Puede que se lo diga poco.
Incluso que me cueste. Pero con él nunca he necesitado muchas palabras. Nos
separan tantas cosas, pero la piel justifica el resto. Supongo que no respondo
al canon de hijo perfecto, pero quién dijo que la perfección tuviera sentido.
Recuerdo momentos desde mi niñez juntos, que ahora me resultan insólitos.
Acompañándole en su afición futbolera, que en mi caso se convertía en momento
de relaciones públicas. Su risa tan particular, entre el ahogo y el escándalo.
Sus bromas, caras indescriptibles y gracietas de sello propio. La diligencia al
volante, haciendo realidad mi sueño sobre cuatro ruedas ¡un chófer! Nos soporta
mucho, pero sin perder nunca su norte. Y admiro cómo no oculta su amor a ella,
ni en los pequeños detalles. Seguramente de pequeño nunca quise ser como él.
Ahora de mayor, a ratos. Evolución lógica de la especie mediante. Pero escribo
esto solo. En medio de una aventura que no sé cómo me va a salir. Añorando esos
ratos cómplices, de cocina, de baño, de salón... Aunque sea subidos a dos en su
coche. Y pienso que el tiempo tiene muchas cosas buenas y que, una de ellas, es
aprender a no guardarse nada. Sin hacer daño, que luego ella me riñe. Pero con
la honestidad de dejar hablar al corazón. Hoy papá quiero decirte lo que resume
todo, que te quiero. Que aunque reniegue si alguien me dice que me parezco más
a ti, en el fondo me enorgullece. Porque eres especial para quienes estamos en
tu vida. Y a eso es a lo que yo aspiro. A ser especial. No sé si padre. Pero sí
hijo tuyo. Que tuvo claro quién fue su padre, de apodo astro del fútbol, o mote
pseudochino. Lo importante es que nunca has renunciado a tu esencia: elegante,
caballeroso, generoso, divertido. No cambies nunca. Te Quiero.
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