Hace tiempo que asumí que soy
diferente, por muchas cosas. Algunas más públicas, otras menos. El caso es que
yo sé que no soy uno más y no tengo reparo en dignificar mi autenticidad. Es
más, creo que muchos de mis valores diferenciales son un potencial personal y
profesional. Intento explotarlos, no siempre con éxito, pero no me escondo de
mi esencia particular. Hoy quiero reflexionar sobre todo lo contrario, la manía
que se está generalizando de imponer la repetición, la copia descarada de
modelos de vida, de expresiones, de forma de vestir, incluso de sentir o
pensar. Me apena que haya esa cadencia a la limitación e imitación, porque lo
bonito es dejar paso a las variables infinitas, al juego de la vida. Pues no,
mucha gente se empeña en convertirse en un estereotipo andante, que viraliza su
realidad en las redes, intuyo que como harán sus ejemplos. En lo que a mí
respecta, no quiero rodearme de clones de la celebrity de turno, de
librepensadores calcados a cualquier tertuliano gritón, de muchachos con barba
de largura indeterminada y hechuras hipsterianas, de adolescentes que olvidan
que el piel con piel supera a cualquier pantalla, cuando no quieren ser de
profesión tronista o pretendiente/a... Son tantas las construcciones calcadas,
cual rebaño ovejíl, que llenaría párrafos, vomitando mi incredulidad.
Históricamente, los movimientos colectivos han tenido un peso fundamental en
muchos momentos clave, pero lo que ocurre hoy en día es una total degeneración
de ese concepto para imponer la serialización del yo, dejando de lado el
sentido de la identidad personal.
Muchos comportamientos y
manifestaciones de esos cromos repetidos se convierten en un auténtico peligro.
Yo diría que, muchas ocasiones, en la base del acoso escolar o la homofobia
están, de fondo, pensamientos de grupo tóxico, que explota en ejercicios de
incontrolada violencia. Un líder inocula odios varios y los secuaces los
incorporan como propios, con resultados nefastos. Actualmente, las noticias se
llenan de historias trágicas, protagonizadas por muchos de estos absurdos en
serie. Sus focos de rechazo y su diana particular son, precisamente, personas
diferentes, por uno u otro motivo. La incomprensión con los otros es un drama.
¿Acaso alguien tiene que renunciar a ser como es por miedo al qué dirán o el
acaso me pegarán? No. Igual es llevar a máximos mi reflexión, pero defenderé
siempre el reivindicarse sin dobleces. O lo que es lo mismo, ser de verdad.
Últimamente
se habla mucho de lograr la mejor versión de uno mismo, bla, bla, bla, como si
fuera una meta por alcanzar o un reto crucial. Menos cuentos, la mejor versión
no existe como tal, porque la llevamos incorporada en todo momento. No hay que
ir en su búsqueda. No es un santo grial. Nada ni nadie debe condicionar nuestra
personalidad genuina. Sumar, perfecto, pero sin olvidar ni dejar de reivindicar
que todos somos de pata negra.
«Sé tú mism@ y serás
únic@».