domingo, noviembre 20, 2011

En el reino de la silicona



Tengo suerte de poder escribir estas letras. Anoche pude acabar muerto por impacto directo de un tetazo siliconado. Y es que es salir una noche (no más, porque ni la edad ni las ganas dan para caer en el exceso) y descubrir una realidad nocturna para salir corriendo hasta llegar a la meta: tu cama, ajena a tanta tontería. Pero antes de caer en sueño una suerte de repaso mental provoca sustos. No puedo con los usos sociales de adolescentes, jóvenes y no tanto que hacen del exhibicionismo carnal y macarríl su mejor arma. Crédulos del enganche de tales ejercicios, conscientes de sus resultados, pero no de la pésima imagen que proyectan. No les importará pero digo yo que tengan familia, amigos (de verdad), gente cercana que sienta vergüenza ajenas de las pintas de muchos y muchas, que desconocen la existencia de un útil objeto que pocas veces engaña: el espejo.

Ellos se miran a su ombliguismo radical, a sus ganas de perreo bajuno y a la carnalidad de escaparate. Hacen del horror su fachada, en estilismos denunciables de difícil descripción. Sacan su encefalograma plano de paseo, alzan la voz y taconean o se tocan su genitalidad. Con eso tienen bastante. Asusta que sean tantos y tan bien avenidos. ¿De ellos dependerá nuestro futuro? ¿Nos obligarán a embutirnos en trapos imposibles? ¿Auparán la silicona a bien de primera necesidad? ¿En qué momento nos han conquistado? ¿Podemos detener su avance? Nunca he sido un nocturno de carné ni pase VIP, pero proclamo la infelicidad que me provocan estas visiones de humanos cuestionables. A sus ojos seré un carca, un rajao, un sin vida... Pero a los míos son un cúmulo de despropósitos que no asumo. Y sí, vi una teta más cerca que nunca y me asusté mucho. Era un balón de reglamento rigidísimo que soterraba a su paso. La esquivé y su propietaria se limitó a sonreír. Entiendo que no las controle, tiene un par con vida propia.

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