Anunciado como el gran reclamo de un descafeinado Año
Jubilar Lebaniego, Enrique Iglesias tomó el pelo a las miles de personas que esperábamos
un espectáculo decente. A estas alturas de su ‘trayectoria’, presumir calidad
vocal al hijísimo del Hey! era delito, aunque finalmente lo resultó la sucesión
de surrealismos que desplegó en el campo del Racing. Tardé mucho en decidirme a
ir a tan fastuoso evento. Nunca he seguido su carrera, más allá de los hits
machacones y aquellos inicios edulcorados. Dudaba mucho que su elección fuera
la más acertada para encabezar un programa de incontestable (y necesario)
atractivo. Las decisiones de nuestros mandamases en lo que a ‘Cultura’ se
refiere, y casi en términos generales,
me resultan cuestionables. Al final, siempre caemos en provincianismos
ridículos y éste me parecía uno más. Vendiendo la exclusividad de un show a
nivel nacional y europeo, como si se tratara de un tanto para sacar pecho. A
una semana vista compré mi pase a la sangría del auto-tune y el electro
chirriante. Esperaba, al menos, un montaje de altura y un repertorio digno de
estrella bien entendida. El miedo a la barbarie inhumana alertaba a la organización
y era tema de corrillos, incluso de bromas macabras. Se anunciaron medidas de
seguridad minuciosas, pero la realidad fue bastante menos aparatosa. Hace unos
días en el Madrid más orgulloso los agentes y la organización demostraron más
tino al respecto. Con cacheos y revisiones de pertenencias al detalle, nada de
ejercicios de improvisación, que quedaron en un protocolo descafeinado. Que el
perfume en spray de mi amiga fuera considerado arma de destrucción en potencia me
resultó ridículo. A ella, un robo (el primero), pues acababa de llenar sus gotitas
de fragancia. El caso es que cualquier desalmado hubiera podido colarse sin
mucho ingenio. Quizá habría que replantearse cómo filtrar con garantías al
público de un macro punto de encuentro. Vallar en zigzag kilométrico era
insuficiente.
En esos momentos, Enrique estaría haciendo gárgaras para afinar
su (no) voz. La pista/césped se convirtió en una suerte de plaza, sumando saludos
y reencuentros fortuitos. Éramos una masa expectante, entretenida con un DJ muy
ramplón, con el sonido sumamente bajo. No supo calentar la previa. En este
punto ya podíamos suponer que, como público, los santanderinos somos exigentes
y de primeras (y casi últimas) fríos. Quienes nos enfrentamos a la cosa
pública, lo sabemos, y sufrimos ese hándicap. Nuestro carácter no tiene nada
que ver con nuestras ganas de disfrutar, pero nos cuesta entregarnos al aplauso
y el venirse arriba. No ayudó nada que el protagonista se presentara en el
escenario con media hora de retraso. Que se anunciara a las 22:30 hs. ya parecía
tarde para el horario habitual de estos ‘directos’. Quizá el jet lag o sus
horarios intercontinentales condicionaban el arranque. Salió sin más, con poca
potencia, subiendo la radio a medio tono. El mismo, o menos, que emplearía
durante toda la noche. Un pantallón enorme presidía su montaje, con efectos
nada impresionantes. Llamaba más la atención el universo de móviles a pleno
rendimiento, viviendo la experiencia a través de las pantallas. Más activas que
la propias de la realización. Pésima es poco. Apenas emitieron su seguimiento,
con cortes a negro, cero profesionales. Mucha grúa y demás, pero cero reflejo
en el desarrollo. Sus malas artes con el micrófono fueron una constante. Se lo
quitaba sacando a relucir su base de playback. Cuando supuestamente ‘cantaba’,
el efecto sintetizado era horrible. Sí, que sabíamos (o yo lo hacía) que no brilla
por su instrumento, pero esperaba algo más de tino.
Son muchos años de carrera
como para haber recibido unas clases y tener los recursos suficientes para
hacer frente a su trabajo. Otros ídolos muy estelares con parecidas
herramientas nulas saben rodearse. No me pareció su caso. De hecho, ni se tomó
el tiempo para presentar a la banda. El inglés oshea o de extraña pronunciación
también se merece un tema. Tanto que la gente no seguía las canciones. Bien por
desconocimiento, que eso parecía con tanto silencio, o por incompatibilidad con
su saber anglo. Digno de los cursos CCC. Se limitó, básicamente, a restregarse
con las primeras filas, encantado del postureo. Para esas horas, Beato de Liébana no daría crédito, allá donde estuviera santificado. Los puristas o
viejunos irredentos esperábamos temas como ‘Experiencia Religiosa’ o ‘Lluvia
cae’, tarareada insistentemente, sin éxito. Pero el track list se limitó al
filtrado por los medios. A excepción de ese cierre o bis inexistente. Porque la
despedida fue como el mayor visto y no visto que pueda recordar. Sí, confeti y
globos, pero también una desazón importante. Para cuando se encendieron
aquellas luces y la gente, inmóvil, trataba de asimilar el desconcierto,
Enrique ya se habría reunido con su hermana Tamara en las Dunas de Liencres
(donde ella localizó el show, ¡qué grande!) o el spa del Hotel Real. Los gritos
y pitidos de indignación sonaron más alto que todo él. Pasó tan rápido, pues
cumplió con los 90 minutos propios del terreno de juego, que nos dejó muy
vacíos. Hablo por mí y por otros tantos que se quedaron igual. Me alegro de
quienes disfrutaran al máximo y hoy hasta se rían de los enriquecoléricos.
En
mi opinión, Santander y Cantabria merecen una programación más digna y, de
hecho, la hay, pero somos bastante injustos. Nos dejamos llevar por los brillos
de estrella y no siempre apoyamos iniciativas o carteles que esconden oro puro.
Personalmente, esperaba que la presencia de Isabel Preysler y Mario Vargas
Llosa compensara un poco la broma, pero parece que el hijo de Aznar fue el
cabeza de VIP’s. Sinceramente, me acuerdo mucho de Julio José, porque creo que
es mucho mejor cantante. Igual su imagen piji-guay no le ha beneficiado, pero
tiene más chicha musical. Enrique estaba feliz y colgó en sus redes un mensaje
de gracias, aunque la opinión pública, de nuevo, cuestiona su ¿talento? Algo
tendrá para mantenerse en el ‘candelabro’. Eso sí, veremos quién es el guapo
que contrata al muchacho en este país de pandereta y héroes ridículos. Los
¿20.000? ¿24.000? ¿30.000? que estábamos allí dudo mucho que tuviéramos el
valor para hacerlo. Yo, pese a todo, me quedo con las risas en buena compañía y
que nos quiten lo ‘bailao’. O que nos devuelvan el dinero.
2 comentarios:
boicot a sus temas en baretos, radios y demas sitios publicos y privados
Mejor contado, imposible
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