viernes, marzo 27, 2020

Un momento, déjame pensar



La nostalgia de las palabras me lleva a este título. Era un niño cuando nos liberaban de las clases para dedicar un tiempo a cuidar la mente. Lo justificaban como un entrenamiento dinámico y experiencial con el objetivo de avivar nuestras destrezas matemáticas a base de aplicaciones más prácticas. Eran ejercicios proyectados en un monitor y con una cuenta atrás para calcular las diferentes series. Aquella actividad puntual suponía un oasis en lo cotidiano de los libros. Saltábamos del aula y sabíamos que la excursión estaba asegurada. No recuerdo la frecuencia, sí que nos sorprendían con estas escapadas que tenían todo de desconexión. Nada que ver con nuestro momento actual, aunque el fondo me recuerda mucho a aquellos instantes. Especialmente por dar valor al pensamiento, estrujarnos para mostrar la mejor versión y reflexionar lejos del más de lo mismo. Ahora la pandemia nos ha sacado de nuestras supuestas zonas de confort y se ha propuesto tambalear todo el sistema de valores y emociones. Entonces éramos alumnos entregados y motivados con esa dosis de experimento productivo. Hoy estamos confinados de forma global, asistiendo a una insólita muestra de lo efímero que nos rodea. Así, en la intimidad de las casas y con la alarma generalizada se desatan nuestras verdades más primarias.

Si somos lo que sentimos, cualquiera se presta a abrirse en canal. Porque todo está tan en el aire que nuestros pensamientos echan humo. Hay quien aplaude el efecto lupa para profundizar en esos adentros, esperando futuras ventajas de tanto aislamiento. No dudo que la sabiduría de supervivencia nos dé una poderosa lección, pero me da un vuelco en el estómago si tengo que pensar en ese mañana libres de bicho. Ojalá que todo pase y sepamos volcar lo aprendido, filtrar la entraña y reconstruirnos en sociedad para bien. Y es que cada día la cifra de víctimas me golpea muy fuerte. Mis círculos de vida se libran, de momento, del contagio o la dolorosa despedida. Eso no evita que el shock me paralice. Sé que no puedo caer en el miedo, pero asumo que es humano el imaginarme arrasado por el enemigo viral. En primera persona o con los míos sumando a la curva, cuando no todo lo contrario. Sin duda, nadie nos preparó para este ejercicio tan a flor de piel. Caos, vacío y dolor hacen de esta realidad una pesadilla compartida.

Aquel pequeño del principio vivía ajeno a toda crisis. Miraba con curiosidad y no entendía de distancias impuestas. Sería perfecto cerrar los ojos y volver a protagonizar un mundo sin héroes por necesidad. Que las misiones con o sin capa fueran puro entretenimiento. Seguiré soñando y viajando a ese pasado que me hacía parar sintiéndome imparable.

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