jueves, julio 26, 2012

Santander, ¿es grande?



Tras varios días de festejos populares en Santander sigo preguntándome si verdaderamente estamos preparados como ciudad y ciudadanos para una suma de días así. Lo que en otros lugares resulta toda una institución aquí se queda en un amago incierto. Un intento que encadena muchos quiero y no puedo. Convertimos en histórico y necesario algo importado, carecemos de la identidad festiva que algo así debe merecer. Y asistimos a la propia segregación clasista que sigue en el ADN de esta tierra. La última manifestación ridícula de la lucha de clases, entre los STV (santanderdetodalavida), pijos, crecidos y creídos, mechadas ellas, en castellanos ellos, de apellidos con de inicial o hiperbólicamente compuestos; frente al populacho raso, con parados, indignados, supervivientes, preocupados por el IVA… venía a reflejarse en las gradas VIP que han montado en los conciertos de La Magdalena. Esos espectáculos previopago, dado que ninguno resulta de libre acceso para el gentío. No, lo que en pueblos pequeños y medianos es un hecho común (mismamente Torrelavega programa tres show gratis de artistas de primer nivel), aquí resulta un imposible. Todo sea para el lucro de unos pocos amigos de, encantados de inflar la saca de euros a costa de las noches musicales. El impacto visual es la mejor metáfora del mundo extremo que acabaremos por sufrir. Ricos versus Los Otros. En lo alto canapés y champán para brindar cada estribillo, frente a hachazos de bar improvisado a ras de suelo. No se les cae la cara de vergüenza a quienes consienten esta confrontación. Les pone. Se sienten fuertes, pero no entienden que están restando sentido al auténtico modelo festivo donde no existen límites ni tampoco diferencias. Marcar esa distancia implica un clasismo absurdo. Bastante es sufrirlo de continuo, pero hacer una ostentación en días de todos me resulta obsceno.

Más problemas. La falta de civismo de unos y otros. De esto no se libran ni las gaviotas. Poco les importa la suciedad ni el mobiliario urbano. En las concurridas casetas, gallina de los huevos de oro para los hosteleros locales, el señor Don Limpio tiene mucho trabajo. Más del lógico, precisamente por el derroche ensuciador de unos cuantos. Los mismos que piden con egoísmo, adueñándose de las barras y los espacios de ocio destinados a todos. Tantos egos sin curar resultan altamente intratables. Como muchos de los ocupados temporalmente tras las barras. Despistados, maleducados, altaneros… joyitas. Las leyendas urbanas señalan la antipatía común del personal cara al público. Odio las generalizaciones, pero hay quienes se empeñan en fomentarlas. Por no hablar de la incontinencia urinaria de muchachos o caballeros entrados en canas. Qué facilidad para zafarse de colas (en los baños) y sacar la suya al aire.

Sumo. Los precios del teatro. Acudir a una función fantástica, de esas que muchos corren a ver fuera en alardes de cultureo, y verla aquí en cuadro de público resulta triste. Los euros suben como la espuma en las entradas y las butacas se ríen solas. Siempre he creído que muchos pocos hacen un mucho. Que el que mucho abarca poco aprieta. Pero algunos mandamases solo quieren contentar la cuenta de resultados, no a los destinatarios de una u otra acción. Hay tanto talento en compañías y grupos de la tierra que debían mostrarse, compartir su arte con toda la gente en fechas así. Pero no. Gastamos los cuartos en traer algún surrealismo recomendado y nos quedamos tan anchos. Merecemos ese talento pero entre la clase dirigente.

Y cuesta pero hay que saber mirarse el ombligo y asumir nuestra bordería, esa distancia que marcamos, el muro que levantamos frente a los desconocidos, nuestra endogamia amistosa. En otras fiestas de renombre (será por eso que no merecen las nuestras tal) uno empieza la noche en un grupo y acaba multiplicándolo por tres. Hay ganas de relacionarse, de reír, de ampliar horizontes en lo sentimental, amistoso o sexual. Pero hay movimiento. Aquí volvemos a caer en nuestro carácter rancio. Tanto que el día que se advierte una apertura de simpatía la sorpresa es tal que cuesta asimilar el cambio de roles. Ya basta. Seremos acomplejados, creídos o raritos, pero es hora de abrir nuestro abanico de disfrute.

Me he despachado y quedado tan ancho, pero no podía acabar estas líneas sin un doble mensaje. Primero a Ana Torroja, siento que tu carrera en solitario no exista y que tu concierto fuera un revival de Mecano. Muy celebrado por las canciones, no por tu voz. Segundo, a su estilista, que se dedique a otra cosa, porque los modelos con que disfrazó a la cantante en miniatura resultaban altamente imposibles.

Feliz fin de fiestas. Siempre nos quedará el pañuelo, para secarnos las lágrimas de tanto dolor.

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