sábado, junio 21, 2014

Recuerdos



La memoria de la piel y las entrañas sobrecoge. Lo sentí el otro día al volver fortuitamente a los muros del colegio que me vio crecer. Al contexto donde empecé a escribir mi guión. Fue curiosa la sensación de nostalgia, angustia y emoción en miscelánea. Fotogramas de unos días felices (y no tanto) se agolparon en segundos, viéndome desde la distancia del paso del tiempo. Recordando las risas del patio, los nervios de exámenes, los amores sin besar, las conversaciones de mayores, los bocadillos rebosantes, los profesores emblema... No sé qué le diría a aquel niño que fui. Me quedaría callado, observando sus movimientos, siempre locuaz y dicharachero. Seguramente envidiaría su ingenuidad, sus ganas de comerse el mundo, su espíritu inquieto. Parte de él está, se resiste a abandonarme. Pero muchas otras volaron por lo destructivo de la realidad. Curiosamente poco después me encontré con un par de compañeros, ya hombres. Se hace raro asimilar ese cambio, es como si un experimento científico haya agrandado de golpe a uno de tus cómplices. Sin acabar de verlo como lo que es hoy, remitiendo aún a lo que era. Y no pude evitar sentir una desconexión total, una barrera que la vida ha levantado. Quien compartió contigo tanto, de pronto muta a perfecto desconocido. Y sí, juegas al bienquedismo, a las frases hechas, a programar un reencuentro que sabes nunca llega. Porque, ¿tiene sentido? ¿Hay que forzar algo sólo llevado por los recuerdos? Si algo echo de menos de mi yo es la sensación de caminar sin mochila. Obviar los problemas, sobreponerse a todo. Mi intensidad me impide hoy vivir como el propio verbo define. Y me da mucha rabia. Por eso me removió tanto el contemplar mi pasado pisado, regresar por unos instantes a vestir uniforme, a rezar por las mañanas y subir aquella cuesta que me dirigía hacia mi futuro. Es lo paradójico de todo, que el tiempo es una ceremonia de la confusión constante. ¿Lograré encontrarme?

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