domingo, noviembre 30, 2014

El no saludo



Hay muchos tópicos sobre Santander y los santanderinos. Aunque duela reconocerlo, más de uno ganado a pulso. Y es que hoy quiero escribir sobre el no saludo, ese que esquivamos y pasamos por alto. Básicamente porque nos da la gana o todo lo contrario el cruzar una breve frase con otra persona. En este grupo entran aquellos conocidos y viceversa que por causa del tiempo o cualquier otro tipo de lejanía pasan a convertirse en desconocidos no anónimos. Interpretamos un paripé para superar tal circunstancia, llamada de móvil, mirada levadiza, frunce de ceño, despiste impostado... Todo con tal de no tomar la iniciativa en el ejercicio de cordialidad. Es muy tonto este show, especialmente cuando se da la situación real de reencuentro con el otro, recordando las ausencias y callando la tontería mutua. Así somos. Yo he de reconocer mi despiste galopante y timidez en las distancias cortas con este tipo de humanos de grado de separación mayúsculo. Puede que en otras geografías se pasen en alharacas y grandilocuencias en el tú a tú, sea del tipo que sea, pero hemos de reconocer que es absurdo negar un saludo por imperativo antisocial. Por mucho que la contraparte se guarde a la par su gesto, holaquétal o lo que sea. ¿Hemos perdido toda educación? ¿Qué nos impide ser correctos y bienquedas? Y si así anulamos toda una red de contactos que vete tú a saber qué nos puede aportar... El caso es que me resisto a pensar que todo esto va en un gen santanderino. Siempre que algún foráneo repite que somos muy cerrados, que aquí cuesta hacer amigos, yo niego con rotundidad, poniéndome en primera persona. Y lo pienso con vehemencia, pues a mis pruebas de vida me remito. Pero en el tema del no saludo me veo 100% partícipe. El otro día cruzaba un semáforo y justo enfrente estaba 'el objeto andante no salutativo'. En alguna ocasión necesité contactar con ella por temas de trabajo, pero nunca nos tratamos con profusión. ¿Sabrá quién soy yo? Igual no me reconoce, pensé. Total, no voy a decir nada porque lo mismo ni me identifica. Cuando quise sumar pensamientos, el verde marcó los pasos y nuestros destinos se cruzaron sin saludar. ¿Pensaría ella lo mismo? Quién sabe. Pero como ese paso de peatones muchos otros contextos con otros tantos coprotagonistas se quedaron en vacío. Una pena, porque si estamos de paso qué cuesta regalar una sonrisa o un hasta luego. Desde aquí me pongo el hola por montera y me propongo retirar el no saludo para saludar sin miramientos. Que pase quien tenga que pasar. ¡Adiós, no amigo!

domingo, noviembre 16, 2014

Basada en un amor irreal



Lo hice. No aguantaba más. ¿Quién quiere hacer daño deliberadamente? Cada beso, cada caricia me resultaban un esfuerzo. Me ¿enamoré? de ella. Ahora sé que no. Estos años han sido una farsa. Era la chica ideal, la madre perfecta para mis hijos, la mujer diez. Pero ninguno de esos clichés bastaba. Nada podía ocultar mi verdad. Mi corazón rechazaba esta idea de dos. Y lo que sentía por ella no era querer, era una comodidad emocional mal entendida. Cuando caminaba por la calle y veía a esas parejas pletóricas, vivas y entregadas sentía lo irreal de mi historia. Mi infelicidad plena, con una co-protagonista digna de Hollywood. Con su sonrisa y su mirada siempre cómplice. Supongo que con otra me hubiera resultado más fácil. Ella ponía toda la carne en el asador y yo asumía mi horrible dieta de querer. El mismo en que ella no entraba. En el trabajo me preguntaban por lo nuestro y me limitaba a responder con evasivas. No quería dar hondura a lo que sabía era una tapadera. Pero, ¿hasta dónde podría llegar? Dónde quedaban mis sentimientos de verdad... ¿Y mis padres? Sus fotos en el mueble del salón, la taza con su nombre y el calcetín por Navidad demostraban del todo su implicación con Natalia. Había guionizado en mi cabeza el momento. Con el argumento de necesitar un tiempo lograría distancia y, poco a poco, zanjar lo nuestro definitivamente. Me sentiría culpable pero era un buen momento, se cumplía un año de su plaza como agente de policía y había conseguido una plaza cerca de casa. Su seguridad poco tenía que ver con la mía, víctima de mi absurda irrealidad. Intenté mantener las formas y no caer en tentaciones, hasta que llegó él... Y con él, el día del finiquito a mi noviazgo de catálogo.

