martes, agosto 22, 2017

Males enredados



Las redes sociales tienen muchas cosas buenas, pero otras que nos deben cuestionarnos su uso. La deshumanización nos ha llevado a normalizar prácticas o palabras que no debieran tener cabida en nuestra realidad. Está claro que la barbarie ha de combatirse con determinación y firmeza, pero ciertas manifestaciones tan violentas y gratuitas no son el mejor modo de actuar como acusación espontánea. Se vomitan muchas opiniones que suelen estar vacías de contenido y conocimientos previos. El mundo de las fobias es muy peligroso, porque se extiende cual mancha de aceite con unos efectos aún incalculables. Tendentes a la generalización, caemos en errores que implican limitación de miras. Está muy bien dar rienda suelta a la libertad de expresión, siempre que no suponga un ejercicio de desparrame importante. Aquí es donde las redes han dado un espacio de carta blanca para despacharse con las noticias de turno o el personaje carne de titular. Que las fuerzas de seguridad tuvieran que pedir contención en el reenvío de imágenes sangrientas a los propios ciudadanos y, cómo no, a determinados medios de comunicación es una muestra de esa manga ancha que nada filtra. Era tremendo que ante el estupor generalizado algunos tuvieran más ansiedad por compartir en bucle que pararse un segundo a pensar en las consecuencias de semejante fatalidad. Algo hacemos mal si olvidamos el trasfondo de un suceso horrible como el de Barcelona y lo convertimos en un material viral. Está claro que las nuevas tecnologías han modificado los usos sociales de la información, pero también habría que puntualizar sus abusos. Que en el momento del atentado hubiera gente más pendiente de grabar vídeos que de prestar ayuda o mantenerse fuera de peligro dice mucho de esta corriente cuestionable.

Cambiando de asunto y lamentando que el terrorismo consiga golpear a su antojo nuestras vidas, ha saltado la noticia del uso machista o no de una imagen por parte del perfil social de Turismo en Cantabria. El origen fue la imagen de una joven con título de ‘influencer’ disfrutando de una de nuestras playas. Eso sí, en un sugerente bikini, como tantos que habitan las cuentas de esta comunidad de muchachas venidas a más no siempre con oficio, pero sí beneficio. El equipo de community managers o alguno de ellos por dar valor a ese contenido decidió emplear la imagen citando a su autora. Una práctica constante en Instagram o Twitter para generar más impacto. Y vaya si lo ha hecho. Hasta un partido político ha cargado las tintas contra esa ‘estrategia’ y ha provocado que eliminaran la fotografía. En mi opinión, no creo que hubiera una intención de explotar la parte de ‘mujer objeto’, sino de líder de opinión, con tropecientos mil fans que siguen a la susodicha. Es cierto que hay malos usos de la Publicidad, que aún tenemos que lamentar campañas estereotipadas, mensajes rancios e imágenes bochornosas, pero hay que saber diferenciar. Que unos medios sociales de carácter público empleen un icono sexy igual no es la campaña más adecuada para una tierra infinita, pero de ahí a poner el grito en el cielo. Para mí el auténtico asombro viene de aupar a personas en personajes, con méritos que suelen resultar dudosos. Convirtiendo sus días en una profesión rentable. Auspiciar públicamente fenómenos así me resulta injustificado. Ya me despaché a gusto en el post anterior, dedicado a Dulceida. Si tengo que reiterarme lo haré porque no entiendo la necesidad de repetir roles prefabricados y aspirar al más de lo mismo. El fenómeno flamenco gigante en la piscina es el mejor ejemplo. Se crean unas necesidades a través de la retahíla de Internet que niegan el juicio crítico y terminan en clonaciones patéticas. Más personalidad y menos cromos repetidos, por mucho que los haya impuesto tal o cual reina de los ‘megustas’. Disfrutemos de lo bueno de vivir enredados, sin caer en sus abismos peligrosos. Sin olvidar el valor de las distancias cortas, porque estamos perdiendo la cultura de piel con piel o del diálogo de mirada sostenida y eso asusta. 

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