Estaríamos perdidos si el sentir
fuera programado por ordenador. Nos llevaríamos las manos a la cabeza, víctimas
de la invasión tecnológica, dueña de nuestros latidos. Lo espontáneo mutado a
código binario. Pero por muy insólito, impensable o inalcanzable hay quien
aplaudiría tal insensatez. De hecho, lo han intentado históricamente negando,
condenando y rechazando la libertad emocional de muchos. Es triste que a estas
alturas queden mentes tan obtusas que no entienden de respeto. Y sí, me centro
en la celebración de los derechos de gays, lesbianas, bisexuales y
transexuales. De las personas que aman diferente. Con orgullo, con pasión, con
libertad. Palabras huecas para los moralistas y antiguos, incapaces de
esforzarse en tolerar. ¿Acaso va alguien a atacar su estructura de vida? No,
pues que no hagan ese ejercicio cercenador con el resto. Los años me llenan de
argumentos para pensar que todos esos neandertales no son más que víctimas.
Encerrados en sus mundos opresores. Limitados por miedo a ser ellos mismos. No
podemos permitirnos más silencios, ocultar nuestros besos, esas caricias
impulsivas o las miradas de deseo. Así se da alas a los tristes de espíritu y
sumamos peso a su impertinente negación. Desde mis primeros pasos de
reafirmación personal, encuentros con luchadores adalides de la visibilidad,
juergas iniciáticas, amores equivocados... mucho hemos avanzado. Lo sé. Tenemos
una ley de matrimonio y hay muchas conquistas (necesidades) en cuestiones de
salud si hablamos de VIH o disforia de género. Pero queda mucho camino por
recorrer. Aquí y mucho más fuera de nuestras fronteras. Incluso más allá de
Chueca y su arcoiris al viento. Un prestigioso psicólogo/sexólogo me decía hace
unos días que ya no encuentra testimonios desgarradores de identidad como hace
unos años. Sí de condena, de efectos secundarios por el rechazo frontal en
familias o entornos propios o de la pareja. Imposibilitando así quereres
auténticos, por la bajeza emocional de esos ¿seres? ¿queridos? No podemos
permitirnos rebajar libertades, depositar en manos ajenas nuestra verdad.
Violencia, insulto son manifestaciones de su incapacidad. Basta ya de hacernos
pequeños. Queremos, somos y estamos orgullosos. Y si a ti no te gusta habla con
tu mano o con tu armario.
sábado, junio 28, 2014
sábado, junio 21, 2014
Recuerdos
La memoria de la piel y las
entrañas sobrecoge. Lo sentí el otro día al volver fortuitamente a los muros del
colegio que me vio crecer. Al contexto donde empecé a escribir mi guión. Fue
curiosa la sensación de nostalgia, angustia y emoción en miscelánea. Fotogramas
de unos días felices (y no tanto) se agolparon en segundos, viéndome desde la
distancia del paso del tiempo. Recordando las risas del patio, los nervios de
exámenes, los amores sin besar, las conversaciones de mayores, los bocadillos
rebosantes, los profesores emblema... No sé qué le diría a aquel niño que fui. Me
quedaría callado, observando sus movimientos, siempre locuaz y dicharachero. Seguramente
envidiaría su ingenuidad, sus ganas de comerse el mundo, su espíritu inquieto.
Parte de él está, se resiste a abandonarme. Pero muchas otras volaron por lo
destructivo de la realidad. Curiosamente poco después me encontré con un par de
compañeros, ya hombres. Se hace raro asimilar ese cambio, es como si un
experimento científico haya agrandado de golpe a uno de tus cómplices. Sin
acabar de verlo como lo que es hoy, remitiendo aún a lo que era. Y no pude
evitar sentir una desconexión total, una barrera que la vida ha levantado.
Quien compartió contigo tanto, de pronto muta a perfecto desconocido. Y sí,
juegas al bienquedismo, a las frases hechas, a programar un reencuentro que
sabes nunca llega. Porque, ¿tiene sentido? ¿Hay que forzar algo sólo llevado
por los recuerdos? Si algo echo de menos de mi yo es la sensación de caminar
sin mochila. Obviar los problemas, sobreponerse a todo. Mi intensidad me impide
hoy vivir como el propio verbo define. Y me da mucha rabia. Por eso me removió
tanto el contemplar mi pasado pisado, regresar por unos instantes a vestir
uniforme, a rezar por las mañanas y subir aquella cuesta que me dirigía hacia
mi futuro. Es lo paradójico de todo, que el tiempo es una ceremonia de la
confusión constante. ¿Lograré encontrarme?
lunes, junio 09, 2014
Lady Pestaña
Sus pestañeos delataban sus
emociones. Era incapaz de ocultar sus pasiones a golpe de miradas intensas.
