domingo, diciembre 31, 2017

Episodio 20.18



Con ganas de que acabe esta película y se estrene el episodio 20.18. ¡Suerte y a la vida!

¡Feliz 2018!

domingo, diciembre 24, 2017

La pregunta del millón...



¿Qué es la felicidad? Si te lo preguntan cuando pasen estos días, seguro que encuentras una buena respuesta. Con mis mejores deseos…

¡Feliz Navidad!

sábado, diciembre 09, 2017

Imperfectos conocidos



La promoción de ‘Perfectos Desconocidos’ cuenta mucho (demasiado) de la trama de esta película de Álex de la Iglesia. El mundo de la pareja, expuesto frente a las miserias y mentiras humanas. Quizá no sea el mejor resumen, pero sí el trasfondo sobre el que se articula este remake de origen italiano. Con unas interpretaciones muy ramplonas y ciertas concesiones a la fantasía absurdas, mi sensación final fue de decepción. Diré que el desenlace me recordó demasiado a una serie cañí totalmente cuestionable. Eso sí, me quedo con los temas que se plantean, especialmente el mundo ‘interior’, que de exponerse nos abofetea, incluso de forma literal. Especialmente cuando se trata del amor. No corren buenos tiempos para la sinceridad, así que cumplir con los cánones de Disney es una utopía. Reconozco que nunca he entendido a la gente que opta por llevar una doble vida, acumular falsedades y pretender salir indemne. Puede que haya situaciones o contextos complicados en los que finiquitar historias, aunque la madurez y no la genitalidad debiera entrar en acción.

Ahora con todas las aplicaciones para ligar nos hemos convertido en objetos de deseo a lo fast-food. De usar y tirar. Así es complicado que el compromiso se solidifique. Quedan excepciones maravillosas, ¡hasta que el móvil demuestre lo contrario! Porque es muy cierto que se ha convertido en una prolongación de nuestras emociones y, en muchos casos, de las braguetas. El desafío peliculero de exponer nuestro ‘aparato’ al juicio público puede ser controvertido. Habrá quien no tema que la intimidad de datos se comparta, pero es común que el bloqueo tenga razones de peso. Es triste pensar que la razón de comunicación se pierda con nuestros seres queridos y la tecnología sirva como soporte para el zorreo máximo. Igual soy un señor antiguo, pero es que todo eso me parece vacío. Que la gente soltera puede actuar en libertad, aunque ese libertinaje vía wifi me resulta innecesario. Quizá cambie de opinión algún día, hasta el momento tengo claro el modelo emocional que defiendo y en él no tiene cabida esa hipocresía. Ni el despiporre como doctrina. He dicho.

La amistad también vertebra esta comedia negra, exponiendo que la confianza es justa y necesaria. De lo contrario no se puede definir como tal. Cada uno elige qué familia no de sangre con quien compartir la realidad. Se supone que en base a afinidades y cariño espontáneo. Hay que alimentar y cuidar esas conexiones, no echar capas de incomprensión. Porque si no puedes mostrarte tal cual con tu gente, hablar de corazón, incluso valorar los silencios, ¿entonces qué vínculo es ese? Que le pregunten al personaje de Pepón Nieto.

¡Que la realidad es imperfecta es de sobra conocido! 

viernes, diciembre 01, 2017

Quiere en positivo



¡Por un placer sin riesgos! Y, cómo no, por tantas personas que hoy no pueden contar que la maldita enfermedad sigue latente. Los avances médicos son una realidad, pero eso no justifica que hayamos bajado la guardia. Hace un año tuve ocasión de escuchar testimonios en primera persona, puse cara a la lucha contra el VIH y entendí que somos muy hipócritas. Que podemos lucir su lazo en la solapa sin pararnos a pensar en su realidad. Su batalla es diaria, los prejuicios no se esconden. Los miedos, menos. Así que está genial celebrar este día y que la Historia se siga escribiendo en positivo. Como su ejemplo.  

sábado, noviembre 18, 2017

Latidos que duelen



Recuerdo cómo temblaba. No podía articular palabra alguna. Nada que ver con el día anterior, cuando me contó ilusionada aquella cita. Hacía tiempo que estaba soltera y tenía ganas de conocer a alguien. A él. En buena hora. La versión encantadora se esfumó demasiado rápido. Se habían cruzado una noche y el intercambio de miradas accionó esas mariposas tan dormidas. Mi amiga no recordaba un episodio así y recreaba cada paso del cortejo. Una vez intercambiaron su atención fue el turno de las presentaciones. Eso sí, fuera del local, ajenos a los ritmos vertiginosos de la noche. La charla fluía y el compartir su número de móvil fue casi un juego de niños. De esos que te cambian el gesto a sonrisa tonta. Así relataba su fugaz hechos el uno para el otro. Después llegarían las charlas infinitas, con emoticonos como cómplices. Y la proposición formal de una noche a dos. El calendario voló, como sus esperanzas por sentirse princesa de su propio cuento. El mismo que empezaba con «Érase una vez», aquella en la que desaparecieron las pantallas y, por fin, se reunieron a solas. Él propuso recogerla en su coche y a ella le pareció genial. Confiada y atraída por la caballerosidad. Mi cara no dijo lo mismo cuando desgranaba el plan ‘romántico’. Quizá mis idas y venidas amorosas, con desigual éxito, me habían convertido en un malpensado. No dije más, era injusto que la bajara de su nube. Por desgracia, los hechos lo hicieron. Puntual esperó a que llegara el supuesto corcel y su príncipe ídem. ¡Maldito Disney!

Conociéndola, seguro que sus ganas de verse enrojecieron su piel y multiplicaron la verborrea. En eso nos parecemos demasiado. Entonces, tal y como contó, él calló sus nervios con un beso. Esperado o no, sirvió para resolver la tensión inicial. La ausencia de destino y los problemas de aparcamiento acabaron en su garaje. Lo que parecía una decisión espontánea se convirtió en una pesadilla. Era una plaza oscura y siniestra, con un cercado que fue proporcional al que impuso a su presa. Se lanzó bruscamente y ella se asustó mucho. Intentó zafarse, pero él la tenía totalmente bloqueada. No recuerda cómo se quitó el cinturón y peleó con aquella puerta, zarandeando al majadero con una energía tan escondida como sus intenciones. Cuando quiso apearse apagó las luces y no podía ver. Se acercó al portón y él reapareció insistente. Dice que susurraba a su oído su nombre una y otra vez. Tan cerca y en la penumbra ella se envalentonó y le empujó con todo su rechazo. Sacó el móvil y vio que no había cobertura, pero con la luz pudo encontrar cómo accionar el mecanismo y salir corriendo. No quiso mirar cómo estaba el susodicho, pero debía retorcerse de dolor. Asustada entre aquel entramado de columnas, localizó a una mujer mayor que justo estaba llegando a su plaza. La contó que el malnacido había intentado aprovecharse de ella. Resultó que era su vecina y sabía que era todo un pieza. Intentó tranquilizarla y se ofreció a llevarla a casa. Esta vez sí actuó la bondad de la perfecta desconocida. Entonces apareció él, hecho una furia. Encarnando la peor versión inimaginable. Entre frenazos y pitidos lograron zafarse de sus ojos coléricos. Entonces su salvadora recordó que los peores rumores precedían al violento. Y la animó a denunciar, si quería, el episodio. Ella estaba tan en shock que negó, sin pensarlo. Cuando me lo contó la insistí en hacerlo. Más cuando su teléfono no paraba de sonar y tenía mensajes amenazantes.

El garbanzo podrido demostró serlo sin miramientos. No fue agradable pasar por Comisaría y todo el proceso posterior. El maquillaje de aquella noche se fue, la angustia aún la siente. Sé que aún no lo ha superado. A todo esto mucha gente la juzgó, la llamó estrecha o buscona. Otros, insensata. Ella sólo quería vivir algo bonito. Puede que cometiera el error de esperar normalidad y enfrentarse a un monstruo. Historias como la suya y peores, incluso con finales trágicos, son una constante. La conciencia colectiva debe accionarse contra la violencia y personajes tan deleznables. Porque la realidad nunca debió superar a la ficción.

Relato basado en una historia real | ¡Basta ya de agresiones, acoso sexual y Violencia de Género!

jueves, noviembre 02, 2017

Siete más tres



Han pasado siete años. Parecen muchos, pero a su lado es como un suspiro. Como el aire fresco que siempre imprime a cada momento. Entonces apostó por un cambio. Por descubrir opciones en una tierra que sentía propia, pero sabía que no sería fácil. Nada impidió que se abriera un hueco irremplazable, en su destino profesional y en las vidas de quienes somos afortunados de tenerla cerca. Lo nuestro fue progresivo, una historia de amistad bien entendida. Compartíamos mucho y, poco a poco, sabríamos que la conexión era de banda ancha. Aún recuerdo cuando me ayudó con las maletas de una gran ilusión. No tenía que hacerlo, pero salió de ella el estar en un contexto tan señalado. Después han sido tantos, con mil motivos y siempre con sus consejos. Unidos a su mirada cómplice, observando y analizando para intervenir con corazón y cabeza. Es un gustazo ser público de sus realidades, aplaudir su crecimiento y entender que la autenticidad no se elige. En deportivas o subida a unos tacones. Acurrucada en el sofá o entregada al universo evento. No importa el lugar ni el cómo, a su lado la emoción está asegurada.

Sabe rodearse y es un placer compartir sus círculos más íntimos. Como en una serie de personajes adorables, donde pasa mucho. No siempre bueno, siempre de verdad. Tiene demasiado por escribir, porque su talento no conoce límites. Algunos sí, esos que ha transitado en el mapa del mundo. Fotografiando instantes y lugares únicos, absorbiendo la esencia de la curiosidad infinita. Me gusta que me abrace fuerte, sentir que todo irá bien mientras parloteamos de paseo por la playa, en su sofá o sentados en su coche. Cuando habla de su familia es puro brillo. Así se entiende que sea una bondad con patas y bien largas. Porque sus padres cumplen con su cargo y han educado a sus tres chicas en unos valores de nota. El ADN de este núcleo de la sangre se construye de sensaciones y juntos bordan el papel. Temo el día que me diga que hasta aquí, que cierra etapa y se aventura con la pasión a otra parte. Lo entenderé, pero me dejará un nudo en el estómago y un vacío con nombre propio. El de mi Marta, mi chica siete más tres. La suma de diez que no me canso de calcular. ¡Gracias por tanto! 

domingo, octubre 22, 2017

Así sentí 'La Llamada'



Hay historias que te encuentran. Eso me ocurrió con ‘La Llamada’. Aquella noche en el Teatro Lara entendí muchas cosas y, aunque borraría algunos recuerdos, agradecí haber sentido semejante chute de realidad. Al despedir la noche, me recuerdo caminando por las impersonales calles de Madrid, entre gentes, rememorando el texto de la obra y ocupando aquellas tablas. Nunca fui a un campamento de verano, pero volvería en el tiempo si me aseguran que se trata de La Brújula. No había telón, sí ilusión. El patio de butacas sumaba complicidad, ante la mirada curiosa de sus creadores, ‘Los Javis’. Hoy son referentes de una generación que busca, arriesga y rompe con los convencionalismos. Quizá no sean unos adalides de la intelectualidad bien entendida, sino todo lo contrario, ejerciendo de petardos felices. Entonces eran unos actores teen con escasa credibilidad. La misma que su valentía ha cimentado. Aunque habrá quien reniegue de su modelo de ficción, nadie puede obviar que son un fenómeno total. Aplaudo su genialidad, por inspiradores y necesarios. En tiempos en los que todo parece más difícil, que las oportunidades han de crearse y el conformismo es un lastre, estos chicos han vivenciado que la autenticidad es un mérito. Dudo que aquella sesión imaginasen todo el recorrido posterior, pero transmitían una pasión que bien vale un éxito. Su éxito.

Para alguien que se ha criado entre monjas y curas polifacéticos, el argumento era algo atractivo, incluso cercano. No es cuestión de destripar el desarrollo, sí de reconocer que sobre las tablas, con pocos elementos, lograron recrear unas sensaciones magnéticas. De ahí los cuatro años largos de lleno milagroso. El tránsito a la gran pantalla se antojaba enriquecedor. Ha pasado el tiempo suficiente para que maduraran su criatura y la pusieran planos certeros. Sinceramente, creo que lo han logrado. Otra cosa es que mi conexión con la esencia teatral me remitiera demasiado al origen. Anoté el 29 de Septiembre, su fecha de estreno, como un día muy señalado. Acompañado de mis particulares compañeras de ‘cabaña’, me lancé a la emoción. Estaba hasta nervioso. Todo hasta que apareció Macarena García. Recuerdo entrevistarla diez años atrás, protagonizaba un musical de instituto americano, en su debut como actriz. Era lo que vemos hoy, un talento andante. Su mirada justifica esta versión cinematográfica. Esos ojos que cuentan lo incontable. Esa gestualidad que atrapa, incluso en los momentos más inverosímiles. El tándem con Anna Castillo es un sueño. Dos visiones del mundo, la interpretación y tanta verdad juntas. ¡Qué maravilla! Bajo los hábitos, una enorme Belén Cuesta, que de revelación ya no tiene nada, es un figurón del cine. A lo Gracita Morales del siglo XXI, con tipazo. Acompañada de la más firme en la fe y en la comicidad Gracia Olayo. Perfecta su evolución de las galas noventeras con su hermana gemela (y venenosa) a este personaje muy ‘Sister Act’. Del protagonista masculino, elogiar la voz y ese regodeo en las lentejuelas. Spoilers, al cielo.

Las secuencias musicales suman y sirven para dar brillo a este elenco en gracia. El balanceo entre la comedia y el drama funciona. Es, de hecho, el sello de la casa del par de directores. Humanizan sus relatos sin maquillar lo patético, echándole sentido del humor. Lo han demostrado con su ‘Paquita Salas’, ahora estrellona de Netflix y las mechas a lo Terelu. Veremos qué sacan de la nueva hornada de ‘triunfitos’. ¡La Academia tiembla! Volviendo a la película, me resultó curioso cómo ciertas escenas despiertan risas entre el público. Plantea temas muy universales como el descubrimiento sexual, la superación, la amistad, el amor… No conforme con el primer visionado, repetí y volvieron las guasas nerviosas. Con mucha juventud en la sala me resultó chirriante, aunque comprendí que el mensaje era en positivo. Que educa sin prejuicios y presenta hilos de vida insólitos. Estamos faltos de esos puntos de giro. Reproducimos modelos y esperamos que el resto hagan diametralmente lo mismo. En cuanto alguien se sale del guion causa revuelo. Así que es necesario que haya esa fractura, una locura a toda pantalla. Lecciones importantes en diálogos que también lo son. Como cuando María Casado (Maca) pregunta «¿A que cambiar no está mal?». O cuando reconoce su lema vital ‘Lo hacemos y ya vemos’, single de su grupo Suma Latina. Porque entiende que «Si sale mal a otra cosa, pero lo has intentado». Que así sea.

Reconozco que cuando sentí la llamada necesitaba un milagro. Hoy quizá, más. Me cambiaría por esa niña que subida al autobús, antes de una excursión piragüista, mira a la protagonista desde la inocencia y se despide. Porque nada volvería a ser igual. Lo mismo que yo experimenté entonces y estos días peliculeros he revivido. Imploro a lo más grande. Me sé el repertorio de Whitney Houston y necesito que me pasen cosas. Estaré en una litera o donde sea, esperando a subir la escalera…

miércoles, septiembre 27, 2017

No quiero más ‘Chabelitas’ en mi vida



‘Chabelita’ Pantoja es una auténtica hija de su madre. Al menos ha heredado de la tonadillera la capacidad de encadenar escándalos y portadas del corazón. No había cumplido la mayoría de edad y una cuenta atrás presagiaba que en Cantora había un bombo y platillo de chismes. Ahí empezó su escarceo con la socialité bizarra, inaugurando los 18 siendo madre y con un machirulo de dudosa reputación. Desde entonces su vida ha sido una sucesión de hechos informativamente absurdos, pero de cuantioso cotilleo. Eso sí, dando un pésimo ejemplo como joven expuesta al público. Sin estudios ni ganas de llevar una vida activa, dando bandazos a golpe de exclusiva. Su madre poco podía reconducir la situación, rejas mediante, aunque se ve que la muchacha atiende poco a razones. Se gasta un genio importante, que no es directamente proporcional a su madurez. El caso es que el otro día se hizo un ‘Deluxe’, que no es ninguna salsa, sino el programa que costea el surrealismo patrio, su marido veinteañero. Un chico que aparecía devastado por las infidelidades (siete que supiera) y los meneos emocionales de la celebrity-teen

Su relato se elevó a la categoría de ‘imprescindible’ y los dientes de los colaboradores se afilaron hasta infinito. Con los euros frescos y el despecho en el ídem el insípido entrevistado repasó sus cuitas más vergonzantes. Y es que, al parecer, su mujercita no le ayudaba a superar la cornamenta, es más le torturaba con la dotación (genital) de los amantes. Todo muy rosa. Lo triste fue comprobar cómo pusieron sobre el plató un tema tan doloroso como el de la Violencia de Género. Con demasiada frivolidad se contaron chantajes con fotos explícitas, llamadas a la Policía, vídeos de arrepentimiento… Tremendo que se trate con tanta ligereza un drama nacional, con la cifra sangrienta de víctimas. Rotular el 016, número de atención a las mismas, no justifica semejante amarillismo. Tampoco pensar que alguien pueda jugar a extorsionar así a su pareja y asegurarse un titular de suculento cheque. Quiero pensar que la juventud actual no está tan intoxicada por tan patéticos rituales. El maltrato no se puede normalizar, como tampoco el burlarse de una persona y restregar la intimidad sin pudor. El amor es otra cosa. Puede que Isabel Pantoja no sea el mejor ejemplo, si es que ha contado todo su historial a su pequeña del alma. Su hermano, en fin. Ni tampoco todo ese círculo de interés, de montajes y dientes, dientes.

Nos hemos malacostumbrado a consumir historias y personajes que dicen muy poco de los valores sociales. Carnes de memes, tertulias de risotada o grupos de WhatsApp. Mi miedo es que esa generación a la que pertenece el ridículo matrimonio asuma esos vacíos como propios. Quizá sea muy negativo al pensar que la deshumanización se ha apoderado de nosotros, pero es que asomándote a cualquier pantalla se muestra ese reflejo. Seré un intenso o un aburrido a los ojos de quien gusta del escarnio, la torticería y esa maldad sin edulcorar. No entiendo que alguien monetice el querer y su bragueta. Menos que así acumule poder mediático y seguidores que aplaudan sus idas y venidas. Estos críos, incluso con uno a su cargo, han banalizado su realidad. Alguien adulto debiera cortar de raíz este tormento, sin conexiones en directo o filtraciones a periodistas afines. Porque ellos habrán encendido la mecha, pero todos hemos contribuido a que su bola se haga más grande. Tanto que la aquí protagonista dice (previopago) haber vuelto con el machirulo de los orígenes que contó lo más grande de ella y su familia en la tele, se casó con una ex de su hermano DJ (¿?) y se desnudó sin vergüenza alguna. ‘Chabelita’ y su libre albedrío.   

miércoles, agosto 30, 2017

Vera…NO



Alguien dijo que era verano. Que había que cambiar los armarios. Sacar la ropa más fresca y hacer hueco a los polos de sabores. De niños era la época más feliz. Sin horarios, en la calle, entre golpes y juegos inocentes. Al crecer se supone que también, pues para los más suertudos es sinónimo de vacaciones, relax y desconexión. Recordemos que hay gente ‘normal’ que no puede permitirse esos lujos o que los intenta colar en los ratos de ocio, si es que sus agendas lo permiten. Eso sí, en la ecuación de los días un elemento caprichoso se antoja fundamental: la climatología. Escuchamos con atención al señor del tiempo y le hacemos vudú cada vez que mete la pata con las borrascas y los anticiclones. En este 2017 mirar al cielo ha sido directamente proporcional a la depresión colectiva. Los habitantes de las playas no han tenido apenas ocasiones para empadronarse en la arena, con el consiguiente moreno perdido. Ahí el tanto se lo marcaron quienes optaron previamente por los rayos, cuando no se enchufaron directamente el bronceado. La frustración no ha ocupado hamacas ni tumbonas, ¿será por el cambio climático? Las teles han demostrado su poco aprecio a los sufridos espectadores veraniegos, con refritos o programas de difícil digestión. Los conciertos fueron la banda sonora, junto a las verbenas, por mucho que alguno se saltara el playback, incluso la despedida. O que las colas ‘des-pa-ci-tas’ duraran más que el propio espectáculo.

A nivel gastronómico no han faltado los platos más ligeros o todo lo contrario, con copiosas comilonas familiares o barbacoas de amigotes, por mucho que cayeran chuzos de punta. Esa parte tan cañí no se pierde por nada del mundo. Si por ADN somos de bares, en época estival nos encontramos en las fiestas de los pueblos o en las ‘casetas’ y nos ponemos al día en un periquete. Hasta la clase política baja la guardia y congela sus discursos esperando la vuelta al escaño. Por mucho que la realidad se viera golpeada por la barbarie y tuvieran que dejar la segunda residencia para dar la cara. Si históricamente eran las bicicletas de ‘Verano Azul’ las que marcaban la ruta, hoy resuenan las excavadoras y hormigoneras de las obras que prometen bondades. Los charcos tan atemporales han vuelto a jugar malas pasadas a chancletas o sandalias mal calculadas. La rebequita o la sudadera de por si acaso no han defraudado, dadas las inclemencias torrenciales. Al final en esta tierra infinita muchos visitantes firman por el frescor y zafarse de la calorina, pero seguro que no esperan tamaño infortunio estival. Ni mucho menos es justo para los locales, hartos de defenderse frente a los nubarrones públicos. Estudios afirmaban que el mal tiempo agria el carácter, por eso se puede justificar que en este Norte no seamos los más dicharacheros ni expansivos y viajando al Sur sea todo lo contrario. Generalizar es siempre un error y hay personas de todo tipo con humor ídem, sea cual sea la isobara de turno.

Aunque, ¡mucho ojito! Todo es relativo cuando te asomas a Instagram y ves los perfiles de los famosos o de los anónimos que juegan a clonar las máximas de los otros. Consumiendo sus exhibicionismos veraniegos, cualquiera diría que éste año ha sido lo más de lo más. Mientras llueve y mucho, observas cómo en sus posados extremos todo es perfecto. De cuento. De cuenta, incluida la no corriente. Entonces entra una envidia insana, mezclada con el ansía de devorar más y más carne de celebrity. Esos veranos que no pixelan ni gotean, en apariencia, tendrían que estar subvencionados por la Seguridad Social. Entonces te despiertas pensando que todo responde a un maldito guión, con el mismo final de ‘Los Serrano’ y con un sí rotundo. 

martes, agosto 22, 2017

Males enredados



Las redes sociales tienen muchas cosas buenas, pero otras que nos deben cuestionarnos su uso. La deshumanización nos ha llevado a normalizar prácticas o palabras que no debieran tener cabida en nuestra realidad. Está claro que la barbarie ha de combatirse con determinación y firmeza, pero ciertas manifestaciones tan violentas y gratuitas no son el mejor modo de actuar como acusación espontánea. Se vomitan muchas opiniones que suelen estar vacías de contenido y conocimientos previos. El mundo de las fobias es muy peligroso, porque se extiende cual mancha de aceite con unos efectos aún incalculables. Tendentes a la generalización, caemos en errores que implican limitación de miras. Está muy bien dar rienda suelta a la libertad de expresión, siempre que no suponga un ejercicio de desparrame importante. Aquí es donde las redes han dado un espacio de carta blanca para despacharse con las noticias de turno o el personaje carne de titular. Que las fuerzas de seguridad tuvieran que pedir contención en el reenvío de imágenes sangrientas a los propios ciudadanos y, cómo no, a determinados medios de comunicación es una muestra de esa manga ancha que nada filtra. Era tremendo que ante el estupor generalizado algunos tuvieran más ansiedad por compartir en bucle que pararse un segundo a pensar en las consecuencias de semejante fatalidad. Algo hacemos mal si olvidamos el trasfondo de un suceso horrible como el de Barcelona y lo convertimos en un material viral. Está claro que las nuevas tecnologías han modificado los usos sociales de la información, pero también habría que puntualizar sus abusos. Que en el momento del atentado hubiera gente más pendiente de grabar vídeos que de prestar ayuda o mantenerse fuera de peligro dice mucho de esta corriente cuestionable.

Cambiando de asunto y lamentando que el terrorismo consiga golpear a su antojo nuestras vidas, ha saltado la noticia del uso machista o no de una imagen por parte del perfil social de Turismo en Cantabria. El origen fue la imagen de una joven con título de ‘influencer’ disfrutando de una de nuestras playas. Eso sí, en un sugerente bikini, como tantos que habitan las cuentas de esta comunidad de muchachas venidas a más no siempre con oficio, pero sí beneficio. El equipo de community managers o alguno de ellos por dar valor a ese contenido decidió emplear la imagen citando a su autora. Una práctica constante en Instagram o Twitter para generar más impacto. Y vaya si lo ha hecho. Hasta un partido político ha cargado las tintas contra esa ‘estrategia’ y ha provocado que eliminaran la fotografía. En mi opinión, no creo que hubiera una intención de explotar la parte de ‘mujer objeto’, sino de líder de opinión, con tropecientos mil fans que siguen a la susodicha. Es cierto que hay malos usos de la Publicidad, que aún tenemos que lamentar campañas estereotipadas, mensajes rancios e imágenes bochornosas, pero hay que saber diferenciar. Que unos medios sociales de carácter público empleen un icono sexy igual no es la campaña más adecuada para una tierra infinita, pero de ahí a poner el grito en el cielo. Para mí el auténtico asombro viene de aupar a personas en personajes, con méritos que suelen resultar dudosos. Convirtiendo sus días en una profesión rentable. Auspiciar públicamente fenómenos así me resulta injustificado. Ya me despaché a gusto en el post anterior, dedicado a Dulceida. Si tengo que reiterarme lo haré porque no entiendo la necesidad de repetir roles prefabricados y aspirar al más de lo mismo. El fenómeno flamenco gigante en la piscina es el mejor ejemplo. Se crean unas necesidades a través de la retahíla de Internet que niegan el juicio crítico y terminan en clonaciones patéticas. Más personalidad y menos cromos repetidos, por mucho que los haya impuesto tal o cual reina de los ‘megustas’. Disfrutemos de lo bueno de vivir enredados, sin caer en sus abismos peligrosos. Sin olvidar el valor de las distancias cortas, porque estamos perdiendo la cultura de piel con piel o del diálogo de mirada sostenida y eso asusta. 

