sábado, noviembre 18, 2017

Latidos que duelen



Recuerdo cómo temblaba. No podía articular palabra alguna. Nada que ver con el día anterior, cuando me contó ilusionada aquella cita. Hacía tiempo que estaba soltera y tenía ganas de conocer a alguien. A él. En buena hora. La versión encantadora se esfumó demasiado rápido. Se habían cruzado una noche y el intercambio de miradas accionó esas mariposas tan dormidas. Mi amiga no recordaba un episodio así y recreaba cada paso del cortejo. Una vez intercambiaron su atención fue el turno de las presentaciones. Eso sí, fuera del local, ajenos a los ritmos vertiginosos de la noche. La charla fluía y el compartir su número de móvil fue casi un juego de niños. De esos que te cambian el gesto a sonrisa tonta. Así relataba su fugaz hechos el uno para el otro. Después llegarían las charlas infinitas, con emoticonos como cómplices. Y la proposición formal de una noche a dos. El calendario voló, como sus esperanzas por sentirse princesa de su propio cuento. El mismo que empezaba con «Érase una vez», aquella en la que desaparecieron las pantallas y, por fin, se reunieron a solas. Él propuso recogerla en su coche y a ella le pareció genial. Confiada y atraída por la caballerosidad. Mi cara no dijo lo mismo cuando desgranaba el plan ‘romántico’. Quizá mis idas y venidas amorosas, con desigual éxito, me habían convertido en un malpensado. No dije más, era injusto que la bajara de su nube. Por desgracia, los hechos lo hicieron. Puntual esperó a que llegara el supuesto corcel y su príncipe ídem. ¡Maldito Disney!

Conociéndola, seguro que sus ganas de verse enrojecieron su piel y multiplicaron la verborrea. En eso nos parecemos demasiado. Entonces, tal y como contó, él calló sus nervios con un beso. Esperado o no, sirvió para resolver la tensión inicial. La ausencia de destino y los problemas de aparcamiento acabaron en su garaje. Lo que parecía una decisión espontánea se convirtió en una pesadilla. Era una plaza oscura y siniestra, con un cercado que fue proporcional al que impuso a su presa. Se lanzó bruscamente y ella se asustó mucho. Intentó zafarse, pero él la tenía totalmente bloqueada. No recuerda cómo se quitó el cinturón y peleó con aquella puerta, zarandeando al majadero con una energía tan escondida como sus intenciones. Cuando quiso apearse apagó las luces y no podía ver. Se acercó al portón y él reapareció insistente. Dice que susurraba a su oído su nombre una y otra vez. Tan cerca y en la penumbra ella se envalentonó y le empujó con todo su rechazo. Sacó el móvil y vio que no había cobertura, pero con la luz pudo encontrar cómo accionar el mecanismo y salir corriendo. No quiso mirar cómo estaba el susodicho, pero debía retorcerse de dolor. Asustada entre aquel entramado de columnas, localizó a una mujer mayor que justo estaba llegando a su plaza. La contó que el malnacido había intentado aprovecharse de ella. Resultó que era su vecina y sabía que era todo un pieza. Intentó tranquilizarla y se ofreció a llevarla a casa. Esta vez sí actuó la bondad de la perfecta desconocida. Entonces apareció él, hecho una furia. Encarnando la peor versión inimaginable. Entre frenazos y pitidos lograron zafarse de sus ojos coléricos. Entonces su salvadora recordó que los peores rumores precedían al violento. Y la animó a denunciar, si quería, el episodio. Ella estaba tan en shock que negó, sin pensarlo. Cuando me lo contó la insistí en hacerlo. Más cuando su teléfono no paraba de sonar y tenía mensajes amenazantes.

El garbanzo podrido demostró serlo sin miramientos. No fue agradable pasar por Comisaría y todo el proceso posterior. El maquillaje de aquella noche se fue, la angustia aún la siente. Sé que aún no lo ha superado. A todo esto mucha gente la juzgó, la llamó estrecha o buscona. Otros, insensata. Ella sólo quería vivir algo bonito. Puede que cometiera el error de esperar normalidad y enfrentarse a un monstruo. Historias como la suya y peores, incluso con finales trágicos, son una constante. La conciencia colectiva debe accionarse contra la violencia y personajes tan deleznables. Porque la realidad nunca debió superar a la ficción.

Relato basado en una historia real | ¡Basta ya de agresiones, acoso sexual y Violencia de Género!

jueves, noviembre 02, 2017

Siete más tres



Han pasado siete años. Parecen muchos, pero a su lado es como un suspiro. Como el aire fresco que siempre imprime a cada momento. Entonces apostó por un cambio. Por descubrir opciones en una tierra que sentía propia, pero sabía que no sería fácil. Nada impidió que se abriera un hueco irremplazable, en su destino profesional y en las vidas de quienes somos afortunados de tenerla cerca. Lo nuestro fue progresivo, una historia de amistad bien entendida. Compartíamos mucho y, poco a poco, sabríamos que la conexión era de banda ancha. Aún recuerdo cuando me ayudó con las maletas de una gran ilusión. No tenía que hacerlo, pero salió de ella el estar en un contexto tan señalado. Después han sido tantos, con mil motivos y siempre con sus consejos. Unidos a su mirada cómplice, observando y analizando para intervenir con corazón y cabeza. Es un gustazo ser público de sus realidades, aplaudir su crecimiento y entender que la autenticidad no se elige. En deportivas o subida a unos tacones. Acurrucada en el sofá o entregada al universo evento. No importa el lugar ni el cómo, a su lado la emoción está asegurada.

Sabe rodearse y es un placer compartir sus círculos más íntimos. Como en una serie de personajes adorables, donde pasa mucho. No siempre bueno, siempre de verdad. Tiene demasiado por escribir, porque su talento no conoce límites. Algunos sí, esos que ha transitado en el mapa del mundo. Fotografiando instantes y lugares únicos, absorbiendo la esencia de la curiosidad infinita. Me gusta que me abrace fuerte, sentir que todo irá bien mientras parloteamos de paseo por la playa, en su sofá o sentados en su coche. Cuando habla de su familia es puro brillo. Así se entiende que sea una bondad con patas y bien largas. Porque sus padres cumplen con su cargo y han educado a sus tres chicas en unos valores de nota. El ADN de este núcleo de la sangre se construye de sensaciones y juntos bordan el papel. Temo el día que me diga que hasta aquí, que cierra etapa y se aventura con la pasión a otra parte. Lo entenderé, pero me dejará un nudo en el estómago y un vacío con nombre propio. El de mi Marta, mi chica siete más tres. La suma de diez que no me canso de calcular. ¡Gracias por tanto!