viernes, julio 28, 2017

La noche de las colas vivientes



La letra se convirtió en lamento. El sonoro ‘Despacito’ de Luis Fonsi se materializó en el acceso a su multitudinario concierto. Sabíamos que en Santander no estamos acostumbrados a fenómenos de masas, pero lo de anoche resultó un caos importante. Una hora después del inicio del show, miles de personas esperaban fuera del recinto de La Magdalena el momento de disfrutar sin límites. A cambio, tuvieron una paciencia ídem, en un compás de espera que se alargaba más allá de la Playa de El Camello. La organización abrió puertas con dos horas de antelación y avisó de la importancia de acudir con tiempo. El balance de entradas agotadas para 15.000 almas hacía presuponer un jaleo de tamañas dimensiones. Parece que muchos optaron por ir al límite o casi, pensando que el gentío estuviera ya en el vallado musical, pero no. La confusión se apoderó en idas y venidas que muchos agitaban con litros de alcohol. Otros cenando, con paciencia, y la mayoría buscando la vía de acceso más efectiva. Dentro el puertorriqueño había comenzado su espectáculo, ajeno (o no) a las multitudinarias ausencias. Está claro que hubo fallos en la disposición de los accesos, con poca vigilancia. Es más, los controles fueron un visto y no visto, con nervios y prisas impropias para una cita marcada, por derecho, en el calendario. Siempre he criticado que la capital cántabra no programe grandes directos gratuitos en sus festejos, como ocurre en prácticamente todas las pequeñas, medianas y grandes ciudades. Aunque, visto lo visto, quizá no seamos capaces de asumir un poder de convocatoria tan bestial. Eso o que los responsables no están a la altura o con la capacidad suficiente para gestionar a semejante masa crítica. Habrá que darle una vuelta o dos. Pasada una hora y aprovechando un vacío oportuno en la anaconda social, fuimos capaces de sumarnos a la procesión. Una vez dentro del redil, llegar a la campa fue un paseo. Eso sí, sin hilo musical, pues apenas se oía lo que allí estaba pasando. ¡Qué capacidad de insonorización! En resumidas cuentas, el muchacho llevaba cuarenta minutos de darlo todo, con sus estilismos imposibles, cuando quisimos poner la oreja.


Ya superada la aventura, las conversaciones seguían coleando. Eso sí, no tardaríamos en accionar otro mecanismo tan cañí: las malditas comparaciones. El damnificado, y con razón, no era otro que Enrique Iglesias. Aunque el espectáculo de anoche no era para tirar cohetes, ganaba la partida al hijo de Preysler, de calle. «Canta más, tiene mejor voz», decían mientras intentaban tararear algunas de sus baladas menos conocidas. Y es que Fonsi se ha labrado una carrera a base de lentos de latido impulsivo, por mucho que ahora sea el rey del latineo. Un cuarteto de baile, tres pantallas verticales más la de realización, elementos gráficos ramplones, fuego a discreción… Bien, pese a que en ocasiones se perdía el sonido o era complicado entender sus letras. Eso sí, en el escenario se notaba su total dedicación. Hasta un «¡Viva Cantabria!» resultó oportuno, cuando comenzó el pesado calabobos. Coló el ‘Des-pa-ci-to’ en medio del show, con las oportunas manos en la cabeza de los recién llegados, temiendo el final. Ni mucho menos. Tuvo tiempo de viajar en sus archivos sonoros y emocionar con sentido. Sin duda, la canción del momento merecía bis y así lo hizo, en otro ritmo, con la gente entregada y los móviles echando fuego. El fin a la batería y con bien de confeti, a lo Enriquito, remataron el primer acto. Un más o menos rapidito, cola mediante. Con un balance reventado para los que no tuvieron más remedio que acudir a la reventa.


Tomó el testigo Juan Magán con su electrolatino, en una suerte de discoteca móvil. Después de días de protagonistas más melódicos, había ganas de bailar. Especialmente las nuevas generaciones, entregadas a sus canciones, auténticos destapes de lo S a lo X, en un plín. Sus cuerpos en danza mutaban de lo brillante a lo felino, del chispazo a las articulaciones, acabando modo jardín en flor de plástico. De esas con las que Paula haría maravillas para su Instagram. El buen rollo generalizado desoía su nula capacidad vocal, tapando sus bases, a lo Paquirrín. En esos momentos, la presencia profiláctica de colores a cuerpo gentil recordaba que la lluvia seguía viva. Una bandera de Cantabria, que se llevó de perfecto souvenir, adornó la cabina lumínica. De pronto, pinchó un tema con el susodicho de la experiencia religiosa y entre sus ‘declaraciones’ quiso hacer el chiste. «He leído en prensa que Enrique no se despidió…» y fue entonces cuando su voz sí sonó rotunda. ¡Curioso! El espectáculo de luces y colores animaba al desfase en grupo, las coreografías improvisadas, amén de las risas sin filtros. Esas que tenían mucho que ver con los looks desiguales. De los propios de la verbena a los más dignos de alfombra roja y tacón imposible. Llamaba la atención que sin papeleras no había paraíso, pues todo el verde estaba lleno de vasos y cartones de pizza. La animación se prolongó hasta altas horas, con canciones de dudosa calificación, y para entonces nadie se acordaba de…  


¡Las malditas colas! La salida fue otro sufrimiento supino. Desmontaron los laterales y el colapso sumaba varios focos. La presunta manifestación encontró otras vías de escape como recordar clásicos del tipo ‘La Fuente de Cacho’, ‘Cielito Lindo’ o ‘¡Que viva España!’. Los más previsores recurrían a las pipas para animar el tránsito. La ansiedad por recorrer los escasos metros hasta el portón del recinto provocó más de una caída por la ladera lateral. Otra forma de matar el hastío fue localizar parecidos razonables. Luis Fonsi hubiera pasado desapercibido, por mucho que brillasen sus pantalones. «¡No habéis visto tanta gente ni cuando hay paella gratis!», decían algunos, entre risas. Y es que miraras donde miraras, aquello era un infinito de difícil cómputo. Con los datos de los teléfonos colapsados, integrantes de una riada humana. Lo mejor y más escuchado: «¡Total, por 10€!». Fue el precio de una gran noche, especialmente redonda para la señora de los perritos. Esa sí que perreó y agradeció el colón, colón.  

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