lunes, julio 31, 2017

Bustamante, a corazón expuesto



Del andamio a las portadas de la prensa rosa, el viaje profesional y emocional de David Bustamante ha sido tan frenético como intenso. Su paso por ‘Operación Triunfo’ catapultó a la fama a una generación de anónimos que colapsaron audiencias y listas de venta. Semejante frenesí, aclamado y criticado a partes iguales, hizo que sus protagonistas vivieran una película de dimensiones infinitas. Exprimieron su ‘talento’ y quizá no les dieron suficientes herramientas para digerir su recién estrenada realidad. Así lo reconocían ellos en su reencuentro catódico, recuperando un ‘Mi música es tu voz’ y compartiendo sus vidas mediante. El de San Vicente de la Barquera supo encarrilarse musicalmente y demostrar que había llegado para quedarse. Eso sí, pagando algunos peajes, como los focos de la carnaza del corazón. Por suerte para él no tardó en encontrar a su princesa de cuento, una asturiana aspirante a las alfombras rojas, con escasos pinitos artísticos. Su fusión era perfecta, como su boda, que tuve ocasión de cubrir. Eran la viva imagen del amor ‘romántico’, de las portadas con saludo, del querer bien entonado, por mucho que él acudiera con una lesión. Desde entonces viralizaron su historia, aunque el verbo se accionara de verdad hace no tanto con la eclosión de las redes sociales. En ellas han compartido sus idas y venidas, en una especie de reality-show compartido, con declaraciones constantes, hashtags pastelones, fotos libres de no filtro…

Hace unos meses los rumores de ruptura y separación levantaron todas las alarmas e incontables titulares. Haciendo balance de situación, pasados los años en común, la buena gestión de la carrera de ella como reina del influir (o eso dicen) e imagen de cuantiosas marcas, voltearon las tornas en su poderío mediático. Aunque la muchacha como actriz, lo que se dice actriz, no ha destacado por méritos propios. Bueno, algunos dicen que su mejor interpretación fue en el momento justo de la polémica, cuando ejerció como carne de photocall y desplegó lágrimas de cocodrilo. Él intentó mantener la calma, aunque la presión de los paparazzi se lo pusiera difícil. La debutante celebración religiosa de su pequeña sirvió como marco de un teatro de comedia importante. En todo momento, han intentado mantener al margen a la chiquilla, aunque no han parado de subir imágenes con ella a sus cuentas en red. Como padres es lógica su actitud, aunque como pareja están resultando un tanto incoherentes. Guardar las apariencias no siempre cuela, menos con tantas filtraciones. Es su vida y ellos sabrán cómo lo manejan, pero lo triste es pensar que hay razones comerciales detrás.

Pueden acabar muy dignamente de forma pública, aunque entiendo que los canutazos cotidianos de la prensa sean un calvario. Como el episodio tan desagradable del cuestionable captador de vísceras que ha despertado los demonios del triunfito. Las imágenes de móvil, a modo de prueba, muestran el malestar y sus arranques de hartura frente a las provocaciones del susodicho. Un personaje sin escrúpulos, encantado de los focos y perfecto ‘material’ para generar contenidos a modo de chicle. Parece que la historia se alargará con acciones judiciales y la suma de dimes y diretes. Cuentan que un supuesto romance alentó el enfrentamiento y, de ser cierto, no hay nada malo en que el cantante rehaga su vida. Otra cosa es que no haya sido del todo claro, por muchos mensajes irónicos que lance en sus conciertos sobre su ‘soltería’. Llegados a este punto tendrán que decidir cómo finiquitar su historia de cara a la cosa pública, la misma que tantas satisfacciones les ha dado. Quizá sea hora de que la ¿parejita? acordara un comunicado para zanjar los chismes, sino van a tener seguimiento sin fin. O no lo damos todo por perdido y celebramos que nos vuelvan a edulcorar el Instagram. Revilla iría encantado a su reboda. Y yo a contarla, también.   