domingo, agosto 06, 2017

La princesa del pueblo likes



Su nombre de cuatro letras, edulcorado en la red, se ha convertido en toda una marca. Se trata de Aida Domenech, popular por su alter ego, Dulceida. Por sus followers la conocerán. No necesita un talento desbordante en nada, sólo la jeta suficiente para aprovechar el tirón. Y es que las nuevas tecnologías han reinventado las reglas del juego de la fama. Los históricos iconos de la cultura pop eran rostros del cine o de la música. Hoy son los youtubers, como ella, exhibicionistas en bucle, que encuentran en las pantallas su modo de vida. En su caso, sin estudios, con experiencia como dependienta de Amancio, pero con una ambición semejante al magnate gallego. De colgar fotos de sus estilismos más casuales de adolescente ha pasado a cobrar ingentes cantidades de dinero por protagonizarlas. Las firmas más punteras han detectado el arrastre de estos nuevos fenómenos virales para enganchar a los públicos más diversos. La capacidad de juicio se nubla cuando el ‘ídolo’ establece la pauta. Las prendas vuelan, los fetiches se multiplican. Incluso tienen ‘recursos’ para hacer magia con sus ‘habilidades’. Pasan espontáneamente de emprendedores (lanzando colecciones de ropa, de joyería o mercados con su nombre), a DJ’s (siendo cabeza de cartel con el único talento de ‘pinchar’ la música que les hace gracia); de comunicadores (con contratos en importantes televisiones o webs ejerciendo de reclamo), a modelos (curiosamente, antes lo fueron Rociíto o Jesulina). Detrás de estos jóvenes, un grupo bastante numeroso y en el caso de la catalana organizado como un escuadrón, habrá mentes pensantes que se froten las manos. ¡Euros, euros, dubi, dú!

Es su momento. Aseguran llenazos en desfiles, discotecas o festivales. El griterío teen va de serie allá por donde pasan/pisan y el efecto llamada se multiplica. Porque los canales o vlogs crecen como lechugas, repitiendo juegos, mostrando intimidades, aspirando a captar suscriptores. El fenómeno tiene su lado positivo en cuanto a dar herramientas y visibilidad a los chavales. Sean como sean, pueden tener un espacio de libertad y encontrar semejantes. Eso sí, siempre que su realidad resulte rica y no una dependencia fatal de Internet. Antes se jugaba en la calle, ahora el patio tiene más arrobas que árboles. Sus educadores tendrán que poner en valor los valores y cuestionar el futuro de un desempeño laboral dudoso. Porque volviendo a la chica de oro, cada una de sus fotos tiene miles y miles de corazones gustativos. Y ahí es donde inocula los mensajes que pasan por caja. El bucle continúa en viajes de ensueño, hoteles de postal, una agenda imposible. Tanto como la frustración que puede crear entre sus fans. Su vida de cuento es un espejismo, una irrealidad que despierta anhelos. Como convertir su sexualidad en noticia o comercializar con su bodorrio de playa. Lesbos mediante. Hay algo inteligente en su estrategia de personaje, en hacer una telenovela de ella misma, porque ha sido capaz de ampliar su universo. Otras it-girls se canalizan en la moda y ahí son ‘referentes’ de estilo. En su caso no es la más guapa ni la que mejor viste, pero se ha convertido en una especie de Belén Esteban de la cosa enredada. Sin duda, es la princesa del pueblo likes y ella se muestra encantada de llevar la corona. ¿Hasta cuándo? ¿Se sublevarán sus «preciosos»? ¿Se acabará su dulce surrealismo? Pase lo que pase, habrá rentabilizado su «mucho amor».

lunes, julio 31, 2017

Bustamante, a corazón expuesto



Del andamio a las portadas de la prensa rosa, el viaje profesional y emocional de David Bustamante ha sido tan frenético como intenso. Su paso por ‘Operación Triunfo’ catapultó a la fama a una generación de anónimos que colapsaron audiencias y listas de venta. Semejante frenesí, aclamado y criticado a partes iguales, hizo que sus protagonistas vivieran una película de dimensiones infinitas. Exprimieron su ‘talento’ y quizá no les dieron suficientes herramientas para digerir su recién estrenada realidad. Así lo reconocían ellos en su reencuentro catódico, recuperando un ‘Mi música es tu voz’ y compartiendo sus vidas mediante. El de San Vicente de la Barquera supo encarrilarse musicalmente y demostrar que había llegado para quedarse. Eso sí, pagando algunos peajes, como los focos de la carnaza del corazón. Por suerte para él no tardó en encontrar a su princesa de cuento, una asturiana aspirante a las alfombras rojas, con escasos pinitos artísticos. Su fusión era perfecta, como su boda, que tuve ocasión de cubrir. Eran la viva imagen del amor ‘romántico’, de las portadas con saludo, del querer bien entonado, por mucho que él acudiera con una lesión. Desde entonces viralizaron su historia, aunque el verbo se accionara de verdad hace no tanto con la eclosión de las redes sociales. En ellas han compartido sus idas y venidas, en una especie de reality-show compartido, con declaraciones constantes, hashtags pastelones, fotos libres de no filtro…

Hace unos meses los rumores de ruptura y separación levantaron todas las alarmas e incontables titulares. Haciendo balance de situación, pasados los años en común, la buena gestión de la carrera de ella como reina del influir (o eso dicen) e imagen de cuantiosas marcas, voltearon las tornas en su poderío mediático. Aunque la muchacha como actriz, lo que se dice actriz, no ha destacado por méritos propios. Bueno, algunos dicen que su mejor interpretación fue en el momento justo de la polémica, cuando ejerció como carne de photocall y desplegó lágrimas de cocodrilo. Él intentó mantener la calma, aunque la presión de los paparazzi se lo pusiera difícil. La debutante celebración religiosa de su pequeña sirvió como marco de un teatro de comedia importante. En todo momento, han intentado mantener al margen a la chiquilla, aunque no han parado de subir imágenes con ella a sus cuentas en red. Como padres es lógica su actitud, aunque como pareja están resultando un tanto incoherentes. Guardar las apariencias no siempre cuela, menos con tantas filtraciones. Es su vida y ellos sabrán cómo lo manejan, pero lo triste es pensar que hay razones comerciales detrás.

Pueden acabar muy dignamente de forma pública, aunque entiendo que los canutazos cotidianos de la prensa sean un calvario. Como el episodio tan desagradable del cuestionable captador de vísceras que ha despertado los demonios del triunfito. Las imágenes de móvil, a modo de prueba, muestran el malestar y sus arranques de hartura frente a las provocaciones del susodicho. Un personaje sin escrúpulos, encantado de los focos y perfecto ‘material’ para generar contenidos a modo de chicle. Parece que la historia se alargará con acciones judiciales y la suma de dimes y diretes. Cuentan que un supuesto romance alentó el enfrentamiento y, de ser cierto, no hay nada malo en que el cantante rehaga su vida. Otra cosa es que no haya sido del todo claro, por muchos mensajes irónicos que lance en sus conciertos sobre su ‘soltería’. Llegados a este punto tendrán que decidir cómo finiquitar su historia de cara a la cosa pública, la misma que tantas satisfacciones les ha dado. Quizá sea hora de que la ¿parejita? acordara un comunicado para zanjar los chismes, sino van a tener seguimiento sin fin. O no lo damos todo por perdido y celebramos que nos vuelvan a edulcorar el Instagram. Revilla iría encantado a su reboda. Y yo a contarla, también.   

viernes, julio 28, 2017

La noche de las colas vivientes



La letra se convirtió en lamento. El sonoro ‘Despacito’ de Luis Fonsi se materializó en el acceso a su multitudinario concierto. Sabíamos que en Santander no estamos acostumbrados a fenómenos de masas, pero lo de anoche resultó un caos importante. Una hora después del inicio del show, miles de personas esperaban fuera del recinto de La Magdalena el momento de disfrutar sin límites. A cambio, tuvieron una paciencia ídem, en un compás de espera que se alargaba más allá de la Playa de El Camello. La organización abrió puertas con dos horas de antelación y avisó de la importancia de acudir con tiempo. El balance de entradas agotadas para 15.000 almas hacía presuponer un jaleo de tamañas dimensiones. Parece que muchos optaron por ir al límite o casi, pensando que el gentío estuviera ya en el vallado musical, pero no. La confusión se apoderó en idas y venidas que muchos agitaban con litros de alcohol. Otros cenando, con paciencia, y la mayoría buscando la vía de acceso más efectiva. Dentro el puertorriqueño había comenzado su espectáculo, ajeno (o no) a las multitudinarias ausencias. Está claro que hubo fallos en la disposición de los accesos, con poca vigilancia. Es más, los controles fueron un visto y no visto, con nervios y prisas impropias para una cita marcada, por derecho, en el calendario. Siempre he criticado que la capital cántabra no programe grandes directos gratuitos en sus festejos, como ocurre en prácticamente todas las pequeñas, medianas y grandes ciudades. Aunque, visto lo visto, quizá no seamos capaces de asumir un poder de convocatoria tan bestial. Eso o que los responsables no están a la altura o con la capacidad suficiente para gestionar a semejante masa crítica. Habrá que darle una vuelta o dos. Pasada una hora y aprovechando un vacío oportuno en la anaconda social, fuimos capaces de sumarnos a la procesión. Una vez dentro del redil, llegar a la campa fue un paseo. Eso sí, sin hilo musical, pues apenas se oía lo que allí estaba pasando. ¡Qué capacidad de insonorización! En resumidas cuentas, el muchacho llevaba cuarenta minutos de darlo todo, con sus estilismos imposibles, cuando quisimos poner la oreja.


Ya superada la aventura, las conversaciones seguían coleando. Eso sí, no tardaríamos en accionar otro mecanismo tan cañí: las malditas comparaciones. El damnificado, y con razón, no era otro que Enrique Iglesias. Aunque el espectáculo de anoche no era para tirar cohetes, ganaba la partida al hijo de Preysler, de calle. «Canta más, tiene mejor voz», decían mientras intentaban tararear algunas de sus baladas menos conocidas. Y es que Fonsi se ha labrado una carrera a base de lentos de latido impulsivo, por mucho que ahora sea el rey del latineo. Un cuarteto de baile, tres pantallas verticales más la de realización, elementos gráficos ramplones, fuego a discreción… Bien, pese a que en ocasiones se perdía el sonido o era complicado entender sus letras. Eso sí, en el escenario se notaba su total dedicación. Hasta un «¡Viva Cantabria!» resultó oportuno, cuando comenzó el pesado calabobos. Coló el ‘Des-pa-ci-to’ en medio del show, con las oportunas manos en la cabeza de los recién llegados, temiendo el final. Ni mucho menos. Tuvo tiempo de viajar en sus archivos sonoros y emocionar con sentido. Sin duda, la canción del momento merecía bis y así lo hizo, en otro ritmo, con la gente entregada y los móviles echando fuego. El fin a la batería y con bien de confeti, a lo Enriquito, remataron el primer acto. Un más o menos rapidito, cola mediante. Con un balance reventado para los que no tuvieron más remedio que acudir a la reventa.


Tomó el testigo Juan Magán con su electrolatino, en una suerte de discoteca móvil. Después de días de protagonistas más melódicos, había ganas de bailar. Especialmente las nuevas generaciones, entregadas a sus canciones, auténticos destapes de lo S a lo X, en un plín. Sus cuerpos en danza mutaban de lo brillante a lo felino, del chispazo a las articulaciones, acabando modo jardín en flor de plástico. De esas con las que Paula haría maravillas para su Instagram. El buen rollo generalizado desoía su nula capacidad vocal, tapando sus bases, a lo Paquirrín. En esos momentos, la presencia profiláctica de colores a cuerpo gentil recordaba que la lluvia seguía viva. Una bandera de Cantabria, que se llevó de perfecto souvenir, adornó la cabina lumínica. De pronto, pinchó un tema con el susodicho de la experiencia religiosa y entre sus ‘declaraciones’ quiso hacer el chiste. «He leído en prensa que Enrique no se despidió…» y fue entonces cuando su voz sí sonó rotunda. ¡Curioso! El espectáculo de luces y colores animaba al desfase en grupo, las coreografías improvisadas, amén de las risas sin filtros. Esas que tenían mucho que ver con los looks desiguales. De los propios de la verbena a los más dignos de alfombra roja y tacón imposible. Llamaba la atención que sin papeleras no había paraíso, pues todo el verde estaba lleno de vasos y cartones de pizza. La animación se prolongó hasta altas horas, con canciones de dudosa calificación, y para entonces nadie se acordaba de…  


¡Las malditas colas! La salida fue otro sufrimiento supino. Desmontaron los laterales y el colapso sumaba varios focos. La presunta manifestación encontró otras vías de escape como recordar clásicos del tipo ‘La Fuente de Cacho’, ‘Cielito Lindo’ o ‘¡Que viva España!’. Los más previsores recurrían a las pipas para animar el tránsito. La ansiedad por recorrer los escasos metros hasta el portón del recinto provocó más de una caída por la ladera lateral. Otra forma de matar el hastío fue localizar parecidos razonables. Luis Fonsi hubiera pasado desapercibido, por mucho que brillasen sus pantalones. «¡No habéis visto tanta gente ni cuando hay paella gratis!», decían algunos, entre risas. Y es que miraras donde miraras, aquello era un infinito de difícil cómputo. Con los datos de los teléfonos colapsados, integrantes de una riada humana. Lo mejor y más escuchado: «¡Total, por 10€!». Fue el precio de una gran noche, especialmente redonda para la señora de los perritos. Esa sí que perreó y agradeció el colón, colón.  

domingo, julio 16, 2017

Crónica de un desconcierto



Anunciado como el gran reclamo de un descafeinado Año Jubilar Lebaniego, Enrique Iglesias tomó el pelo a las miles de personas que esperábamos un espectáculo decente. A estas alturas de su ‘trayectoria’, presumir calidad vocal al hijísimo del Hey! era delito, aunque finalmente lo resultó la sucesión de surrealismos que desplegó en el campo del Racing. Tardé mucho en decidirme a ir a tan fastuoso evento. Nunca he seguido su carrera, más allá de los hits machacones y aquellos inicios edulcorados. Dudaba mucho que su elección fuera la más acertada para encabezar un programa de incontestable (y necesario) atractivo. Las decisiones de nuestros mandamases en lo que a ‘Cultura’ se refiere, y  casi en términos generales, me resultan cuestionables. Al final, siempre caemos en provincianismos ridículos y éste me parecía uno más. Vendiendo la exclusividad de un show a nivel nacional y europeo, como si se tratara de un tanto para sacar pecho. A una semana vista compré mi pase a la sangría del auto-tune y el electro chirriante. Esperaba, al menos, un montaje de altura y un repertorio digno de estrella bien entendida. El miedo a la barbarie inhumana alertaba a la organización y era tema de corrillos, incluso de bromas macabras. Se anunciaron medidas de seguridad minuciosas, pero la realidad fue bastante menos aparatosa. Hace unos días en el Madrid más orgulloso los agentes y la organización demostraron más tino al respecto. Con cacheos y revisiones de pertenencias al detalle, nada de ejercicios de improvisación, que quedaron en un protocolo descafeinado. Que el perfume en spray de mi amiga fuera considerado arma de destrucción en potencia me resultó ridículo. A ella, un robo (el primero), pues acababa de llenar sus gotitas de fragancia. El caso es que cualquier desalmado hubiera podido colarse sin mucho ingenio. Quizá habría que replantearse cómo filtrar con garantías al público de un macro punto de encuentro. Vallar en zigzag kilométrico era insuficiente.

En esos momentos, Enrique estaría haciendo gárgaras para afinar su (no) voz. La pista/césped se convirtió en una suerte de plaza, sumando saludos y reencuentros fortuitos. Éramos una masa expectante, entretenida con un DJ muy ramplón, con el sonido sumamente bajo. No supo calentar la previa. En este punto ya podíamos suponer que, como público, los santanderinos somos exigentes y de primeras (y casi últimas) fríos. Quienes nos enfrentamos a la cosa pública, lo sabemos, y sufrimos ese hándicap. Nuestro carácter no tiene nada que ver con nuestras ganas de disfrutar, pero nos cuesta entregarnos al aplauso y el venirse arriba. No ayudó nada que el protagonista se presentara en el escenario con media hora de retraso. Que se anunciara a las 22:30 hs. ya parecía tarde para el horario habitual de estos ‘directos’. Quizá el jet lag o sus horarios intercontinentales condicionaban el arranque. Salió sin más, con poca potencia, subiendo la radio a medio tono. El mismo, o menos, que emplearía durante toda la noche. Un pantallón enorme presidía su montaje, con efectos nada impresionantes. Llamaba más la atención el universo de móviles a pleno rendimiento, viviendo la experiencia a través de las pantallas. Más activas que la propias de la realización. Pésima es poco. Apenas emitieron su seguimiento, con cortes a negro, cero profesionales. Mucha grúa y demás, pero cero reflejo en el desarrollo. Sus malas artes con el micrófono fueron una constante. Se lo quitaba sacando a relucir su base de playback. Cuando supuestamente ‘cantaba’, el efecto sintetizado era horrible. Sí, que sabíamos (o yo lo hacía) que no brilla por su instrumento, pero esperaba algo más de tino.


Son muchos años de carrera como para haber recibido unas clases y tener los recursos suficientes para hacer frente a su trabajo. Otros ídolos muy estelares con parecidas herramientas nulas saben rodearse. No me pareció su caso. De hecho, ni se tomó el tiempo para presentar a la banda. El inglés oshea o de extraña pronunciación también se merece un tema. Tanto que la gente no seguía las canciones. Bien por desconocimiento, que eso parecía con tanto silencio, o por incompatibilidad con su saber anglo. Digno de los cursos CCC. Se limitó, básicamente, a restregarse con las primeras filas, encantado del postureo. Para esas horas, Beato de Liébana no daría crédito, allá donde estuviera santificado. Los puristas o viejunos irredentos esperábamos temas como ‘Experiencia Religiosa’ o ‘Lluvia cae’, tarareada insistentemente, sin éxito. Pero el track list se limitó al filtrado por los medios. A excepción de ese cierre o bis inexistente. Porque la despedida fue como el mayor visto y no visto que pueda recordar. Sí, confeti y globos, pero también una desazón importante. Para cuando se encendieron aquellas luces y la gente, inmóvil, trataba de asimilar el desconcierto, Enrique ya se habría reunido con su hermana Tamara en las Dunas de Liencres (donde ella localizó el show, ¡qué grande!) o el spa del Hotel Real. Los gritos y pitidos de indignación sonaron más alto que todo él. Pasó tan rápido, pues cumplió con los 90 minutos propios del terreno de juego, que nos dejó muy vacíos. Hablo por mí y por otros tantos que se quedaron igual. Me alegro de quienes disfrutaran al máximo y hoy hasta se rían de los enriquecoléricos.

