Más que un cariño físico a los
libros, se lo guardo a las historias. A lo que me dieron, ese instinto de
contar, de curiosear, de poner palabras a momentos, contextos y personas,
cuando no personajes. Un día como hoy es la exaltación perfecta de un hecho
intimista de perderse y encontrarse entre páginas. Algunas narradas, en esa
tradición oral que desde bien pequeño me contagió de la necesidad de imaginar,
soñar y preguntarme sin parar. Tampoco olvido esos primeros relatos de colegio,
anécdotas sobre lugares comunes, concursos de poesía y demás ejercicios del
crear. Soy firme defensor de que hay que darle al lápiz, el boli o la tecla,
incluso de forma indiscriminada. Porque de entre muchos, siempre saldrán unos
pocos que valgan la pena. Era un loco bajito que tenía clara ese latiguillo
recurrente de los adultos, el ‘qué
quieres ser de mayor’. El Periodismo, las Historias y lo Audiovisual me
atraparon sin remedio. Escribía mis revistas, emulaba a los rostros de la tele,
jugaba a protagonizar firmas de libros. Mi Sant
Jordi particular lo montaba en la minúscula terraza del salón familiar, con
aquellas rosas que se hacían en papel o tiras de telas de colores. Prometía.
Volvería, sin dudarlo, al brillo de mis ojos. Pasaron los años y los instintos
se convirtieron en realidades. No perdí el tiempo y me lancé a ejercer de
contador lo antes que pude. La prensa local podrá estar denostada, pero tiene a
grandes profesionales que demuestran que de la nada se construye un todo muy
digno. Tuve maestros que me enseñaron a mirar con criterio y rápidamente
encontré mi voz. O eso creo. Siempre con personalidad, disfruté mucho de
reportajear realidades costumbristas, testimonios surrealistas o instantes
desiguales. No importaba, tomaba notas y rellenaba libretas ilegibles. Pero tan
mías, que volver a ellas me resulta emocionante.
Luego me presenté a concursos,
sin mucho éxito, aunque eso nunca me importó. El mero hecho de plasmar mis
fantasías o esos adentros sin verbalizar valió mucho la pena. Para entonces ya
me había entregado, por completo, al universo blog. Una pantalla, tantas ideas brotando, perfectos desconocidos
leyéndote al otro lado, interactuando y tus conocidos entrando sin llamar a esas
reflexiones tan personales. Vale, no llenaba capítulos de un fenómeno
editorial, pero cada post se convertía en una auténtica declaración de
intenciones, en una suerte de desnudez emocional, una terapia sin diván, sólo
con vocales y consonantes. Han pasado años desde entonces, en su momento en el
periódico, después con la fuerza de lo online,
pero siempre, siempre preso del poder de cada palabra. Entregado a su
potencial, a su magia y capacidad de hacerme sentir útil. Con mi estilo
enrevesado, de metáforas, enumeraciones y términos por inventar. Un escribir
particular, que no necesita vecindario. Me basta con mi hipoteca de construcciones
verbales, títulos hiperbólicos y recursos a lo supino. El culmen a todo esto
fue retarme a armar una novela, un ejercicio complejo y desgarrador, a mi
entender. Pues soy de los que conciben la escritura como una plasmación de
vivencias. Mi imaginación puede ser infinita, pero creo más en lo descarnado
que transmite verdad.
Fue así como surgió ‘Soy:
Historia de una Vida en Tránsito’, esa novela de la que siempre hablo, pero
que parece enterré. Ni mucho menos, espera su momento. Y lo tendrá. Quizá el
momento no me acompañe y tampoco quiero tirarme a la majarada de autopublicar,
sin garantías o la conciencia de mover mi vástago literal. Confío mucho en
ella, porque es una suma de personajes muy reconocibles, con el amor como eje
vertebrador. Un viaje espacio-temporal, a través de quereres no siempre bien
resueltos. Y el duelo de un protagonista que sufre un bloqueo emocional, del
que tampoco le ayudan a salir. Comencé párrafos en el momento más oscuro de mi
biografía y el tiempo se convirtió en aliado para narrar ese viaje del héroe,
con una capa demasiado pesada. Mi mayor satisfacción fue saber que algunos
lectores, a modo de experimento, bucearon en los adjetivos que articulan mi
pequeña criatura. No tengo prisa por llenar estanterías, ocupar espacio en ebooks o regalar citas absurdas de mis
personajes. Cumplí mi cometido, me entregué al tecleo y la satisfacción no
necesita número de ISBN. Otras historias me piden paso, con las mujeres que
tanto me dan como protagonistas y esa capacidad única de sobreponerse a todo.
Espero estar a la altura y algún día celebrar este día releyendo pasajes de mis
libros, que me harán más libre, afortunado y feliz. Nos leemos.