Hay necesidades que no se expresan con palabras, que se
acumulan hasta hacer peso y entonces se convierten en una carga insoportable. Eso
mismo fue lo que me ocurrió a mí con las vacaciones. Había olvidado la última
vez en que hiciera, de verdad, las maletas para escenificar una ida con fecha
de vuelta y un paréntesis de los reales. Motivos laborales, cuando no
personales, impidieron este tiempo atrás la huida, tan común, hacia territorios
de felicidad de postal. Nunca me instalé en la queja, ni en la comparación
dramática, es más, mi adicción total al trabajo me ancló irremediablemente a
esta ausencia. Este año, superado por la realidad, me debía la desconexión.
Barajé opciones y, pese al escaso entusiasmo inicial, me decanté por descubrir
el Sur. Un plan de amigos y todo el tiempo del mundo eran la excusa perfecta
para asegurarme una aventura inolvidable. Y así ha sido. Un contexto tan
explotado como surrealista ha sido el refugio para una suma de días en los que
nos movimos entre dramas y comedias, parafraseando a Fangoria. Vivimos
situaciones inverosímiles y hasta de película de miedo con muertes (de un
perro), sangres, gritos y violencia, que temimos dieran al traste con nuestra
huida hacia/de ‘el Levante’. Tantas horas robadas al sueño en un autobús por
carreteras secundarias hubieran sido una auténtica pérdida.
La mayor parte del tiempo estuvo dedicada a un rincón que
nunca fue de mi especial simpatía y ponía en riesgo mi satisfacción vacacional:
la playa. De pequeño me recuerdo jugando en los arenales cántabros; superando,
incluso, un episodio de arenas movedizas, con ‘miniyo’ absorbido sin remedio,
pero con los años cogí manía al ejercicio de tostarse al Sol y pasar jornadas
de veraneo con sombrilla, cremita y nevera fresquita. Ha sido justo lo que
hemos hecho, entendiendo, a la perfección, las necesidades del grupo. Aún así,
no he sufrido tanto (como Geno) y me he dedicado a construir, imaginariamente,
vidas ajenas, cuando no a criticar sin piedad, lo reconozco. Y es que los
estilismos han dejado mucho que desear, especialmente los de ellos, entregados
al ‘vicevercismo’ de cortura absurda y músculo apretado. Sin duda, mi parte
favorita ha sido realizar entrevistas en profundidad. Desde los taxistas a los
relaciones públicas de los ‘garitos’ de noche, con los que llegué a entablar
una cercanía insólita. De repente, en unos pocos días construyes unas rutinas,
unos cómplices que se antojan tu vida, olvidando (casi) los orígenes para
entregarte, por completo, al hogar ocasional. Hasta llegamos a conocer a una
prestigiosa bloggera, de las que suman sin restar, sonríen sin photocall y
demuestran que hay esperanza y contenido en el mundo de la moda.
Las vicisitudes de apartamento para cuatro, primero, seis,
después, dan para novela. El resumen es que hay que tener mucho cuidado con las
alemanas que homenajean a Massiel y se olvidan de los inquilinos de ocasión.
Duchas frías, fugas, desinformación, qué poca precisión en las formas y cuán
rentables salen estas casas de habitantes fugaces. Menos mal que nos lo tomamos
todo con una guasa importante, que nos dimos a los ritmos, los selfies y los
consejos healthies. Y es que los días de vacación son para eso, para escuchar
una canción tontuna, que se pega como los bañadores de lycra y para comentar
con el grupo las bellezas al agua. Las risas sientan tan bien como los colores
flúor y los atardeceres son el mejor reflejo del alma, que necesitaba contenido
nuevo. Y de cierre, una visita en ruta con una compañera de vida, que hace
tiempo optó por establecerse en la distancia sureña, siguiendo el puerto de su
amor. Mi conclusión principal es que no me ha impresionado ni enamorado el
destino, quizá sea por mi rancismo de manual, pero esa necesidad que esperaba
su momento no podía encontrar mejor ejercicio de hechos y protagonistas.
Gracias a mis cómplices, que me dieron tanto y a este Norte, que desde la
distancia me demostraba su importancia vital en mi construcción como ser. Un
ser(gio) que siente y se siente ahora con fuerzas y energías para afrontar un
otoño que espero sea agitado y revelador. Prometo contarlo.