En mi opinión, Santander y Cantabria merecen una programación más digna y, de hecho, la hay, pero somos bastante injustos. Nos dejamos llevar por los brillos de estrella y no siempre apoyamos iniciativas o carteles que esconden oro puro. Personalmente, esperaba que la presencia de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa compensara un poco la broma, pero parece que el hijo de Aznar fue el cabeza de VIP’s. Sinceramente, me acuerdo mucho de Julio José, porque creo que es mucho mejor cantante. Igual su imagen piji-guay no le ha beneficiado, pero tiene más chicha musical. Enrique estaba feliz y colgó en sus redes un mensaje de gracias, aunque la opinión pública, de nuevo, cuestiona su ¿talento? Algo tendrá para mantenerse en el ‘candelabro’. Eso sí, veremos quién es el guapo que contrata al muchacho en este país de pandereta y héroes ridículos. Los ¿20.000? ¿24.000? ¿30.000? que estábamos allí dudo mucho que tuviéramos el valor para hacerlo. Yo, pese a todo, me quedo con las risas en buena compañía y que nos quiten lo ‘bailao’. O que nos devuelvan el dinero. 


miércoles, julio 12, 2017

Matemáticas



Recuerdo lo mucho que me esforzaba para aprobar las Matemáticas. Tanto que, al final, siempre superaba mis expectativas. Incluso las de mis profesores que, de primeras, dudaban de mi capacidad. Hablar de más era mi peor carta de presentación y pasaporte directo al pasillo. Cierto es que procesaba teoremas y fórmulas para después olvidarlas ipso facto. Me quedaba mejor con los chismes o las tramas en serie. Lo de interiorizar cual calculín no era lo mío, pero salvarme de la quema, sí. Menos una vez que suspendí un examen y monté un drama máximo. Lo recuerdo con una angustia tremenda. Creo que fue mi primera y última vez. De catear, de lo otro fui y voy in crescendo. Así que me costó gestionar esa crisis. Con el tiempo entendí que era capaz de hacer operaciones mucho más importantes que las de la pizarra o los folios. Y es que el mundo de las relaciones humanas, en toda su extensión, tiene mucho de sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, matrices, geometría… Vamos que todo el temario es aplicable a lo cotidiano del uno más uno, sea cual sea su dimensión.

Se podría pensar que en este aspecto también he sacado buenas notas, pues mi entrega era infinita. Durante mucho tiempo me olvidé por completo para centrarme en los demás. Mal cálculo. A golpe de realidad, asumí que hay operación para todo y todos. Aunque no cambio por nada los cocientes de vida que he compartido con tantos y tantas cómplices de mi resultado. Que hubo negativos marcados en rojo, por supuesto, pero hasta de eso puedo decir que he aprendido y construido. Sin duda, he sido afortunado en binomios, con momentos inolvidables e irremplazables, por mucho que mi esencia fuera de letras puras. Lecciones compartidas que valieron oro en forma de sonrisas, latidos y gestos auténticos. ¡Cómo iba a renunciar a mi propia numerología! Olvido los menos y me centro en el máximo común denominador del cariño y esa conexión sin diferencias. Otra cosa es que a menudo no comprenda mi propio algoritmo. Respondo a una aritmética imperfecta, aunque defiendo mi curiosa identidad. Lo proporcional no siempre es efectivo, lo emocional gana por derecho. Cifro mis contextos y salgo ganando. ¡Seguiré echando cuentas y contando cuentos! 

miércoles, junio 28, 2017

Orgullo de...



no tener miedo.
caminar sin mirar atrás.
comprobar que no eres un bicho raro.
no sentir vergüenza.
los que lucharon y perdieron la batalla.
los besos sin robar.
los tequieros valientes.
los armarios abiertos de par en par.
ese arcoíris tan reluciente.
saber que seré feliz.
manifestaciones imposibles que hoy son mundiales.
iconos que pusieron la voz y dieron la cara.
ellas, doblemente discriminadas, pero incansables.
las familias que abrazan sin preguntar.
los amores que sumaron.
los silencios cómplices.
las palabras de ánimo.
las miradas que se cruzaron con éxito.
los políticos que no buscaban la foto sino los avances sociales.
los activistas que hicieron de la causa su modo de vida.
los discursos que emocionaron.
la tolerancia sin edad ni condiciones.
la diferencia bien entendida.
todos aquellos a los que sí les importa que se hable desde el sentimiento.
los lejos que hoy están más cerca o del todo en su sitio.
la banda sonora que acompañó contextos y emociones.
los personajes de ficción que nos acercaron a la realidad.
un respeto sincero, que nunca necesitó banderas.
ti.
mí.
tantos y de tantas que viven con orgullo ser personas únicas. Quien busque dobleces a eso tiene un problema.

Todos los días son 28-J. Como todas las opciones de vida son respetables. España ha avanzado, y mucho, en materia de derechos LGTBI, pero quedan demasiadas conquistas pendientes. Las más importantes en ciertas mentes obtusas. Ojalá llegue el día en que amar en libertad no sea noticia.

¡Feliz Orgullo

......

domingo, junio 18, 2017

Su éxito no es el mío



¿Qué es el éxito? De primeras, una palabra escrita con letras de neón, que atrae sin remedio. En la base, el aprendizaje erróneo, ese que nos impone el triunfo como validación personal. En realidad, una idea de, porque hay tantos como personas. Cada cual debe considerar qué marca su satisfacción y la meta que suponga su gloria. Socialmente sufrimos un modelo rancio y del todo equivocado, que aplaude los fastos y se ríe de los gastos. Cánones de poderío, con una necesidad de exhibicionismo galopante. Como si la codiciada felicidad fuera directamente proporcional a su escaparate. De ahí que la envidia sea una emoción básica y flexible, pues se adapta a diferentes casos y/o personas, con una facilidad pasmosa. Lo triste es que no se extiende el análisis crítico, el pensar que semejantes máximos pueden ser mínimos al tratarse de ti. Nunca llueve a gusto de todos, aunque todos encuentren un supuesto gusto en la lluvia de bienes.

Es triste que, hoy en día, los más pequeños anhelen modelos de vida que aúpan desde los medios. Futbolistas, cantantes, concursantes de reality son el reflejo aspiracional de quienes se han criado escuchando los logros opulentos o los curriculums extensos de estos protagonistas en bucle. No siempre con esfuerzo, sino todo lo contrario. Así, crean necesidades y fanatismos vacíos de contenido, porque es lo que vende. Bueno, también lo hacen las miserias, esas que muchos explotan con un cinismo apabullante. Aunque intentan dar la vuelta a la realidad y retomar la cuadratura de su círculo ruin. Sí, estoy harto. Recurro a mi pataleta de palabras y no oculto mi incredulidad. No necesito dar nombres ni apellidos, aunque estoy seguro que no soy el único. Cualquiera que se pare, vea y escuche acabará desmontando todo este ridículo entramado. Ojalá todos fuéramos solidarios de verdad, no por desgravar o aparecer en la foto de turno. Cómplices en las miradas, cercanos y entrañables, sin esperar nada a cambio. Dando a los valores su valor y reservando a los sentimientos su altar. Considerando lo humano que nos define y no lo material que tanto se exhibe. Lo aplaudiré como un verdadero éxito y lo contaré como tan bien me enseñaron. 

domingo, junio 04, 2017

Davidelfín: el inquieto eterno



Llevaría semanas instalado en Madrid. Era una de mis primeras fiestas. Un sarao enorme, en un hotel de lujo. Llegué pronto y estaba rodeado de fotógrafos y periodistas hastiados de lo cotidiano. En cambio, aquello era mi sueño e intentaba exprimir cada sensación. Una firma cosmética presentaba una revolucionaria barra de labios, con pretendida solidaridad. La diva del momento Dita Von Teese ejercía de madrina y reclamo, pero había un montón de celebrities patrias. La más, Alaska. Acompañada de un anónimo, por entonces, Mario Vaquerizo. Junto a ellos muchos de sus amigos, como Davidelfín. Después de su paso por la alfombra roja y el protocolo habitual de focos, saludos y despliegue social, tuve ocasión de acercarme al diseñador. Le conté mi historia. Era un recién llegado, apasionado de la moda, que escribía para El Diario Montañés todo lo que la capital en ebullición me permitía. Trabajaba en un artículo sobre el estilo militar y David era el mejor referente. Accedió a charlar un rato y echarme un cable. Entonces aprendí que las improvisaciones no siempre eran efectivas, pero con alguien como él todo fluyó. Hablamos de sus inicios, de la esencia que había impactado y conquistado, a partes iguales, el universo fashion“La moda me eligió a mí”, me dijo. Sabia elección, porque nos ha regalado episodios memorables. Cada una de sus colecciones sorprendía. Crecía y conseguía que su tipografía única, sus símbolos recurrentes, las geometrías o los prints se instalaran en el imaginario colectivo. Su triple salto al éxito fue absoluto. Siempre con la esencia de sus trabajos, acumulando apasionados de sus creaciones, a los que definía como “inquietos”. Su mejor reflejo.

