un museo de los horrores y los errores que me acompaña sin remedio. Porque no soy capaz de ponerlo. Las cosas pueden ser reemplazadas para bien, pero las personas difícilmente. Todos han tenido un papel intransferible, han contribuido a la mejor versión de mi mismo. Y por mucho que haya soltado lastres mantengo archivos imborrables. Admiro a quien camina con levedad de equipaje, capaces de resetear y eliminar ad infinitum. Yo trato de sacar la cabeza entre la basura. De pisar el pasado y mandarlo al reciclaje oportuno. Pero me cuesta, porque me duele hacer vertedero de lo que fue imprescindible. Agoto mis espacios y canalizo malamente toda esa carga. Supongo que de liberarme sacaría muchas cosas buenas, daría opción a la reescritura plena, pero me da miedo el hacerlo y afrontar el vacío. Así que sigo en mi acumulación imperfecta hasta que alguien me rescate. Si me veis en las noticias alegraros.

miércoles, noviembre 21, 2012

Échame una mano Primark



El apocalipsis de la moda. El acabose de los armarios y cajoneras varias. Hay fechas que marcan un antes y un después, pues anoten. 21 de Noviembre de 2012. Primark abre sus infinitos metros cuadrados de moda low cost en Valle Real. Y lo que allí sucede es del todo irreal. Hordas de adolescentas ninis por definición propia, madres embutidas encantadas de ampliar sus básicos, abuelas despistadas pero con olfato de ganga, metrosexuales de saldo y mariquitas de ego pobre, autodenominadas bloggers y modernuquis que hacen de la fusión cutre y deluxe un nuevo concepto, consumistas en general con poco que hacer y mucha etiqueta que rascar… Un universo de zombies embolsados hasta el alma. Porque por unas horas la palabra crisis se ponía entre paréntesis y se sustituía por compras. Y más compras. Y más compras. Barato, barato. Pero todo suma. Y resta en cuenta (corriente o ausente). Horas de espera, ansiedad compartida, vigilantes vigoréxicos, inquietud mediática, un totum revolutum para unos cuantos, en concreto 218, los elegidos. Los suertudos que pasaron la criba de los 10.000 aspirantes a dar vida a tanta ropa. Dicen que de ellos más de tres cuartos cambiarán las colas del paro por las de sus clientes agónicos. Su uniforme negro previopago contrasta con el universo colorín y brillante que les dará cobijo en dos plantas (que deben hacer la fotosíntesis por sí solas). 

Lo que un día fue cultura en pantalla grande hoy se ha convertido en estilismos de ocasión. Y tan contentos, porque el frenesí pasaba rápido y espasmódico como un orgasmo olvidable. Pero el resultado se medía en peso, el de la bolsada que con sonriente felicidad paseaban de vuelta a su mundo. Quizá algunas esperaran tres horas de cola (sin pegar) para comprar unas bragas. Y ya. Bien lo valdrán para ellas. La ingenuidad de su gesto cateto despierta hasta ternura. Como las caras de sopor y miedo de quienes defendían otras tiendas. Han ido a la carrera proponiendo descuentos y sacando saldillos para compensar al gigante. Pero su voracidad es tal que la respuesta colectiva era de vacío, de olvido. Una guerra perdida. Una inmensidad negada en pro de lo nuevo. Suele pasar, como cuando en una pandilla llega carne fresca y roba las miradas conquistadas. Aquí lo mismo pero con algodones y patrones cuestionables, de uso y poco disfrute. 

Las primas corren el riesgo de quedarse sin nada. Lo fashion nunca despertó tanta expectativa. Curiosamente la tienda blinda los probadores a usuarios únicos, aquí no valen asesores ni opiniones de amigas malas. Las mismas que te dicen que te queda genial y luego se aprovechan de tu ridículo para granjearse a los churris. Nada de nada. Uno mismo debe valorar lo idóneo de tal o cual trapito. Siempre que los espejos no engañen y eliminen michelines cual PhotoShop. Está por ver. El resultado de tanta pasión primaria y poco marquista será un uniforme colectivo. Conoceremos lo poco o lo mucho que se gasta el vecino en vestirse. Y olvidaremos la personalidad en beneficio de lo económico. Queda pendiente resolver la ecuación más pija. ¿Robarán aquí algunas señoras finas como lo hacen en los mercados calés? ¿Posará Tamara Falcó en el ¡Hola! con uno de sus pijamas estrella? Sin olvidarse de Falete, ¿adaptarán su moda a sus exigencias? Corporales y excéntricas. Lo de hoy es sólo el principio, el show de la moda debe continuar y los vestidores hacer hueco. ¿Me llevas las bolsas?

lunes, noviembre 12, 2012

Papeleta



Ni el peor de los pesimistas nos hubiera escrito este mal cuento. Pasamos las páginas de los días con la intención de hacer olvidable la suma imperfecta de hechos, palabras y personajes. Dormimos con la intención de despertar en otro contexto, de sonreír sin complejos y olvidar este descenso a los infiernos. Por mucho que digan que de todo lo malo se saca algo bueno cuesta creerlo con tal panorama. Hablan de generación perdida, pero yo diría que es la ilusión lo que se ha quedado en el camino. Y es triste, porque uno siempre necesita ese impulso para continuar en la lucha. Pero dado el momento y el surrealismo perpetuo no se encuentran motivos inspiradores. Todo lo contrario. Se suceden las malas noticias. De hecho es todo un reto encontrar actualidad en positivo. Porque en momentos así, todo se tiñe de oscurantismo, duda y miedos. Algunos siguen afanados en poner en solfa la realidad, aprovechados sin conocimiento objetivo de escrúpulos, encantados de conocerse y de pisar. La lucha bien y mal se remonta al origen de la humanidad y se ha apoderado de los cimientos sociales. 

Los políticos son la peor caricatura de sí mismos. Y los ciudadanos quedamos reducidos a sus desaires. Spas inoportunos, declaraciones de lengua floja y moral lapidada. No hay derechos, sólo malos tropezones de pie izquierdo. Esto intolerable soportar la mala baba de muchos, la empatía bajo cero, tanta nula solidaridad. Vivir así es morir de desolación. Pero tampoco es cuestión de flagelarse y caer en el victimismo. Creo en la mirada cruda y descarnada de la vida misma, pero enfangarse en el estado de las cosas solo depara más de lo mismo. No al quietismo y menos al mudismo. Necesitamos reacciones, líderes capaces que salgan de lo cotidiano, que crean en una construcción justa del esqueleto sociopolítico. Sabemos que hay que pagar muchas vajillas rotas, pero no podemos permitir que las sigan estampando contra nuestras caras como tartazos. Esto no es una broma, es una auténtica papeleta.