martes, marzo 03, 2015

Allen, la llave que quería ser otra



Ser una más, nunca. Una frase de folclórica que era curioso se hubiese convertido en el mantra de vida de una llave Allen. Estaba harta de criar polvo en el maletín de herramientas de turno y esperar, sin pena ni gloria, que su dueño recurriera a ella para la chapuza más insospechada. Ella aspiraba a más. Era adicta a los programas de Bricomanía y se imaginaba salerosa en primer plano. Porque en manos del rudo presentador se aseguraba la gloria entre el resto de sus hieráticas compañeras. Cada día le resultaba más polvoriento en el garaje de Manolo. Así se llamaba su dueño, un solterón que se había dedicado toda la vida a trabajar en una fábrica de vidrios. Demasiado tiempo como para olvidarse de sus vicios, pensaba para sí la llave con ínfulas de estrella. Por ella se hubiese casado con un tornillo XXL, a más grande, más posibles. Pero pasaba tan desapercibida entre la multitud cacharrera que su idílico matrimonio de postín no llegaba nunca. Guardaba para sí sus fantasías, pues temía la tomaran por loca u oxidada. Bueno, decir eso sería mentir. En una ocasión, se la ocurrió contar a las tuercas que antes de ir a parar allí había protagonizado Cuéntame cómo lo monto yo, un documental del handmade muy prestigioso. Ninguna creyó su relato de llave mediática, por muchos detalles que acompañaran su batallita. Fue la comidilla durante un largo tiempo. Por eso, en su hierro interno no podía dejar de imaginarse fuera de aquella caja tan vieja, como poco glamourosa. Se esforzaba en pensar un plan perfecto que la catapultara a la fama y dejara con la broca abierta a todas las cotillas del lugar.

Fue un sábado, como de costumbre, que Manolo se afanó en demostrar su cum laude en chapuzas. Esta vez debía montar un mueble para un sobrino muy pesado, el típico que no sabe armar ni un mueble de Ikea con instrucciones. Seleccionó a unas cuantas de la caja, las que intuitivamente pensó que podía necesitar. Allen fue de las primeras. A su lado, un destornillador encendió en ella una bombilla. Ni estaba como de costumbre, algo se había hecho. ¿Una puesta a punto? ¿Un lavado de material? Parecía otro. Ella no quería ser menos. Se prometió a sí misma que aquella sería la última intervención como una herramienta del montón. Ella quería los focos sobre su torneado cuerpo. Aquella noche no durmió, su plan no debía tener ningún cabo suelto. Pensó que el único modo de alcanzar su propósito era siendo otra. Diferente. Especial. Única. Otra. Inventándose una nueva vida, un pasado glorioso lejos de Manolo, todo iría sobre ruedas. ¿Cómo lo conseguiría? Pensó en darse de lado a lado del maletín, para provocarse curiosos abollones y hendiduras, que la dieran un aspecto más moderno y dinámico. Sabía que las demás eran de sueño profundo, así que si lo hacía en plena madrugada nadie se daría cuenta. Se armó de valor y empezó el refrote impetuoso. A un lado y otro. Una y otra vez. Notaba cómo, poco a poco, briznas de hierro caían de diferentes zonas de todo su ser. Era como un lifting por las bravas. Estuvo así durante un buen rato, hasta que se dio por satisfecha. Recogió los restos, que eran el pasaporte a su futuro, y volvió a su hueco habitual como si nada. Intentó pegar ojo, pero se veía como portada de las revistas de bricolaje, seleccionada por McGyver como una de sus joyas de colección o protagonizando una campaña de El Corte de Mangas... Se acumulaban sus visiones, el pasaporte al estrellato que tanto (se decía) merecía. Pero hay veces que si deseas algo muy fuerte y manipulas tu propio destino, la realidad golpea más fuerte. Tanto como para acabar en la basura. Y es que ese fue el sitio que Manolo decidió se convirtiera en su resort de vacaciones indefinidas. Al ver a la llave maltrecha y desgastada pensó que ya era hora de jubilarla. Y de golpe y estercolero, se acabaron sus aspiraciones faranduleras. Pobre llave Allen.

No hay comentarios: