domingo, noviembre 22, 2015

Perfectos conocidos



Los tópicos venden. Aseguran la risotada y unas cifras de taquilla históricas. Vascos, andaluces, catalanes… Y, ¿qué hay de los cántabros? De los santanderinos, para ser más exactos. Son muchos los rasgos de común denominador (STV, Santander de Toda la Vida) que nos definen, pero hay uno que me resulta perturbador. En una ciudad pequeña, con ínfulas de quiero y no puedo, tan única como acomplejada… Se repite, en exceso, el fenómeno de la memoria selectiva. Por gracia de la tontunez compartida. Aquí nos conocemos prácticamente todos, pero nos hacemos los nuevos, a ver si cuela. Lo peor es que sí lo hace, porque la otra parte contratante reproduce el modelo de despiste/olvido/gilipollez social. Y el bucle no cesa. ¿El sentido? No dar el brazo a torcer y reconocer que cualquier tiempo pasado pudo ser peor y los recuerdos en común, un tabú que más vale esconder. Porque aquí somos muy ‘maricomplejines’, demasiado de piar de los demás sin piedad y poco de ejercer la mirada propia a lo que viene ser el ombligo. Así que las calles se llenan de idas y venidas a discreción, evitando saludos, con auténticos retorcimientos ‘espontáneos’ para evitar holas mayores. 

Cierto es que se da el fenómeno contrario, el otro extremo que ‘a grito pelao’ escenifica historias en común y se llena de aspavientos. Tampoco es eso, pero desde aquí apelo a la naturalidad, a comunicarnos sin dobleces y a defender la memoria histórica que nos define. Porque, queramos o no, somos producto de la suma de momentos pasado/pisados y las personas que los dieron vida. Santander tiene un potencial enorme y se queda ahí, estancada, porque somos cómplices de un modelo de ciudad dormida. Tenemos que agitarnos, reconocernos y defender lo nuestro sin pudor. Lo ajeno lo elevamos a los altares, lo nuestro lo cuestionamos sin remedio. Así es como nos limitamos y quedamos siempre en una zona de confort que pasea de El Sardinero a Castelar, sin representar a los vecinos de verdad, los que cada día ponen las calles y no se les caen los anillos heredados. Nos hemos conformado con vender ese señorío de pijismo recalcitrante cuando, en suma, somos otra cosa. No llegaremos a socios de un club de raqueta y postín, donde intuyo tampoco todos se saludan o si lo hacen es con hipocresía del postureo. Comemos algo más que patata cocida, pero nos callamos nuestro sentir santanderino, nuestra verdad, y así nos va. Hola fulanito, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¡Estás igual...!

Ilustración | Jordi Labanda

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