lunes, marzo 03, 2014

¡Hola Ola!



Con distancia e incredulidad asisto a la ceremonia del mal tiempo que asola mi casa, mi tierra, mis rincones. El fin del mundo pasado por agua. Con esas olas majestuosas que esconden una ferocidad brutal. Asustan por impredecibles. O todo lo contrario. No es la primera vez que nos azota con tanta fuerza, pero cada ocasión en que nos asola sorprende. Me produce auténtico pavor, imaginar un mundo derrotado por los mares. Con toda la carga que eso conlleva. No entiendo a toda esa gente que, envalentonada, se presenta frente al temporal y juega al gato y el ratón. Salen mojados, arrastrados, cuando no peor. Yo no me jugaría el tipo de ese modo. Es más, agradezco no estar ahí para evitar sufrir esos envites del viento, esas caladuras indiscriminadas. Es curioso cómo hay fenómenos que resultan tan poderosos que nos arruinan. Literalmente. La suma de daños de estas ciclogénesis explosivas crece por momentos. Y lo tremendo es pensar que la meteorología, la atmósfera, los elementos, llámalo como quieras, es/son capaz/ces de dominarnos y dar al traste con nuestro día. Se nos escapa la vida en un instante y no lo procesamos. Eso sí, lo retratamos con profusión. Me cuentan que hay zonas de Cantabria con atascos monumentales por animados visionarios. Ni en verano con una tasa infinita de ocupación hotelera. Vienen las olas, amigos, y salimos. Vaya, si salimos. Los vídeos se convierten en virales. Temporal, en trending topic. La anécdota se propaga cual humo de móvil en móvil. Perfecto. Algo así inquieta, a la vez que despierta curiosidad. Pero con las cosas buenas, ¿por qué no ocurre lo mismo? Mira que nos cuesta vendernos, apoyar iniciativas, comentar en positivo. Tenemos unos bemoles enormes. Y unas olas ídem.

No hay comentarios: