viernes, enero 25, 2013

A la contra



Vivir sin complicación nos resulta aburrido. Por eso nos afanamos, día a día, en intrincar nuestra realidad. En torpedear el supuesto camino a la felicidad. El estado meta, el mismo que sin verdadera implicación luego pierde todo el sentido. Porque sabemos que la vida son momentos, pero nos engañamos ansiando un pasaporte infinito al bienestar. Pero los giros del destino no son una construcción mental, sino puritita verdad. Aunque, casi siempre, somos nosotros los únicos responsables de tal o cual situación. Estos días me llama la atención cómo el amor sigue siendo un auténtico circo. Amantes por estrenar, amados asqueados, enamorados de corazón limpio, embrutecidos que desincronizan los latidos, falsos querientes y ninguno se pone de acuerdo. ¿Por qué? Quizá porque no nos interesa la facilidad de una pareja bien entendida. Siempre aposté por las cuatro letras, hubo tiempos en que perdí los nervios por su esencia escurridiza y ahora más que nunca desoigo su necesidad. No niego las ganas de construcción a dos, pero siempre bajo unas condiciones inflexibles. No estamos para tonterías. No pondré de mi parte, pero tampoco silenciaré el vacío. El miedo no siempre es libre, a veces es el mayor prisionero. Lo es él en sí mismo y quienes lo arrastran. Tantos como rechazan lo que tanto sufrimiento les causó. Son incapaces hoy de positivizar cualquier hecho amoroso. Y se convierten así en víctimas de su propia angustia, dando bandazos o entregándose a la confusión como salida. No quiero eso, me quiero a mí. Y sé que las prisas no me van a ayudar. Habrá sentimientos enfrentados pero, por una vez, quiero ganar esta guerra. Contigo (a quien corresponda). 

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