viernes, julio 28, 2017

La noche de las colas vivientes



La letra se convirtió en lamento. El sonoro ‘Despacito’ de Luis Fonsi se materializó en el acceso a su multitudinario concierto. Sabíamos que en Santander no estamos acostumbrados a fenómenos de masas, pero lo de anoche resultó un caos importante. Una hora después del inicio del show, miles de personas esperaban fuera del recinto de La Magdalena el momento de disfrutar sin límites. A cambio, tuvieron una paciencia ídem, en un compás de espera que se alargaba más allá de la Playa de El Camello. La organización abrió puertas con dos horas de antelación y avisó de la importancia de acudir con tiempo. El balance de entradas agotadas para 15.000 almas hacía presuponer un jaleo de tamañas dimensiones. Parece que muchos optaron por ir al límite o casi, pensando que el gentío estuviera ya en el vallado musical, pero no. La confusión se apoderó en idas y venidas que muchos agitaban con litros de alcohol. Otros cenando, con paciencia, y la mayoría buscando la vía de acceso más efectiva. Dentro el puertorriqueño había comenzado su espectáculo, ajeno (o no) a las multitudinarias ausencias. Está claro que hubo fallos en la disposición de los accesos, con poca vigilancia. Es más, los controles fueron un visto y no visto, con nervios y prisas impropias para una cita marcada, por derecho, en el calendario. Siempre he criticado que la capital cántabra no programe grandes directos gratuitos en sus festejos, como ocurre en prácticamente todas las pequeñas, medianas y grandes ciudades. Aunque, visto lo visto, quizá no seamos capaces de asumir un poder de convocatoria tan bestial. Eso o que los responsables no están a la altura o con la capacidad suficiente para gestionar a semejante masa crítica. Habrá que darle una vuelta o dos. Pasada una hora y aprovechando un vacío oportuno en la anaconda social, fuimos capaces de sumarnos a la procesión. Una vez dentro del redil, llegar a la campa fue un paseo. Eso sí, sin hilo musical, pues apenas se oía lo que allí estaba pasando. ¡Qué capacidad de insonorización! En resumidas cuentas, el muchacho llevaba cuarenta minutos de darlo todo, con sus estilismos imposibles, cuando quisimos poner la oreja.


Ya superada la aventura, las conversaciones seguían coleando. Eso sí, no tardaríamos en accionar otro mecanismo tan cañí: las malditas comparaciones. El damnificado, y con razón, no era otro que Enrique Iglesias. Aunque el espectáculo de anoche no era para tirar cohetes, ganaba la partida al hijo de Preysler, de calle. «Canta más, tiene mejor voz», decían mientras intentaban tararear algunas de sus baladas menos conocidas. Y es que Fonsi se ha labrado una carrera a base de lentos de latido impulsivo, por mucho que ahora sea el rey del latineo. Un cuarteto de baile, tres pantallas verticales más la de realización, elementos gráficos ramplones, fuego a discreción… Bien, pese a que en ocasiones se perdía el sonido o era complicado entender sus letras. Eso sí, en el escenario se notaba su total dedicación. Hasta un «¡Viva Cantabria!» resultó oportuno, cuando comenzó el pesado calabobos. Coló el ‘Des-pa-ci-to’ en medio del show, con las oportunas manos en la cabeza de los recién llegados, temiendo el final. Ni mucho menos. Tuvo tiempo de viajar en sus archivos sonoros y emocionar con sentido. Sin duda, la canción del momento merecía bis y así lo hizo, en otro ritmo, con la gente entregada y los móviles echando fuego. El fin a la batería y con bien de confeti, a lo Enriquito, remataron el primer acto. Un más o menos rapidito, cola mediante. Con un balance reventado para los que no tuvieron más remedio que acudir a la reventa.


Tomó el testigo Juan Magán con su electrolatino, en una suerte de discoteca móvil. Después de días de protagonistas más melódicos, había ganas de bailar. Especialmente las nuevas generaciones, entregadas a sus canciones, auténticos destapes de lo S a lo X, en un plín. Sus cuerpos en danza mutaban de lo brillante a lo felino, del chispazo a las articulaciones, acabando modo jardín en flor de plástico. De esas con las que Paula haría maravillas para su Instagram. El buen rollo generalizado desoía su nula capacidad vocal, tapando sus bases, a lo Paquirrín. En esos momentos, la presencia profiláctica de colores a cuerpo gentil recordaba que la lluvia seguía viva. Una bandera de Cantabria, que se llevó de perfecto souvenir, adornó la cabina lumínica. De pronto, pinchó un tema con el susodicho de la experiencia religiosa y entre sus ‘declaraciones’ quiso hacer el chiste. «He leído en prensa que Enrique no se despidió…» y fue entonces cuando su voz sí sonó rotunda. ¡Curioso! El espectáculo de luces y colores animaba al desfase en grupo, las coreografías improvisadas, amén de las risas sin filtros. Esas que tenían mucho que ver con los looks desiguales. De los propios de la verbena a los más dignos de alfombra roja y tacón imposible. Llamaba la atención que sin papeleras no había paraíso, pues todo el verde estaba lleno de vasos y cartones de pizza. La animación se prolongó hasta altas horas, con canciones de dudosa calificación, y para entonces nadie se acordaba de…  


