domingo, abril 13, 2014

La llamada



No es una. Son muchas. A cada cual más definitiva. Esperamos con ansiedad, o todo lo contrario, que el teléfono suene, vibre o nos anuncie ceremonialmente ese momento, esas palabras, ese deseo, ese hecho, ese drama, ese te quiero... Si a todos nos preguntan podríamos quedarnos con una para el recuerdo. Por suponer ese antes y después necesario. Por romper en dos nuestra realidad. Por callar nuestro mundo interior. La tecnología nos ha convertido en esclavos de su poder infinito. La mala cobertura, en víctimas peripatéticas. Lo que me inquieta es pensar la importancia que le damos a un telefonazo, cuando otro puede hundirnos sin remedio. Estos días, envuelto en mi suma surreal de contextos, angustiado por tonterías de lo cotidiano, recibí una llamada. No era la esperada. Ni de quien me hubiera gustado y levantado el suelo a mis pies. No. Era de alguien querido que me anunciaba una muerte. Un adiós sin preguntas. No se trataba de un familiar directo, pero sí de uno de esos secundarios que están en nuestra vida por algo. Con pocas líneas de diálogo, pero con tantas miradas de complicidad. Justo entonces, al conocer la noticia de su marcha, entendí que soy un ser absurdo. Que pierdo tantas energías, que me consumo por mis circunstancias y personajos protagónicos, que no puedo permitirme restarme. No cuando lo importante es hacer de la vida un ejercicio sano, transparente y enriquecedor. Lo demás son capas grises y ridículas que nos anexionamos para mal. Así que he pensado que podrá sonar el teléfono. Podrán apilarse mensajes instantáneos. Podrán hacer del chat una barra libre. Podrá acabarse la batería. Pero mi auténtica llamada ya ha tenido respuesta.