Entre mis preguntas de cuasi debutante se coló una, demasiado cliché. “Dentro de diez años, ¿cómo te ves? ¿Qué te gustaría conseguir?”. Su respuesta fue la mejor muestra de su autenticidad y un pronóstico certero. “Trabajando y seguir creciendo. Poder tener la capacidad de seguir sorprendiéndome, que no me falte nunca el estímulo. Aunque pienso que la creatividad es inagotable. Espero seguir haciendo cosas y tocando a la gente…”. Sin duda, cumplió su expectativa. Es más, la superó, aunque el tiempo nos ha arrebatado demasiado pronto su talento infinito. Confiaba en ‘tocarnos’ y vaya si lo ha hecho. Su despedida ha sido un mazazo para la industria de la moda, pero no solo para sus compañeros y amigos. Había conseguido el cariño global. Con una mezcla de timidez, picardía, frescura e irreverencia. Un mix muy personal, de difícil imitación. Su amiga Bimba Bosé, esté donde esté, habrá preparado un gran desfile de bienvenida. Fieles a su simbiosis creativa y a ese amor que no necesita lazos de sangre, sino de vida. Las redes sociales se han llenado de homenajes. Palabras, fotografías, delfines saltarines… Donde quiera que se haya ido, seguro que sonríe y agradece tanto afecto. No tuvo más que ser él mismo para conquistar mucho más que armarios. Aquella famosa noche tuvo el gesto cómplice de dedicarme unos minutos. Las risas y el frenesí con sus cómplices pudieron esperar. No le importó nada ir en chándal, recién salido de su taller. Enumeró sus múltiples proyectos con una pasión desbordante. ¡Estaba donde quería estar! “¿Y te queda tiempo para ti? Claro. Trabajando también invierto en mi propia vida. Me divierto mucho y lo aprovecho tanto como puedo”. Ojalá que hubiera tenido más tiempo para ejercer de David y surcar por los mares de telas y emociones. Entonces nos despedimos y sentí gratitud. Hoy, también. Porque nos ha dejado un gran vacío y sería injusto no sentir tu partida. Que siga la fiesta y que tu nombre brille siempre como un legado eterno. Érase un David a un Delfín pegado…

miércoles, mayo 17, 2017

Homófobo, el último



Hablar de odio resulta desolador. Es increíble que haya personas que se recreen en su maldad y traten de justificar episodios injustificables. Habrá quien piense que, hoy en día, el colectivo LGTBI lo tiene muy fácil, pero no. Los avances legales no han sido suficientes para erradicar comportamientos inhumanos. Agresiones, insultos, campañas de desprestigio siguen demostrando que el hijoputismo no ha cesado. Las libertades individuales parecen dañar el honor de estos adalides de la moralidad, que vuelcan su inquina en autobuses, encabezan manifestaciones o verbalizan su recurrente insensatez. Es obvio que ciertas lagunas educativas y pensamientos arcaicos alimentan estos desórdenes, la fobia en su máxima expresión. Nadie debe vivir en el miedo, esconderse o sentir la necesidad de ocultar su auténtico yo. No por temor a estos escarnios ni a las miradas de desaprobación. No se entiende que una opción personal, basada en sentimientos, sirva de arma arrojadiza. No se entendía cuando la cárcel, cuando no algo peor, era el desenlace final, tampoco ahora que se celebran días de opulento orgullo.

El querer no se elige. El señalar, sí. Porque la realidad actual se sigue viviendo más allá de los barrios arcoíris, de las banderas y los iconos mediáticos. Sin duda, las peores batallas son las que se libran con los seres queridos que no quieren asimilar la diferencia. No es de valientes sentir la necesidad de autoafirmarse. Es de personas. No actúan como tal quienes torpedean y vomitan sus peores instintos, condicionando la realidad. A golpes, haciendo el vacío, negando. Las pesadillas para no dormir que, en muchos casos, se tornan para no vivir. Aceptar que no hay salidas tiene que ser demoledor. Ante tales contextos no podemos quedarnos quietos. No importa a quién amemos, pero sí que no seamos cómplices de esta bajeza. Así que, a quien corresponda: Por favor, ¡dejen de juzgar vidas ajenas! Si los días no son fáciles, menos arrastrando la intolerancia recalcitrante. Vivan y dejen vivir en paz. O imagínense, por un segundo, que el destino les premia con su peor fantasma. O a lo mejor ése es el ‘problema’. ¡Háganselo mirar!

17 de Mayo | Día Internacional contra la LGBTIfobia

lunes, mayo 01, 2017

Por incontables razones



El mundo se paraliza por lo que cuenta una serie, #13ReasonsWhy, hablando de la crudeza del suicidio y el acoso escolar. Y muchos espectadores lo han sido de tan tremenda realidad, entre silencios y complicidades inexplicables. La ficción retrata, con acierto, cómo esa lacra abusiva asfixia a sus protagonistas, sumando un reparto de culpables. Así se minimiza a la víctima, cargando de incomprensión los días, arrastrando una oscuridad de difícil desahogo. Seguro que quien ha sufrido episodios similares ha visto los capítulos, de número supersticioso, con una punzada en el estómago. Insultos, miradas de odio, golpes, pintadas o vacíos, manifestaciones infinitas de una maldad ídem. Los expertos justifican, en la mayoría de los casos, que esa violencia nace de otra anterior. Creando así un bucle del que teorizan, pero que no logran frenar. Viajo a mis recuerdos enterrados y no identifico abusones lastimados, ansiosos por liberar sus fantasmas. Siento por ellos si los sufrían, pero más por mí y el resto de sus blancos imperfectos, que nos hacíamos (más) pequeños a su paso.

Cargar con una mochila de desprecios no suma para nota, todo lo contrario. Resta y condiciona en la personalidad. Puede que con distintos efectos en la infancia o la adolescencia, pero siempre contribuye a cuestionar el yo. Invita a preguntarse demasiadas cosas a destiempo y a despertar miedos impropios. Por regla general, los adultos bastante tienen con sus contextos, o eso dicen, minimizando algunos síntomas visibles. Despejar dudas es sano y puede salvar mucho más que una palmadita de consuelo. Que la vida es un drama no lo he inventado yo. Recrearse en su estercolero colectivo no es útil, pero tampoco normalizar aquello que mina y humilla. Demasiadas despedidas han puesto en los titulares el bullying. Aunque los protocolos llegan tarde, ojalá sean efectivos. Concentraciones, carteles en los pasillos, charlas para comunidades escolares, campañas televisivas, todo perfecto, siempre que no se queden en la superficie del problema. Porque los pequeños gestos pueden rescatar con más resultado. Hannah Baker no encontró la razón final para descontar el resto. Y su ficción tiene que ejemplificar a la inversa. Así, quienes no estén sujetos a un guión, sino a una película para no dormir, sabrán gestionar su verdad. Nadie se merece lágrimas ni moratones por ser la mejor versión de sí mismo. A quien no le guste que se lo haga mirar.

¡Se acabó la cinta! 

jueves, abril 13, 2017

Historia de un beso



Esperaba el momento con una mezcla de intriga y emoción. Las sensaciones pueden intuirse, pero hasta que no se viven son pura especulación. Las películas, los libros, los mayores. Todos hablaban de su magia, aunque no era un truco más, sino un espectáculo imperdible. Había ensayado, o eso creía, para no delatarme como un novato de manual. Era mayor. Siempre eran mayores. Quizá quería asegurarme la emoción con nota. Parecía tan seguro como yo inocente. Nos veíamos en las horas de recreo. Aunque nos correspondían patios diferentes, hay miradas que salvan todas las distancias. Impulsados por la curiosidad, nos deteníamos en idéntico rincón cada mañana, para dejar que la complicidad hiciera el resto. Podía haberle esperado a la salida, pero hubiera sido demasiado cantoso. Fue él quien dio el paso, decidido a encontrarnos, esta vez, de verdad. Un día nuestro ritual de ojos con dueño dio un giro. De repente, lanzó un avión gigante de papel. Su vuelo me pareció eterno y erizó toda mi piel. Por suerte, llegó a destino y con un mensaje claro. "Cuando acaben las clases, en el baño del pabellón". Una frase directa, invitación perfecta al juego del labio con labio. Supongo que, según su propósito, se me subieron algo más que los colores. Me devolvió una sonrisa infinita y salió corriendo. En cambio, yo me quedé paralizado. Con miedo a dejarme llevar. Hasta se me fue el santo al cielo y una profesora tuvo que venir a mi rescate, cuando ya había sonado el timbre. No sé ni cómo pasó el día, tampoco qué materias ocuparon las clases. Sólo podía viajar, mental y sensualmente, hasta mi cita y pensar que estaba a punto de ser coprotagonista de algo especial.

