No sé cuánto tiempo ya. Hace
mucho que perdí la cuenta. No recuerdo un momento en especial. Puede que sí un
quién, pero poco importa. La cuestión es que el personaje se ha apoderado de
mí. Oscuro, desdibujado, plano. La peor versión se instaló como un virus veloz
y aquí estoy, viviendo los días en completo vacío. Construyendo un futuro
imaginario que nunca llega. Ese en el que el querer fluye y los contratos son
folios llenos de ilusión. Aspiro a que mi guionista se porte y escriba un
genial punto de giro. Lo necesito. Prometo que mi interpretación estará a la
altura. Tanta penuria ya pesa y la cara se me va a quedar enjuta. Y ya se sabe,
la cámara es el peor chivato. Si algún día quiero llenar una estaría de
premios, o colocarlos bizarramente en el baño, tendré que hacer algo grande,
que sorprenda a los académicos. No este pastiche absurdo, sucesión de males y
surrealismos con o sin diálogo. En resumen, esta película me sienta mal, muy
mal. Pero, ¿cómo me salgo de cuadro? Ay, el cuadro. Dicen que mi historia se
sustenta porque es realista. Pues maldita realidad. Me apiado de quien se
arrastra sin rumbo, escuchando promesas y palmaditas en la espalda. Me cuesta
no sacar el respe en esas tramas, pero dice mi director que se impone la
sumisión social, la tontunez mal entendida. Y que traspaso la pantalla, no te
jode, esto me traspasa a mí la piel. Hasta ahora había tenido papeles menores y
mi representante me prometió que este proyecto sería mi gran oportunidad. Ya me
veía enfundado en un traje prestado ante un photocall, saludando a las
estrellas del celuloide ibérico e improvisando discursos con todo el santoral.
No me imaginaba que esto se alargara tanto y, menos aún, que me mermara de este
modo. Me levanto cada día repasando el plan de rodaje y me deprimo más. ¿Pero
hacemos ficción o documental? Ahora me arrepiento de no haber dicho sí a la
propuesta de esa televisión privada de chillido incorporado y mamarrachas siliconadas
de más. Un caché de muchos ceros bien valía un encierro en una casa absurda con
otros tantos aspirantes absurdos, dispuestos a todo con tal de no pasar jamás
desapercibidos. Pero ahora que lo recuerdo, se cruzó él y me obnubiló. Era tan
intenso, tan especial, que no me hubiera perdonado caer en la bajuna
telebasura. Confiaba en mi talento, o eso decía. Era perfecto dando las
réplicas, con una única mirada calmaba mis peores fantasmas. La perfección se
definía con su nombre, apellidos y una foto suya. Sonrisa mediante. Y sí,
amigos, debió ser un mal sueño, porque cuando no lo había saboreado lo
suficiente se esfumó. Asumo la culpa, llevarlo a aquella fiesta llena de
víboras hipermusculadas, ansiosas de famoseo, fue el principio del fin. Fue
entonces, ahogado por ese fin, cuando acepté este papel. Y aquí me hallo,
buscando desesperando escribir estas tres letras y sentirme liberado. Despojado
de esta mierda, por mucho que me asegure presencia en el tráiler y los títulos
de crédito. Os invitaré al estreno. Seguro que él no se lo pierde y me dará dos
besos intensos y un abrazo inapropiado. Y volveré a derretirme, pero la mirada
inyectada en sangre de su víbora de su turno me recordará que estaba mejor en
este camerino, maldiciendo y escribiendo este junta palabras tan patético.
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