Un 14 de Febrero sin teorías del
amor es como un lunes sin sueño. Y claro esto va de dueños emocionales, del
quererse, entregarse y esas cosas. Un ejercicio de generosidad, que bien
formulado, y con la mejor parte contratante, puede convertirse en una aventura
infinita y maravillosa. No es ninguna novedad que solemos concurrir en errores,
repetimos roles fatales y ansias poco afortunadas. Así es como nos arrastramos
por culpa de los fracasos, de esos exes de facturas trágicas (numéricas o no).
Cicatrices, arrugas y golpes, en los casos más fatídicos y por denunciar, son el
lado oscuro de la suma corazonal. La misma que los grandes almacenes imploran
para llenar sus arcas. Con mensajes que dan más arcadas que otra cosa. El caso
que hoy me ocupa es la pérdida real de la conquista, del mirarse, del ponerse
burraco en el vivo y el directo para convertir a esta cosa del conocerse en un
juego virtual. De ahí lo de San
ValenTinder, San ValenGrindr o
cualquiera que sea la APP o portal que propicie el milagro del ah-mor. Personalmente valoro en positivo
estos dispositivos, dadas las dificultades reales del mercado, pues nos hemos
vuelto muy rarunos, en general, y cuesta romper hielos. Los de la copa podrán
derretirse y convertirse en una piscina municipal, pero nadie mueve un dedo en
tomar la iniciativa. Nos volvemos muy divas y queremos todos los focos,
atenciones y chulazos sin pestañear. Reflexión apta para cualquier orientación
y/o género. Así, está complicado conseguir resultados. Mucho menos una flecha
de Cupido. Con este estado de la cosa, parada y sosa, el teléfono y el
ordenador se convierten en el mejor vibrador emocional. Con compatibilidades en
juego, reducimos a los potenciales candidatos a perfiles con posibles, entre
equis o corazones. Las primeras para mandar lejos a semejante despropósito. Los
segundos esperando un latido feliz, el que llega cuando se produce la explosión
en línea y salta un chat para empezar a preguntar lugares comunes.
Es poco
frecuente encontrar un perfecto desconocido con un mínimo de conversación, el
resto reduce su diálogo a estas preguntas tipificadas como necesitado busca.
Puede que entre unas aplicaciones y otras los grados varíen, pero la mayoría
busca más un orgasmo que un café. Y eso, cuando te has visto todas las pelis
Disney no va contigo, ¿verdad, amis? De siempre, has creído en historias
escritas con mayúsculas, en esa pasión que surge con una leve caricia, en
construir un futuro con jardín y muchos niños. Y te encuentras respondiendo a
un nick con una frase absurda de cebo,
que creerá ingeniosa. ¡Qué pereza! Una y otra vez es la misma cantinela. La
gente se ha acostumbrado a este fast love
y se come poco la cabeza y más otros órganos ajenos. No encajo con esta
formulación. Sé que me haría muy bien compartir mi todo con esa media fruta que
me espera madurándose en algún lado. Pero no estoy dispuesto a caer en
protocolos que me resultan vacíos. Me alegra infinito que mucha gente querida
haya encontrado así su lover. Como de
otras tantas parejas, pocas, que uno ve y dice: ¡así sí! Pero yo ya tengo una
edad y muchas canas como para hacer tonterías. Creo en el querer como verbo de
cabecera y lo ejercito con mucha gente, guardando mi mejor versión a ese
milagro andante. Siempre dije, y mantengo, que el amor el amor es lo mejor y lo
peor. A ver si hoy me asaetea una maldita flecha y cambio de idea. Pero, de
momento, parafraseo el tema ‘Fiesta en el
Infierno’, de nuevo y genial disco de Fangoria, ‘Canciones para robots
románticos’: “El amor es una construcción burguesa. Una invención medieval. Un
cuento de hadas desquiciado. Nunca más, nunca más, nunca más volver a
creer en una fantasía tan delirante”. Pues eso.
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