A priori no respondía a mi ideal, pues hubiera preferido un cortejo romántico, conversaciones largas y unas ganas locas de mutuo descubrimiento. Lo nuestro era bastante raro, silencioso y precipitado. Adjetivos muy reñidos con la historia del beso que me hubiera gustado contar. Guardé los libros y mi estuche en la mochila. Pasé por el baño, para mirarme en el espejo y comprobar que todo estaba en su sitio. Lo estaba. Así que, sin perder más tiempo, fui al encuentro. Cuando llegué oí unos chillidos. Era la limpiadora que, con su música a todo trapo, quería emular a una diva a golpe de fregona. Me salí y justo llegó él. Iba a contarle qué pasaba cuando me agarró fuerte de la mano y me metió al cuarto de los balones. Nos miramos un instante y entonces pasó. Aquello fue una conjunción planetaria con rayos y centellas. Explosivo, estimulante, genial. No sé lo que pudo durar, lo suficiente como para sentirme exhausto al separar nuestras bocas. "Para ser tu primera vez, besas muy bien". No sabía si tomármelo como un piropo o un insulto. Debía ser lo primero, pues volvió (volvimos) a la carga y ahí sí me sentí como en un cuento. Por momentos se movían las estanterías, pero nosotros seguimos con la exploración, de ida y vuelta, bastante rato. Cuando acabamos parecíamos dos perfectos desconocidos. De hecho, lo éramos. Es curioso cómo la intimidad conserva celosamente su dignidad, por mucho que se haya regalado. "Si quieres, nos vemos mañana". Asentí, sin pensar. Estaba aún perturbado por la suma de escalofríos, mariposas y onomatopeyas imposibles que acababa de sentir. Y claro que repetimos. Perdí la cuenta de las veces. Había que perfeccionar y saborear los besos. Aunque mi debut merecía ser contado.

13 de Abril | Relato de ficción por el Día Internacional del Beso 

miércoles, marzo 08, 2017

Con todas las letras



Ellas. Vosotras. Que sois más que un 8 de Marzo. Que sumáis luchas, silencios, espantos. También talento, personalidad, sueños. Sois todo, sin pedir nada a cambio. Al menos es mi experiencia. Sin duda, ¡os debo tanto! Muchas presentes, fuertes, capaces, constantes, fieles y determinantes en el latido que nos une. Otras ya lejanas, pero dueñas de un trozo de mi biografía. Nunca entendí mi vida sin vuestras miradas. Aprendí (y aprendo) de vuestro universo, de la verdad que envolvéis en ternura, en esencia pura. Elogié el valor que os definía y aplaudo el que aún hoy defendéis. Muchos se minimizan a vuestro paso, pero nunca fue mi caso. Crecí rodeado en femenino y con orgullo lo escribo, lo siento, lo comparto. El tiempo os ha hecho justicia, por méritos propios, pese a gigantes y estorbos. Derribando absurdeces, demostrando hasta lo innecesario. Aunque chirríe, el surrealismo os engrandece, porque no os dejáis vencer. Incluso subidas a tacones de infierno, siempre plenas de sentimiento y voluntad. Os cuentan en cuentos de princesas y reinos, pero no necesitáis el vestido ni la corona para brillar y conquistar. Yo trepé hasta vuestras torres para encontrar historias y escribirlas juntos. En momentos, eso me valió insultos y hubiera sido ridículo abandonar nuestros mundos. Porque en ellos me encontré y me ayudasteis a ser, con todas las letras. Las mismas que ahora junto, porque os merecéis mi homenaje, mi agradecer profundo.    

sábado, febrero 04, 2017

Mundo piruleta



Era pequeña. Chiquitita, decía su madre, con una sonrisa infinita, cada vez que se refería a ella. Su respuesta siempre se envolvía en una mirada entrañable, de buena persona. Así creció, feliz en un mundo donde todo era m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o. Se empeñaba en decirlo despacio, saboreando cada letra, porque, en el fondo, temía que cualquier día ese estado de las cosas fuera un espejismo. No compartía con nadie esos temores, sabía que la señalarían como una aguafiestas. A juzgar por la felicidad de su gente, no dejaban hueco para el desánimo. Tampoco para los miedos, pero ella tenía su cajita de la frustración, en silencio. No quería abrirla, aunque más de una noche se sorprendió a sí misma levantando su tapa y sintiendo, de golpe, todo eso que el resto parecía desconocer. Su curiosidad terminó en pesadillas y la extrañeza de sus padres, de oído fino. Nunca habían notado ese malestar, en sueños, de su niñita. De nada sirvieron sus interrogatorios mañaneros, ella sabía que desaprobarían que llenara su cabeza de malos pensamientos, de oscuridad. No había espacio para nada de eso, era un tabú. En el colegio tampoco tenía a nadie con quien liberar sus fantasmas, porque estaba más bien sola. Honestamente, del todo sola. En realidad, nadie cultivaba relaciones más allá del aula, era todo muy frío e impersonal, pero aparentemente feliz. Intachable, perfecto, ejemplar, repetían sus maestras. Tanta m-a-r-a-v-i-l-l-a empezaba a generar su total rechazo.

Fantaseaba, sin parar, con otro mundo, en el que quizá no encajaran todas las piezas, pero todo resultara más auténtico. Entonces urdió todo un plan. Preparó una mochila, con lo que consideraba necesario, algún cambio de ropa, su neceser de unicornios, calzado cómodo y poco más. Buscó un autobús que la llevara lejos. Pensaba que quizá unos cuantos kilómetros eran garantía de emociones. Encontró la línea adecuada, tenía dinero suficiente para el billete, pues apenas gastaba su paga semanal y había ahorrado en su hucha de emoticono sonriente. No tuvo que romperla, con cuidado, desfondó sus propios fondos e hizo recuento del botín. Era más que suficiente. De noche, sigilosa, pudo escaparse y caminar hasta la estación. En ese momento, se sentía ya liberada, aunque prudente, pues cualquiera del mundo de color de rosa podía entender que era inadecuado que estuviera sola a esas horas de la noche. A mitad de camino, más o menos, oyó unos ruidos que la asustaron.

De repente, de entre unas cajas, salió un chico. Era más alto que ella, lo cual tampoco era difícil, llevaba una gorra y una mochila a la espalda. Como ella. Él intentó acercarse, pero ella aligeró el paso. El muchacho y sus piernas largas la alcanzaron, sin problema. Parecía inofensivo, así que ella se detuvo. Fue como si el tiempo se detuviera también. Ambos sonrieron y él rompió el hielo. Buscaba la estación de autobuses y ella le comentó que iba para allá. Entonces él, espontáneo, preguntó si podía acompañarla. Ella no contestó, siguió andando. Sabía que tenía un nuevo cómplice. ¿Puedo saber dónde vas?, preguntó el chico. Lejos de aquí. Respondió, directa. Ya somos dos, dijo él. En el plan de la chiquitita huidiza no entraba tener que dar explicaciones a nadie, pero mucho menos encontrar a la horma de su zapato, en versión chico. Ella no decía nada, su padre la había enseñado a desconfiar de todos los muchachos y sus intenciones. Según él, no necesitaba a nadie más en la vida que a él y a su madre. Pero no podía evitar mirar, de reojo, y sentir que era alguien especial. Y guapo. No tardarían en llegar al destino. Ella sabía qué ruta era su pasaporte de despedida, pero él no pareció tenerlo tan claro. Si no te molesta, voy a copiarte, dijo. La joven pensó, por un momento, que era una clase de guardaespaldas contratado por sus padres, en caso de espantada. Por un lado, aquello era un fastidio, por otro, un juego divertido.

Llegó el momento de subir al bus, sin mayor incidencia. Ella miraba a cada lado, como buscando la cámara oculta o a cualquier mayor impidiendo su fechoría. Se sentó tan rápido como pudo en las primeras filas. Él accedió después, la miró sonriente y siguió hasta los asientos traseros. Se sentía tonta, pero incluso con esa distancia mínima, le echaba de menos. Había sido curioso que sus caminos se cruzaran, supuestamente con el mismo objetivo. Así que cogió su mochila y fue a su encuentro. ¿Por qué haces esto?, preguntó. Supongo que por lo mismo que tú, no soporto más este mundo piruleta. No podía haberlo expresado mejor. Estaba claro, les unía la necesidad de dejar atrás su incomprensible realidad, tan edulcorada y maquillada, que les impedía crecer. A ella en altura también la iría bien, pues se imaginó, por un momento, besando a ese Romeo imprevisto. Y se parecía ridícula, tan pequeña a su lado. Quizá el tiempo la haría entender que eso no importa, pero no, porque entonces se despertó bañada en agua, por su padre. No reaccionabas, perdona, estabas como ida. Lo estaba, hasta entonces.