lunes, mayo 01, 2017

Por incontables razones



El mundo se paraliza por lo que cuenta una serie, #13ReasonsWhy, hablando de la crudeza del suicidio y el acoso escolar. Y muchos espectadores lo han sido de tan tremenda realidad, entre silencios y complicidades inexplicables. La ficción retrata, con acierto, cómo esa lacra abusiva asfixia a sus protagonistas, sumando un reparto de culpables. Así se minimiza a la víctima, cargando de incomprensión los días, arrastrando una oscuridad de difícil desahogo. Seguro que quien ha sufrido episodios similares ha visto los capítulos, de número supersticioso, con una punzada en el estómago. Insultos, miradas de odio, golpes, pintadas o vacíos, manifestaciones infinitas de una maldad ídem. Los expertos justifican, en la mayoría de los casos, que esa violencia nace de otra anterior. Creando así un bucle del que teorizan, pero que no logran frenar. Viajo a mis recuerdos enterrados y no identifico abusones lastimados, ansiosos por liberar sus fantasmas. Siento por ellos si los sufrían, pero más por mí y el resto de sus blancos imperfectos, que nos hacíamos (más) pequeños a su paso.

Cargar con una mochila de desprecios no suma para nota, todo lo contrario. Resta y condiciona en la personalidad. Puede que con distintos efectos en la infancia o la adolescencia, pero siempre contribuye a cuestionar el yo. Invita a preguntarse demasiadas cosas a destiempo y a despertar miedos impropios. Por regla general, los adultos bastante tienen con sus contextos, o eso dicen, minimizando algunos síntomas visibles. Despejar dudas es sano y puede salvar mucho más que una palmadita de consuelo. Que la vida es un drama no lo he inventado yo. Recrearse en su estercolero colectivo no es útil, pero tampoco normalizar aquello que mina y humilla. Demasiadas despedidas han puesto en los titulares el bullying. Aunque los protocolos llegan tarde, ojalá sean efectivos. Concentraciones, carteles en los pasillos, charlas para comunidades escolares, campañas televisivas, todo perfecto, siempre que no se queden en la superficie del problema. Porque los pequeños gestos pueden rescatar con más resultado. Hannah Baker no encontró la razón final para descontar el resto. Y su ficción tiene que ejemplificar a la inversa. Así, quienes no estén sujetos a un guión, sino a una película para no dormir, sabrán gestionar su verdad. Nadie se merece lágrimas ni moratones por ser la mejor versión de sí mismo. A quien no le guste que se lo haga mirar.

¡Se acabó la cinta! 

No hay comentarios: