domingo, enero 11, 2015

Oh, cielos



De tanto esperar, desesperó. Así reza en el epitafio de A.S., un joven lleno de ilusiones, talento y energía. Parecía no ser suficiente, pues la realidad consumió su esencia. Tanto que acabó con su vida. Entre sus amigos era conocido como el luchador, incansable y armado de valor. Se ponía el mundo por montera y su primera respuesta era siempre una sonrisa. Desde bien pequeño sus padres le habían enseñado que este mundo era todo un reto. Que los cuentos eran eso, cuentos, y que los finales felices eran carne de guión. Tuvo una infancia feliz, por mucho que algunos le tildaran como el bicho raro. Siempre entre mayores, acabó hablando como ellos. Así que a los niños les parecía un extraño. Entonces cuando le preguntaban ¿qué quieres ser de mayor? contestaba segurísimo que hombre del tiempo. ¡Como Maldonado! De hecho unos Reyes Magos le sorprendieron con un mapa enorme que llenó de soles, nubes y rayos. Jugaba con ellos y se inventaba pronósticos llenos de anticiclones y borrascas. El juego se convirtió en empeño y superación personal. Tuvo que irse fuera a estudiar y cumplir su sueño meteorológico. Sus notazas avalaban su vocación. Tanto como su mirada, siempre perdida en el cielo. Decía que buscaba formas entre los nubarrones, pero cualquiera diría que se comunicaba con el infinito azul en busca de la predicción perfecta.

Pronto encontró trabajo en un importante canal de televisión. Iluminaba las casas de los espectadores con su personalidad única, esos ojos vivarachos y la cercanía, su marca personal. Se hizo un hueco en el día a día de tanta gente que veía en él mucho más que un contador de isobaras. Asociaba cada día a una palabra, que guardaba celosamente en su libreta de cabecera. Un día me confesó que la escribía tantas veces como hiciera falta, con tal de dejarse contagiar de su significado. Imagino que en esos días, de éxito y realización profesional, aquellas páginas eran la suma de su optimismo. Pero como le habían enseñado de pequeño, la vida era un ciclo. Y no siempre perfecto. Hubo una reestructuración en la cadena y prescindieron de su hombre del tiempo. Una voz en off se encargaría desde entonces de cubrir su papel, el que había construido con pasión y entrega. Desde ese momento se apagaron sus soles y la tormenta, en forma de lágrimas, se apoderó de él. Además, supuso el final de su relación de pareja. Algunos le habíamos advertido del carácter interesado de su chica, pero él con su bondad e ingenuidad negaba toda duda. Una pena. Ella fue ver cómo perdió su posición y perderse en busca de otro objetivo. Cayó en una brutal depresión. Una enfermedad durísima, a la que muchos tratan con frivolidad. Se encerró, calló y sufrió el paso del tiempo.

Dicen que salía de noche, a dar vueltas cerca de su casa. No tenía que esconderse, pero sus sentimientos le pedían a gritos ese aislamiento. Su castillo de naipes se derrumbó y con él se desdibujó su sonrisa. Su madre, el ángel de la guardia que no se separó de su hijo jamás, cuenta como él repetía una y otra vez: hay que esperar. Pero veía cómo se marchitaba. Se ponía cintas de sus intervenciones televisivas y lloraba amargamente. Ya no quería ni mirar a su cielo cómplice. El trabajo de sus sueños y el amor de latido infeliz que siempre había perseguido, los dos se fueron para no volver. Y él decidió seguir su camino. Hoy me toca vestirme de negro. Por él. Y sí, miraré a las nubes a ver si me reencuentro con su sonrisa.      

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