Cada revolución hormonal, cada instinto pseudoamoroso se manifestaba a golpe de
pestaña. Tal cual. Ella decía que era incapaz de controlar ese contoneo
frenético, de presentarse cual ninfa ansiosa de placer. Lo intentaba
aplicándose una máscara para tal apéndice que ni cemento armado. Pero ni con
esas. Cada vez que veía a un objeto de latidos incontrolados su motor
ojiplático se accionaba compulsivamente. Lo curioso es que ocurría a cada poco.
Pues se decía enamoradiza. Pasear por la ciudad se convertía en un ejercicio
vertiginoso. Una suma imposible de improvisados quereres. Qué sería de la piel
entregada a tanta efusividad. Un día cualquiera, en un lugar cualquiera,
pensando cualquier cosa se cruzó con un chico que resultó hipnótico. Nadie
hasta entonces había logrado paralizar su pestañeo voraz. Él sí. No dudó un
instante en acercarse para desentramar tan enigmático misterio. Tocó su hombro
y sintió una electrizante cercanía. Lo que empezó en una conversación
espontánea, a pie de calle, se convirtió en un amor vibrante. Predestinados,
felices y completos. Como sus pestañas, en su sitio, cómplices de la historia.
No querían perderse ni un solo detalle, por eso desde entonces permanecen
erguidas, inmóviles. Sin más coreografía que el compás de la vida. El amor es
eso, un golpe duro en la línea de flotación de nuestra realidad. Una condena de
plenitud, un estímulo que cuestiona todo nuestro yo. Lo demás son
entretenimientos vacíos, ejercicios de deshonestidad con nuestras tripas. Ni la
ansiedad ni el conformismo conectan con la estructura auténtica del
enamoramiento. Las pestañas necesitaron mucho tiempo para comprenderlo. Y por
más que se agitaban, sólo cuando hubo de pasar pasó.
martes, junio 03, 2014
Siempre tacón
La actualidad marca realeza. Y me
salto el protocolo para hablar de ellas, divas irredentes y genuinas en su
especie underground. Las travestis, dragqueens y diosas del glitter en general,
protagonistas absolutas de ¡Que trabaje Rita!, la fiesta del momento en Madrid.
Sus surrealismos de lentejuela y sombras imposibles suman momentos impagables,
de buen rollo y personalidad. Precisamente son líderes en eso, en reivindicarse
y hacer visibles, desoyendo críticas y esquivando las miradas de los neandertales.
Los mismos que siguen violentando y atacando el ejercicio de vivir de los que
se escapan de sus cortas miras. Tremendo seguir derribando tantos muros y
soportando intolerancias por sentir. Desde lo alto de sus tacones todo parece
de color arcoiris, pero no lo es. Y nunca me cansaré de defender el derecho a
ser uno mismo. Eso sí, me quedaré con esa capacidad de reinvención, un espíritu
tan singular como hilarante. Cada domingo que me he sumergido en su cosmos ha
resultado peculiar, intenso y divertido. Ahí no podían faltar Alaska y Mario,
adalides de la movida 2.0, entregados a la noche. Cercanos y profesionales de
la cosa celebrity, posando con sonrisas y compartiendo risotadas con toda la
concurrencia festera. Derroche flúor, focazos y una perfecta vajilla de platos
DJ anima a cualquiera. El ánimo crece a medida que las miradas se pierden y la
belleza se encuentra. Y mucho. Luego es cosa de canciones de estribillo
pegadizo, copas que se evaporan y risas que marcan nostalgias. Como descubrir a
las Azúcar Peluca Moreno, no sin mi laca... más travestis que toda la población
travesti en sí misma. Sin olvidar el momento foto recuerdo, el freakismo
compartido con rostros que se hacen clásicos. Desde Cindys Lauper de
extrarradio a pequeños grandes hombres saltarines o aparcacoches venidos de un
hotel dos estrellas de la Costa del Sol. No importa quién seas sino lo que
representas: libertad. Rita trabaja por todos que nosotros seguimos de fiesta...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)