¡Las malditas colas! La salida fue otro sufrimiento supino. Desmontaron los laterales y el colapso sumaba varios focos. La presunta manifestación encontró otras vías de escape como recordar clásicos del tipo ‘La Fuente de Cacho’, ‘Cielito Lindo’ o ‘¡Que viva España!’. Los más previsores recurrían a las pipas para animar el tránsito. La ansiedad por recorrer los escasos metros hasta el portón del recinto provocó más de una caída por la ladera lateral. Otra forma de matar el hastío fue localizar parecidos razonables. Luis Fonsi hubiera pasado desapercibido, por mucho que brillasen sus pantalones. «¡No habéis visto tanta gente ni cuando hay paella gratis!», decían algunos, entre risas. Y es que miraras donde miraras, aquello era un infinito de difícil cómputo. Con los datos de los teléfonos colapsados, integrantes de una riada humana. Lo mejor y más escuchado: «¡Total, por 10€!». Fue el precio de una gran noche, especialmente redonda para la señora de los perritos. Esa sí que perreó y agradeció el colón, colón.  

domingo, julio 16, 2017

Crónica de un desconcierto



Anunciado como el gran reclamo de un descafeinado Año Jubilar Lebaniego, Enrique Iglesias tomó el pelo a las miles de personas que esperábamos un espectáculo decente. A estas alturas de su ‘trayectoria’, presumir calidad vocal al hijísimo del Hey! era delito, aunque finalmente lo resultó la sucesión de surrealismos que desplegó en el campo del Racing. Tardé mucho en decidirme a ir a tan fastuoso evento. Nunca he seguido su carrera, más allá de los hits machacones y aquellos inicios edulcorados. Dudaba mucho que su elección fuera la más acertada para encabezar un programa de incontestable (y necesario) atractivo. Las decisiones de nuestros mandamases en lo que a ‘Cultura’ se refiere, y  casi en términos generales, me resultan cuestionables. Al final, siempre caemos en provincianismos ridículos y éste me parecía uno más. Vendiendo la exclusividad de un show a nivel nacional y europeo, como si se tratara de un tanto para sacar pecho. A una semana vista compré mi pase a la sangría del auto-tune y el electro chirriante. Esperaba, al menos, un montaje de altura y un repertorio digno de estrella bien entendida. El miedo a la barbarie inhumana alertaba a la organización y era tema de corrillos, incluso de bromas macabras. Se anunciaron medidas de seguridad minuciosas, pero la realidad fue bastante menos aparatosa. Hace unos días en el Madrid más orgulloso los agentes y la organización demostraron más tino al respecto. Con cacheos y revisiones de pertenencias al detalle, nada de ejercicios de improvisación, que quedaron en un protocolo descafeinado. Que el perfume en spray de mi amiga fuera considerado arma de destrucción en potencia me resultó ridículo. A ella, un robo (el primero), pues acababa de llenar sus gotitas de fragancia. El caso es que cualquier desalmado hubiera podido colarse sin mucho ingenio. Quizá habría que replantearse cómo filtrar con garantías al público de un macro punto de encuentro. Vallar en zigzag kilométrico era insuficiente.

En esos momentos, Enrique estaría haciendo gárgaras para afinar su (no) voz. La pista/césped se convirtió en una suerte de plaza, sumando saludos y reencuentros fortuitos. Éramos una masa expectante, entretenida con un DJ muy ramplón, con el sonido sumamente bajo. No supo calentar la previa. En este punto ya podíamos suponer que, como público, los santanderinos somos exigentes y de primeras (y casi últimas) fríos. Quienes nos enfrentamos a la cosa pública, lo sabemos, y sufrimos ese hándicap. Nuestro carácter no tiene nada que ver con nuestras ganas de disfrutar, pero nos cuesta entregarnos al aplauso y el venirse arriba. No ayudó nada que el protagonista se presentara en el escenario con media hora de retraso. Que se anunciara a las 22:30 hs. ya parecía tarde para el horario habitual de estos ‘directos’. Quizá el jet lag o sus horarios intercontinentales condicionaban el arranque. Salió sin más, con poca potencia, subiendo la radio a medio tono. El mismo, o menos, que emplearía durante toda la noche. Un pantallón enorme presidía su montaje, con efectos nada impresionantes. Llamaba más la atención el universo de móviles a pleno rendimiento, viviendo la experiencia a través de las pantallas. Más activas que la propias de la realización. Pésima es poco. Apenas emitieron su seguimiento, con cortes a negro, cero profesionales. Mucha grúa y demás, pero cero reflejo en el desarrollo. Sus malas artes con el micrófono fueron una constante. Se lo quitaba sacando a relucir su base de playback. Cuando supuestamente ‘cantaba’, el efecto sintetizado era horrible. Sí, que sabíamos (o yo lo hacía) que no brilla por su instrumento, pero esperaba algo más de tino.


