jueves, enero 16, 2014

Me estoy quitando



Cada día somos más tecnológicos y nos volvemos menos lógicos. Perdemos realidad a cambio de apostar la mirada en pantallas. Hace un tiempo que me quema, y mucho, la dependencia al teléfono. El aparato útil, que ocupaba un lugar privilegiado en nuestras casas, se ha convertido en nuestra extensión allá donde vayamos. Un estudio revelaba estos días que miramos una media de 150 veces nuestro móvil en el tránsito de 24 horas. Yo confieso que seguramente las supere y me preocupa. Por mucho que quiera 'quitarme', se complica cuando muchas relaciones laborales y amistosas se circunscriben ya sólo a través del dichoso smartphone. Se está perdiendo el valor real de la palabra, todo va muy deprisa y prestamos cero atención a nuestros mensajes. Los que escribimos y los que contamos. Mal camino, más para quienes confiamos en el poder de la comunicación en positivo. Hemos cambiado los cafés y las miradas por textos exprés ilegibles. Las quedadas en grupo por chat colectivos de desmadre, que me levantan auténtico dolor de cabeza. Me quitaría de todos, pero tampoco quiero parecer un raruno. Como seres sociales no podemos renunciar a la esencia del entendernos, del sabernos cómplices y sentir la piel. Lo demás son meros adyacentes, complementarios pero nunca exclusivos. Ahora se hace hasta raro tener una conversación telefónica, asimilar la entonación, el sentido y la personalidad de cada charla y/o charlante. En la limitación telefónica se crea confusión y se pierden detalles, muchas veces esenciales.

Lo peor de todo, a mi juicio, son los ejercicios de mala educación que cometemos por ese victimismo pantallizado. No es posible prestar más atención a lo que nos vibra que a la persona que comparte nuestro tiempo. Eso está muy feo. A nadie le gusta que le ignoren pero así, a la cara y con descaro, queda fatal. Escuchando la radio contaban muy sorprendidos que un miembro de su equipo no tenía terminal y se hacía imposible localizarlo... Fuera de su horario de trabajo no tiene que estar supeditado al control. Pero claro, parece un extraterrestre al renunciar a su movilidad. Yo no llego a fantasear con ello, porque en momentos de ausencia de mi pequeño ¿hola, qué tal? lo he pasado francamente mal. Aunque sí asumo la necesidad de rebajar esa ansiedad y cuidar las relaciones interpersonales fuera de redes sociales y whastappeos espontáneos. Me entrego, por tanto, a disfrutar de momentos y contextos que hablen por sí solos. Sin melodías ni pitidos personalizados.

¿Cuándo quedamos? 
   

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo! Y que no se pierda nunca!

Semicafetera