lunes, marzo 23, 2020

Los otros



Nos rodeamos de semejantes para construir nuestro particular universo. Y es que somos una sociedad en suma que hace lo propio para escribir su camino. Aunque fuera de nuestros círculos hay más personas, esas mismas que obviamos hasta que se produce el punto de giro. Una metáfora demasiado simplista para lo que nos toca vivir. La pandemia global también es un escaparate del absurdo atomizado. Esos pocos que hacen mucho ruido con sus acciones cuestionables. Por más que el mensaje de excepción haya vaciado nuestros escenarios cotidianos, aún quedan irresponsables que juegan a saltar toda norma con tal de pasearse como de costumbre. El sentido cívico se diluye en estos fenómenos extraños que burlan la alarma, poniendo en peligro esta marea de solidaridad. No se trata de un juego, aunque lo parezca, porque aquí las vidas no son infinitas. Que se lo pregunten a tantas familias que despiden a seres queridos como nunca se hubieran imaginado. Con un dolor marcado por esta distancia que nos confina.

Nadie duda de la extraña sensación de aislarse y dejar que el calendario haga el resto. Aunque bien diferente es dejarse llevar por las excusas para cruzar la puerta. Los medios informan de denuncias y casos insólitos. La vergüenza no va por barrios y el sentido moral tampoco. Porque el virus nos iguala. Es lo que puede no alcancen a ver esos que hacen de sus idas y venidas un sainete. El miedo, la incertidumbre y la indignación son materia común, pero nunca un arma arrojadiza que puede complicar las cosas. La decencia se demuestra a puerta cerrada. Todo lo demás sobra. Como sobran quienes sacan su peor cara y delinquen aprovechándose de los más débiles. Intentos de robo, estafas telefónicas o correos virales son ejercicios patéticos de un mundo que no funciona. Algo habremos hecho mal hasta ahora si en medio de tanta desolación reclaman su denunciable sitio. Son esos otros desconocidos los que protagonizan los peores instintos. Sin justificación, con una humanidad a prueba de cuarentenas.

Si ya es difícil aceptar el hecho coronado, asistir día a día a tantas muestras de estupidez gratuita o maldad insólita nos resulta desolador. Es una pena perder energías en asimilar este lado oscuro. Nos necesitamos fuertes y conscientes para afrontar cada última hora. Unidos frente el baile de cifras que apaga esta primavera, más gris que nunca. Es lógico volcar la rabia, no callar y hasta denunciar desde los balcones. La educación nos retrata, el resto nos resta. Y no queremos una matemática imperfecta que nos lastre. Bastante tenemos con digerir los positivos. No caben negativos ni titulares fuera de contexto.  

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