Como cada domingo comimos en casa de mis padres, enfrentándonos a la típica pregunta de ¿para cuándo la boda? Me atraganté, lo reconozco. Ella me miró extrañada, pero mi madre recondujo el momento con la crónica más exhaustiva del bodorrio de la vecina del tercero. Tras la comida nos fuimos a mi piso, como de costumbre, a pasar una tarde ¿tranquilos? Estábamos viendo un telefilm soporífero cuando empezó a sonar el teléfono. Era él. Colgué. Me armé de valor. Silencié el televisor. Y empecé 'a romper', entre titubeos. Mi discurso no pareció convencer a Natalia que se desquició como nunca había visto. Sus ojos cándidos estaban fuera de órbita. Quise calmarla y propuse hablarlo en unos días, más tranquilos. Fui a la cocina a por un vaso de agua y cuando volví al salón estaba apuntándome con una pistola. Su pistola. Como en las películas y las series americanas que tanto nos gustaban. Me reí, no entendía nada. Pero el odio se había apoderado de ella. "O estás conmigo o no estás", repetía. ¿Su amor se había convertido en locura? Traté de disuadirla, pero sus gritos silenciaban mis argumentos. Me abalancé sobre ella y cayó al suelo. La pistola se desplazó y logré hacerme con ella. "No me das otra opción". Ella o yo. Y opté por su final y escribir el mío entre puntos suspensivos. No puedo decir más. Es lo que pasó. Me entró mucho miedo, pero más el pensar que para siempre tendría que vivir una doble vida. O peor, no vivirla por su desquicie. Nunca pensé que fuera necesario acabar así. Ahora todos me odian y tienen un motivo. Qué triste que mi vida se haya convertido en el argumento de película de sobremesa. Basada en un amor irreal.

lunes, noviembre 03, 2014

La celda folclórica



A estas horas puede que Isabel Pantoja esté ensayando el nuevo estribillo de su popular tema. Y es que sólo un último recurso de súplica separa a la tonadillera de la cárcel. Fiscalía y Audiencia Provincial de Málaga se oponen a que quede en libertad condicional, lo que desata el drama folclórico. De nada sirvió la petición in extremis de 'dineros' de su sobrina a los ricos de la tele, esta vez sin el socorro a una María del Monte (hasta la peineta). De poco ayudaron los lamentos en concierto de la cantante, ni las negociaciones para deshacerse de parte de su patrimonio. Es lo que tiene el equivocarse de color. Optó por el blanqueo, cuando los colores vivos siempre sacaron más a sus rasgos sureños. Fuera bromas, casos como el suyo demuestran dos cosas. Punto uno: - Hay que enamorarse con precauciones, pues tu fuente de deseo puede convertirse en tu peor pesadilla. Punto dos: - Controlemos la necesidad de avaricia, el ansía por defraudar, pues no lleva a nada bueno. Para todo se necesita buenos consejeros y mucho me temo en la familia de la susodicha andan escasos. Más bien se rodean de palmeros, entregados a la alabanza absurda y con cero capacidad de crítica. De ahí el recorrido de Paquirrines, Chabelitas y demás fauna surrealista. Estercolero de la realidad, que se retroalimentan para el estupor ciudadano medio. Cualquiera diría que una artista histórica sea incapaz de llevar una vida medianamente digna. Lo suyo ha sido una sucesión de amarillismos exaltados, de titulares previopago, de álbumes que daban mucho más que el cante. Ni el mejor guionista hubiera acertado en el cúmulo insólito de episodios de días de colorín y bata de cola. IP no supo depilarse los bellos innecesarios, se enzarzó en historias y altanerías ridículas. ¿Resultado? Un presunto final infeliz. Quién sabe si germen de una teleserie de la factoría 'toma Moreno'. Ahí va la sinopsis: Coplera entra en prisión, crea un grupo de flamenco con sus compañeras, se va de gira por cárceles de provincias y se enamora. Su archienemiga entre barrotes descubre un lío de bolsas (para tirar la basura presidiaria) y decide jurar venganza. Éxito de audiencia, seguro. Con debate posterior de momias recicladas del fantoche couché. Pase lo que pase, aprendamos la lección. Queramos sin un single mal escrito, ni ambición infinita. Siempre nos quedarán los dientes (dientes).