Son muchos años de carrera como para haber recibido unas clases y tener los recursos suficientes para hacer frente a su trabajo. Otros ídolos muy estelares con parecidas herramientas nulas saben rodearse. No me pareció su caso. De hecho, ni se tomó el tiempo para presentar a la banda. El inglés oshea o de extraña pronunciación también se merece un tema. Tanto que la gente no seguía las canciones. Bien por desconocimiento, que eso parecía con tanto silencio, o por incompatibilidad con su saber anglo. Digno de los cursos CCC. Se limitó, básicamente, a restregarse con las primeras filas, encantado del postureo. Para esas horas, Beato de Liébana no daría crédito, allá donde estuviera santificado. Los puristas o viejunos irredentos esperábamos temas como ‘Experiencia Religiosa’ o ‘Lluvia cae’, tarareada insistentemente, sin éxito. Pero el track list se limitó al filtrado por los medios. A excepción de ese cierre o bis inexistente. Porque la despedida fue como el mayor visto y no visto que pueda recordar. Sí, confeti y globos, pero también una desazón importante. Para cuando se encendieron aquellas luces y la gente, inmóvil, trataba de asimilar el desconcierto, Enrique ya se habría reunido con su hermana Tamara en las Dunas de Liencres (donde ella localizó el show, ¡qué grande!) o el spa del Hotel Real. Los gritos y pitidos de indignación sonaron más alto que todo él. Pasó tan rápido, pues cumplió con los 90 minutos propios del terreno de juego, que nos dejó muy vacíos. Hablo por mí y por otros tantos que se quedaron igual. Me alegro de quienes disfrutaran al máximo y hoy hasta se rían de los enriquecoléricos.

En mi opinión, Santander y Cantabria merecen una programación más digna y, de hecho, la hay, pero somos bastante injustos. Nos dejamos llevar por los brillos de estrella y no siempre apoyamos iniciativas o carteles que esconden oro puro. Personalmente, esperaba que la presencia de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa compensara un poco la broma, pero parece que el hijo de Aznar fue el cabeza de VIP’s. Sinceramente, me acuerdo mucho de Julio José, porque creo que es mucho mejor cantante. Igual su imagen piji-guay no le ha beneficiado, pero tiene más chicha musical. Enrique estaba feliz y colgó en sus redes un mensaje de gracias, aunque la opinión pública, de nuevo, cuestiona su ¿talento? Algo tendrá para mantenerse en el ‘candelabro’. Eso sí, veremos quién es el guapo que contrata al muchacho en este país de pandereta y héroes ridículos. Los ¿20.000? ¿24.000? ¿30.000? que estábamos allí dudo mucho que tuviéramos el valor para hacerlo. Yo, pese a todo, me quedo con las risas en buena compañía y que nos quiten lo ‘bailao’. O que nos devuelvan el dinero. 


miércoles, julio 12, 2017

Matemáticas



Recuerdo lo mucho que me esforzaba para aprobar las Matemáticas. Tanto que, al final, siempre superaba mis expectativas. Incluso las de mis profesores que, de primeras, dudaban de mi capacidad. Hablar de más era mi peor carta de presentación y pasaporte directo al pasillo. Cierto es que procesaba teoremas y fórmulas para después olvidarlas ipso facto. Me quedaba mejor con los chismes o las tramas en serie. Lo de interiorizar cual calculín no era lo mío, pero salvarme de la quema, sí. Menos una vez que suspendí un examen y monté un drama máximo. Lo recuerdo con una angustia tremenda. Creo que fue mi primera y última vez. De catear, de lo otro fui y voy in crescendo. Así que me costó gestionar esa crisis. Con el tiempo entendí que era capaz de hacer operaciones mucho más importantes que las de la pizarra o los folios. Y es que el mundo de las relaciones humanas, en toda su extensión, tiene mucho de sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, matrices, geometría… Vamos que todo el temario es aplicable a lo cotidiano del uno más uno, sea cual sea su dimensión.

Se podría pensar que en este aspecto también he sacado buenas notas, pues mi entrega era infinita. Durante mucho tiempo me olvidé por completo para centrarme en los demás. Mal cálculo. A golpe de realidad, asumí que hay operación para todo y todos. Aunque no cambio por nada los cocientes de vida que he compartido con tantos y tantas cómplices de mi resultado. Que hubo negativos marcados en rojo, por supuesto, pero hasta de eso puedo decir que he aprendido y construido. Sin duda, he sido afortunado en binomios, con momentos inolvidables e irremplazables, por mucho que mi esencia fuera de letras puras. Lecciones compartidas que valieron oro en forma de sonrisas, latidos y gestos auténticos. ¡Cómo iba a renunciar a mi propia numerología! Olvido los menos y me centro en el máximo común denominador del cariño y esa conexión sin diferencias. Otra cosa es que a menudo no comprenda mi propio algoritmo. Respondo a una aritmética imperfecta, aunque defiendo mi curiosa identidad. Lo proporcional no siempre es efectivo, lo emocional gana por derecho. Cifro mis contextos y salgo ganando. ¡Seguiré echando cuentas y contando cuentos!