El mundo se paraliza por lo que
cuenta una serie, #13ReasonsWhy,
hablando de la crudeza del suicidio y el acoso escolar. Y muchos espectadores
lo han sido de tan tremenda realidad, entre silencios y complicidades
inexplicables. La ficción retrata, con acierto, cómo esa lacra abusiva asfixia
a sus protagonistas, sumando un reparto de culpables. Así se minimiza a la
víctima, cargando de incomprensión los días, arrastrando una oscuridad de
difícil desahogo. Seguro que quien ha sufrido episodios similares ha visto los
capítulos, de número supersticioso, con una punzada en el estómago. Insultos,
miradas de odio, golpes, pintadas o vacíos, manifestaciones infinitas de una maldad
ídem. Los expertos justifican, en la mayoría de los casos, que esa violencia
nace de otra anterior. Creando así un bucle del que teorizan, pero que no logran
frenar. Viajo a mis recuerdos enterrados y no identifico abusones lastimados, ansiosos
por liberar sus fantasmas. Siento por ellos si los sufrían, pero más por mí y
el resto de sus blancos imperfectos, que nos hacíamos (más) pequeños a su paso.
Cargar con una mochila de desprecios no suma para nota, todo lo contrario.
Resta y condiciona en la personalidad. Puede que con distintos efectos en la
infancia o la adolescencia, pero siempre contribuye a cuestionar el yo. Invita
a preguntarse demasiadas cosas a destiempo y a despertar miedos impropios. Por
regla general, los adultos bastante tienen con sus contextos, o eso dicen,
minimizando algunos síntomas visibles. Despejar dudas es sano y puede salvar
mucho más que una palmadita de consuelo. Que la vida es un drama no lo he
inventado yo. Recrearse en su estercolero colectivo no es útil, pero tampoco
normalizar aquello que mina y humilla. Demasiadas despedidas han puesto en los
titulares el bullying. Aunque los
protocolos llegan tarde, ojalá sean efectivos. Concentraciones, carteles en los
pasillos, charlas para comunidades escolares, campañas televisivas, todo perfecto,
siempre que no se queden en la superficie del problema. Porque los pequeños
gestos pueden rescatar con más resultado. Hannah Baker no encontró la razón final
para descontar el resto. Y su ficción tiene que ejemplificar a la inversa. Así, quienes no estén sujetos a un
guión, sino a una película para no dormir, sabrán gestionar su verdad. Nadie se
merece lágrimas ni moratones por ser la mejor versión de sí mismo. A quien no
le guste que se lo haga mirar.
¡Se acabó la cinta!
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