miércoles, agosto 30, 2017

Vera…NO



Alguien dijo que era verano. Que había que cambiar los armarios. Sacar la ropa más fresca y hacer hueco a los polos de sabores. De niños era la época más feliz. Sin horarios, en la calle, entre golpes y juegos inocentes. Al crecer se supone que también, pues para los más suertudos es sinónimo de vacaciones, relax y desconexión. Recordemos que hay gente ‘normal’ que no puede permitirse esos lujos o que los intenta colar en los ratos de ocio, si es que sus agendas lo permiten. Eso sí, en la ecuación de los días un elemento caprichoso se antoja fundamental: la climatología. Escuchamos con atención al señor del tiempo y le hacemos vudú cada vez que mete la pata con las borrascas y los anticiclones. En este 2017 mirar al cielo ha sido directamente proporcional a la depresión colectiva. Los habitantes de las playas no han tenido apenas ocasiones para empadronarse en la arena, con el consiguiente moreno perdido. Ahí el tanto se lo marcaron quienes optaron previamente por los rayos, cuando no se enchufaron directamente el bronceado. La frustración no ha ocupado hamacas ni tumbonas, ¿será por el cambio climático? Las teles han demostrado su poco aprecio a los sufridos espectadores veraniegos, con refritos o programas de difícil digestión. Los conciertos fueron la banda sonora, junto a las verbenas, por mucho que alguno se saltara el playback, incluso la despedida. O que las colas ‘des-pa-ci-tas’ duraran más que el propio espectáculo.

A nivel gastronómico no han faltado los platos más ligeros o todo lo contrario, con copiosas comilonas familiares o barbacoas de amigotes, por mucho que cayeran chuzos de punta. Esa parte tan cañí no se pierde por nada del mundo. Si por ADN somos de bares, en época estival nos encontramos en las fiestas de los pueblos o en las ‘casetas’ y nos ponemos al día en un periquete. Hasta la clase política baja la guardia y congela sus discursos esperando la vuelta al escaño. Por mucho que la realidad se viera golpeada por la barbarie y tuvieran que dejar la segunda residencia para dar la cara. Si históricamente eran las bicicletas de ‘Verano Azul’ las que marcaban la ruta, hoy resuenan las excavadoras y hormigoneras de las obras que prometen bondades. Los charcos tan atemporales han vuelto a jugar malas pasadas a chancletas o sandalias mal calculadas. La rebequita o la sudadera de por si acaso no han defraudado, dadas las inclemencias torrenciales. Al final en esta tierra infinita muchos visitantes firman por el frescor y zafarse de la calorina, pero seguro que no esperan tamaño infortunio estival. Ni mucho menos es justo para los locales, hartos de defenderse frente a los nubarrones públicos. Estudios afirmaban que el mal tiempo agria el carácter, por eso se puede justificar que en este Norte no seamos los más dicharacheros ni expansivos y viajando al Sur sea todo lo contrario. Generalizar es siempre un error y hay personas de todo tipo con humor ídem, sea cual sea la isobara de turno.

Aunque, ¡mucho ojito! Todo es relativo cuando te asomas a Instagram y ves los perfiles de los famosos o de los anónimos que juegan a clonar las máximas de los otros. Consumiendo sus exhibicionismos veraniegos, cualquiera diría que éste año ha sido lo más de lo más. Mientras llueve y mucho, observas cómo en sus posados extremos todo es perfecto. De cuento. De cuenta, incluida la no corriente. Entonces entra una envidia insana, mezclada con el ansía de devorar más y más carne de celebrity. Esos veranos que no pixelan ni gotean, en apariencia, tendrían que estar subvencionados por la Seguridad Social. Entonces te despiertas pensando que todo responde a un maldito guión, con el mismo final de ‘Los Serrano’ y con un sí rotundo. 

martes, agosto 22, 2017

Males enredados



Las redes sociales tienen muchas cosas buenas, pero otras que nos deben cuestionarnos su uso. La deshumanización nos ha llevado a normalizar prácticas o palabras que no debieran tener cabida en nuestra realidad. Está claro que la barbarie ha de combatirse con determinación y firmeza, pero ciertas manifestaciones tan violentas y gratuitas no son el mejor modo de actuar como acusación espontánea. Se vomitan muchas opiniones que suelen estar vacías de contenido y conocimientos previos. El mundo de las fobias es muy peligroso, porque se extiende cual mancha de aceite con unos efectos aún incalculables. Tendentes a la generalización, caemos en errores que implican limitación de miras. Está muy bien dar rienda suelta a la libertad de expresión, siempre que no suponga un ejercicio de desparrame importante. Aquí es donde las redes han dado un espacio de carta blanca para despacharse con las noticias de turno o el personaje carne de titular. Que las fuerzas de seguridad tuvieran que pedir contención en el reenvío de imágenes sangrientas a los propios ciudadanos y, cómo no, a determinados medios de comunicación es una muestra de esa manga ancha que nada filtra. Era tremendo que ante el estupor generalizado algunos tuvieran más ansiedad por compartir en bucle que pararse un segundo a pensar en las consecuencias de semejante fatalidad. Algo hacemos mal si olvidamos el trasfondo de un suceso horrible como el de Barcelona y lo convertimos en un material viral. Está claro que las nuevas tecnologías han modificado los usos sociales de la información, pero también habría que puntualizar sus abusos. Que en el momento del atentado hubiera gente más pendiente de grabar vídeos que de prestar ayuda o mantenerse fuera de peligro dice mucho de esta corriente cuestionable.

Cambiando de asunto y lamentando que el terrorismo consiga golpear a su antojo nuestras vidas, ha saltado la noticia del uso machista o no de una imagen por parte del perfil social de Turismo en Cantabria. El origen fue la imagen de una joven con título de ‘influencer’ disfrutando de una de nuestras playas. Eso sí, en un sugerente bikini, como tantos que habitan las cuentas de esta comunidad de muchachas venidas a más no siempre con oficio, pero sí beneficio. El equipo de community managers o alguno de ellos por dar valor a ese contenido decidió emplear la imagen citando a su autora. Una práctica constante en Instagram o Twitter para generar más impacto. Y vaya si lo ha hecho. Hasta un partido político ha cargado las tintas contra esa ‘estrategia’ y ha provocado que eliminaran la fotografía. En mi opinión, no creo que hubiera una intención de explotar la parte de ‘mujer objeto’, sino de líder de opinión, con tropecientos mil fans que siguen a la susodicha. Es cierto que hay malos usos de la Publicidad, que aún tenemos que lamentar campañas estereotipadas, mensajes rancios e imágenes bochornosas, pero hay que saber diferenciar. Que unos medios sociales de carácter público empleen un icono sexy igual no es la campaña más adecuada para una tierra infinita, pero de ahí a poner el grito en el cielo. Para mí el auténtico asombro viene de aupar a personas en personajes, con méritos que suelen resultar dudosos. Convirtiendo sus días en una profesión rentable. Auspiciar públicamente fenómenos así me resulta injustificado. Ya me despaché a gusto en el post anterior, dedicado a Dulceida. Si tengo que reiterarme lo haré porque no entiendo la necesidad de repetir roles prefabricados y aspirar al más de lo mismo. El fenómeno flamenco gigante en la piscina es el mejor ejemplo. Se crean unas necesidades a través de la retahíla de Internet que niegan el juicio crítico y terminan en clonaciones patéticas. Más personalidad y menos cromos repetidos, por mucho que los haya impuesto tal o cual reina de los ‘megustas’. Disfrutemos de lo bueno de vivir enredados, sin caer en sus abismos peligrosos. Sin olvidar el valor de las distancias cortas, porque estamos perdiendo la cultura de piel con piel o del diálogo de mirada sostenida y eso asusta. 

domingo, agosto 06, 2017

La princesa del pueblo likes



Su nombre de cuatro letras, edulcorado en la red, se ha convertido en toda una marca. Se trata de Aida Domenech, popular por su alter ego, Dulceida. Por sus followers la conocerán. No necesita un talento desbordante en nada, sólo la jeta suficiente para aprovechar el tirón. Y es que las nuevas tecnologías han reinventado las reglas del juego de la fama. Los históricos iconos de la cultura pop eran rostros del cine o de la música. Hoy son los youtubers, como ella, exhibicionistas en bucle, que encuentran en las pantallas su modo de vida. En su caso, sin estudios, con experiencia como dependienta de Amancio, pero con una ambición semejante al magnate gallego. De colgar fotos de sus estilismos más casuales de adolescente ha pasado a cobrar ingentes cantidades de dinero por protagonizarlas. Las firmas más punteras han detectado el arrastre de estos nuevos fenómenos virales para enganchar a los públicos más diversos. La capacidad de juicio se nubla cuando el ‘ídolo’ establece la pauta. Las prendas vuelan, los fetiches se multiplican. Incluso tienen ‘recursos’ para hacer magia con sus ‘habilidades’. Pasan espontáneamente de emprendedores (lanzando colecciones de ropa, de joyería o mercados con su nombre), a DJ’s (siendo cabeza de cartel con el único talento de ‘pinchar’ la música que les hace gracia); de comunicadores (con contratos en importantes televisiones o webs ejerciendo de reclamo), a modelos (curiosamente, antes lo fueron Rociíto o Jesulina). Detrás de estos jóvenes, un grupo bastante numeroso y en el caso de la catalana organizado como un escuadrón, habrá mentes pensantes que se froten las manos. ¡Euros, euros, dubi, dú!

Es su momento. Aseguran llenazos en desfiles, discotecas o festivales. El griterío teen va de serie allá por donde pasan/pisan y el efecto llamada se multiplica. Porque los canales o vlogs crecen como lechugas, repitiendo juegos, mostrando intimidades, aspirando a captar suscriptores. El fenómeno tiene su lado positivo en cuanto a dar herramientas y visibilidad a los chavales. Sean como sean, pueden tener un espacio de libertad y encontrar semejantes. Eso sí, siempre que su realidad resulte rica y no una dependencia fatal de Internet. Antes se jugaba en la calle, ahora el patio tiene más arrobas que árboles. Sus educadores tendrán que poner en valor los valores y cuestionar el futuro de un desempeño laboral dudoso. Porque volviendo a la chica de oro, cada una de sus fotos tiene miles y miles de corazones gustativos. Y ahí es donde inocula los mensajes que pasan por caja. El bucle continúa en viajes de ensueño, hoteles de postal, una agenda imposible. Tanto como la frustración que puede crear entre sus fans. Su vida de cuento es un espejismo, una irrealidad que despierta anhelos. Como convertir su sexualidad en noticia o comercializar con su bodorrio de playa. Lesbos mediante. Hay algo inteligente en su estrategia de personaje, en hacer una telenovela de ella misma, porque ha sido capaz de ampliar su universo. Otras it-girls se canalizan en la moda y ahí son ‘referentes’ de estilo. En su caso no es la más guapa ni la que mejor viste, pero se ha convertido en una especie de Belén Esteban de la cosa enredada. Sin duda, es la princesa del pueblo likes y ella se muestra encantada de llevar la corona. ¿Hasta cuándo? ¿Se sublevarán sus «preciosos»? ¿Se acabará su dulce surrealismo? Pase lo que pase, habrá rentabilizado su «mucho amor».